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Todos eran mis hijos

José Fernández
Periodista

La famosa pieza teatral de Henry Miller que da título a esta columna aborda el drama íntimo de un empresario que, justo después del final de la última guerra mundial, ha de asumir que durante el conflicto vendió de modo consciente materiales y piezas mecánicas defectuosas al ejército, lo cual supuso la muerte en accidente de varios soldados.

En todo caso y aunque la intensidad del drama denota que el señor Miller la escribió antes de estar casado con Marilyn Monroe, me pregunto si esta clase de regomello psicodramático tendrá también cabida en el interior de la mente del señor Chaves, ahora que la vida laboral de sus hijos ha acabado estrellándose en las portadas de la prensa igual que un avión con una pieza en mal estado. Produce incluso algo de risa que el ex presidente de la Junta reclame ahora la condición de agraviado y perseguido, como si él mismo no fuera consciente de que por mucha cobertura legal que pueda tener el tráfico de influencias ejercido y cobrado por su hijo, resulta a todas luces impresentable. Hagan si no el fácil ejercicio de imaginar qué no estaría diciendo el mismo señor Chaves si un hijo de Esperanza Aguirre hubiese escogido como medio de vida mediar en las contrataciones que llevase a cabo la administración presidida por su madre.

Todo esto retrata, a mi juicio, una despreocupación por la imagen y las apariencias que son propias de un régimen político que se siente tan establecido, consolidado y blindado que ni tan siquiera considera necesaria la escenificación de una cierta profilaxis familiar con el meollo mismo del poder. Pero cuando se empieza perdiendo el decoro, al final se pierde todo.

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