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Sobre el Libro de Estilo de Canal Sur (II)

Luis Cortés
Profesor de Literatura

La Chronica Adefonsi Imperatoris, escrita en latín por un autor anónimo a mediados del siglo XII, relata los hechos del reinado de Alfonso VII (1126-1157), llamado El Emperador. Así, por ejemplo, describe las fiestas que se celebraron en León con motivo de la boda entre la infanta doña Urraca y García Ramírez, rey de Navarra. Entre los diversos espectáculos, uno, tan atroz y cruel como la mayoría de ellos, consistía en que hombres ciegos, armados de bastones y protegidas las cabezas con morriones, eran sacados al mismo coso en que previamente se habían alanceado algunos toros. Una vez allí los invidentes, se soltaban algunos animales de cerda para que los ciegos pudieran hacer suyo el cerdo que matasen. Tan lamentable espectáculo tenía su punto fuerte cuando estos hombres al creer golpear al animal se golpeaban entre ellos. En ese momento, el regocijo del público era total. Tal -diversión- era conceptuada en la crónica como “espectáculo digno de la sencillez del siglo XII”. Y de ahí, según Iribarren, procede el dicho palos de ciego.

Para evitar en lo posible dar palos de ciego a la profesión y al buen tino en el uso del idioma crearon sus libros de estilo distintas instituciones, especialmente las pertenecientes a los medios de comunicación. Para seguir dando esos palos de ciego al idioma algunos profesionales hacen caso omiso a lo que en ellos se dice. Es obvio que no tienen tiempo para perderlo en su lectura.

Ya comentamos en nuestro artículo último las excelencias del Libro de estilo de Canal Sur TV y Canal 2 Andalucía, especialmente su claridad. Un ejemplo de esta lo pudimos observar hace unos días en el aula, cuando leímos el fragmento que servía de respuesta a la duda que nos había planteado un alumno; este nos comentaba su extrañeza al oír constantemente en algunos canales de televisión hablar de Lleida, Girona o A Coruña, aunque los mismos canales utilizaban Nueva York y no New York o Londres y no London. El libro es claro al respecto: “Los nombres de lo pueblos, ciudades y accidentes geográficos de España se escribirán en castellano siempre que exista el topónimo correspondiente. Así, y de la misma manera que decimos Londres y no London, emplearemos Bilbao y no Bilbo; Lérida y no Lleida, Orense y no Ourense […] Solo cuando no exista el topónimo en español para la localidad, usaremos el vernáculo. Así, lo correcto es Arenys de Mar y no Arenales de Mar. Tratamiento claro y convincente.

Bien es verdad que esta ejemplar claridad no es óbice para la exposición, en ocasiones, de razones y fuentes que ayuden a justificar sus opiniones. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se trata en el Libro la desacertada locución violencia de género. Ya dijimos hace algún tiempo lo inadecuado que resultaba tal traducción del inglés en una lengua como el español en que con el término género nos referimos a cuestiones gramaticales y no de sexo. Nuestra obra hace un tratamiento excelente del tema (págs. 131-133). Antes de exponernos su opinión, analiza la procedencia del término y su rechazo por parte de la mayoría de los libros de estilo conocidos (El País, La Agencia Efe, el grupo Vocento o El Periódico de Catalunya). Concluye el apartado recomendando a sus periodistas la inadecuación del sintagma no solo por las razones apuntadas, sino por otras dos básicas: 1.- Es una expresión que salta por encima de la semántica, y 2.- Es un sintagma de comprensión dificultosa. Para desentrañar tales títulos pueden ver ustedes la página 133. Por cierto, además de la edición en papel, podremos consultar su versión electrónica, que es gratuita.

Termino esta breve alabanza de la obra que comentamos destacando dos ideas que aparecen en su capítulo introductorio. La primera dice así: “Contra lo que se sostiene con excesiva frecuencia y cierta ligereza, el periodista de Canal Sur TV y Canal 2 Andalucía no puede dirigirse a los espectadores de manera coloquial, y, mucho menos, vulgar”. O sea, que el -comío-, el -soldao- y el -intervenío-, entre otros coloquialismos, no deberían tener cabida en los servicios informativos de la televisión y de la radio públicas de Andalucía. La segunda dice de esta otra manera: “Este Libro de Estilo no es un reglamento inflexible ni un compendio de obligaciones ineludibles”. Acertada frase, aunque tal vez no haya sido del todo bien interpretada por algunos, quienes, haciendo de su capa un sayo, han considerado baldías ciertas recomendaciones y prefieren seguir dando sus palos de ciego contra el idioma.

Si todos sus periodistas siguieran los consejos de este Libro, tendríamos unos medios públicos andaluces en los que se haría uso de un magnífico andaluz, que es lo mismo que un magnífico empleo de la lengua española.

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