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La presidenta del barrio

Isabel Morillo
Jefa de Andalucía de El Correo de Andalucía

Durante su discurso, uno de los invitados no se pudo contener y gritó: “Vamos las mujeres valientes”. Nunca una toma de posesión de un presidente de la Junta fue tan populosa, tan poco protocolaria y tan real. Entró al grito de “guapa” y “presidenta”. De meter la calle en el alfombrado Salón de Usos Múltiples del Parlamento se encargaron familiares, amigos y vecinos de Susana Díaz, que llenaron hasta la bandera el solemne acto. Las previsiones se desbordaron. Se esperaban unos 300 invitados y hubo 620. En las primeras filas, las autoridades. En las últimas filas, representantes de la sociedad civil andaluza, asesores, concejales, periodistas. Y en el centro, una bulla de personas reales que asistió emocionada al juramento de la socialista. Su barrio, Triana, allí dentro, espontáneo, piropeador, emocionado, engalanado, como de boda o de Jueves Santo. “Éste es el cambio”, comentaba después el expresidente José Antonio Antonio Griñán, a un grupo de amigos. “Hasta ahora todos los presidentes hemos sido de clase media ilustrada, ella es del pueblo”, resumía quien vivió con una gran emoción, hasta las lágrimas, la toma de posesión de quien ha sido su consejera de Presidencia. 

Un chico enchaquetado, joven y menudo, subido a una de las tarimas preparadas para las cámaras de televisión, fue el encargado de tomar imágenes para casi todos. No paró de disparar desde móviles y cámaras ajenas. Conoce a la presidenta “de toda la vida”. Sus padres son vecinos “de siempre”. Ella, licenciada en Derecho, le dio clases particulares cuando todavía iba al Instituto. Ahora él milita en las Juventudes Socialistas. “Estar aquí es un honor. Me emociona mucho”, contó nervioso. “Su familia es muy trabajadora y muy honrada”, enfatizó. Una señora mayor, quizás su madre, se acercó para reñirle por hablar con la periodista. Mientras que Díaz prometía gobernar con “las ventanas abiertas” y “las luces largas” otra chica con sus mejores galas murmuraba entre dientes que “siempre ha sido muy lista”. Cuando señaló que hay “muchos problemas” y “gente que lo está pasando muy mal”, una mujer se iba a arrancar  y su vecina le frenó el aplauso.

Al terminar, la fila de gente para besarla y abrazarla se hizo interminable. En el busto de Blas Infante, donde depositó un ramo de enormes rosas rojas, le aguardaban las principales autoridades. Las hizo esperar. Díaz no regateó ni un solo saludo. Se la comieron a besos. Uno de sus responsables de prensa se acercó para indicarle que se retocara los brillos de la cara camino de más fotos junto a los expresidentes “Pepe, Manolo, Pepe y Rafael”, como mencionó ella en su discurso. Sirvió de poco. Siguió dejando el maquillaje pegado en otros rostros. Uno de los abrazos más emocionantes se los dio a sus hermanas. No distinguió entre la socialista Carmen Romero y una vecina de su madre. Las apretó entre sus brazos con el mismo furor. Menos que con el que abrazó a una niña de rubios tirabuzones que es su sobrina y llenó de mimos.

Si hubo orgullo en una mirada fue en la de su padre. Durante su intervención, que hizo sin papeles, solo estuvo a punto de quebrársele la voz casi al final, en el capítulo de agradecimientos. “A mis padres, que me lo han dado todo, a mis hermanas y a mi marido, sin su comprensión y su apoyo hoy no estaría aquí”. Desagravió a Zapatero y fue especialmente cariñosa con sus amigos, a quien pide “consejo y apoyo”. Consiguió emocionar a muchos cuando se acordó de uno de los socialistas de su quinta, Marcos Agüera, alcalde de La Algaba, fallecido en 2011 a los 36 años.

Para gustos, los colores. Se oyeron todo tipo de comentarios y de críticas. Buenas y malas. A algunos les emocionó ese estallido humano. A otros, les horrorizó. Pero lo que nadie puede negar es que la toma de posesión de Susana Díaz fue una pasarela de la calle real. De gente de barrio. De trabajadores o jóvenes en paro. Personas que no habían pisado nunca un Parlamento a pesar de que se supone que es la casa del pueblo. A las puertas, muchos de los 4.500 docentes interinos despedidos el pasado año por los recortes en educación gritaban “más profesores, menos asesores” y recibían a cualquiera al grito de “corruptos”. Ésa es la calle que Díaz tiene que conquistar ahora. A su barrio, ya lo tiene encandilado.

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