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Dieciocho años después, Jesús Maeztu vuelve a ser Defensor del Pueblo Andaluz


Juan Folío
La Opinión de Almería

Jesús Maeztu, hasta ahora comisionado del Polígono Sur de Sevilla, será el nuevo Defensor del Pueblo Andaluz, en sustitución de José Chamizo, que ha estado en el cargo durante 17 años. Ése es el acuerdo han que han llegado los tres grupos con representación en el Parlamento de Andalucía y que ya han comunicado al presidente Manuel Gracia.

Jesús Maeztu
Jesús Maeztu Gregorio de Tejada nació en Medina Sidonia (Cádiz) en 1943. Se le otorgó la Medalla de Andalucía 2010 y es profesor Titular de Derecho del Trabajo de la Universidad de Sevilla. Ocupó el cargo de Defensor del Pueblo Andaluz entre 1995 y 1996. Ha estado al frente del Comisionado del Polígono Sur de Sevilla desde el año 2003.

Huracán Maeztu

Iría Comesaña / El Correo de Andalucía

Jesús Maeztu no es que sea vehemente: es agotador. Habla como si el mundo se acabara hoy, salta de idea a idea cada vez más emocionado, hila argumentos con anécdotas, pone el corazón en todo. Sin esa energía, el comisionado para el Polígono Sur no hubiese aguantado seis años al frente de esa tarea desagradecida y monumental. Cuando había logrado que las Tres Mil Viviendas empezaran a levantar cabeza, la crisis de los chabolistas le ha supuesto un golpe tan duro que llegó a sufrir un síncope en su despacho y acabó en el hospital. Al día siguiente volvía a estar enganchado al móvil para desesperación del médico.

Lo que él mismo califica como “el gusanillo de luchar por una realidad más justa” le ha llevado a ver la pobreza desde todas las aristas: ha sido profesor universitario y defensor del Pueblo, pero siempre ha acabado metido hasta la rodilla en el barro. Al ser nombrado comisionado en 2003, con 60 años, demostró que por energía no iba a ser: agarraba a cualquiera que hubiera pisado las Tres Mil y lo cosía a preguntas: “¿Cómo es aquello?”. Se buscó un chófer de allí, gitano, se pateó hasta la última callejuela y no entró en cada casa porque a algunas no lo invitaron.

Nacido en Medina Sidonia en 1943, hijo de una acomodada familia gaditana, le atrajo menos el perfil recio y de derechas de su padre que la suavidad de su madre, una maestra de San Fernando que le transmitió la importancia del compromiso.

La falta de libertades de los exaltados años 60 le hizo buscar aire en las comunidades de base de la Iglesia. Ingresó en el seminario y, con el mejor expediente del Bachillerato, entró en la Universidad Pontificia de Salamanca y estudió a la vez Filosofía y Teología. Le ofrecieron un despacho pero acabó de cortar amarras con el destino pidiendo trabajar en El Cerro del Moro, el populoso barrio gaditano en el que la pobreza, la tuberculosis y la heroína hacían estragos. Se lo negaron con horror, pero ya había tomado la decisión de trabajar “mirando a la gente a la cara, que es como me siento útil”, ha dicho muchas veces. Con 25 años fue el párroco del barrio.

Lo marcaría esa época de cura obrero, aferrado a la Teoría de la Liberación. A muchos a los que ahora reclama que cumplan sus compromisos con el Polígono Sur los conoció allí, trabajando con una juventud comprometida, con inquietud política, germen del sindicalismo y los futuros PC y PSOE. A Felipe González, joven abogado de los trabajadores de Astilleros; a Carmen Romero, a futuros consejeros como Alfonso Perales y Luis Pizarro. Quizá por eso no le afectan los corsés del poder: su discurso apasionado es igual con un ministro que con un vecino que lo para por las Tres Mil con un problema. No sería la primera vez que llega tarde a un acto oficial por algo así.

Esa época acabó al darse cuenta de que sus convicciones chocaban con posturas de la Iglesia como el rechazo al preservativo. Con Franco muerto y un mundo por explorar, en 1978 dejó atrás nueve años de sacerdocio, en los que siempre ejerció como profesor: se negaba a cobrar la paga que daba a los curas la dictadura contra la que luchaba. Se había dado cuenta de que lo que los pobres necesitaban eran abogados y decidió estudiar Derecho.

Pero acabó en el departamento del prestigioso catedrático de Derecho del Trabajo Miguel Rodríguez Piñero, y desde allí impulsó en los años 80 esas enseñanzas con el hoy presidente Griñán como interlocutor en el Ministerio. En 1991 fue nombrado adjunto al Defensor del Pueblo Andaluz, y en 1995 defensor, durante un año.

Su regreso a la Universidad podría haber sido el inicio de un tranquilo retiro… de no ser por “el gusanillo”. 25 años después de dejar el Cerro del Moro, la Junta le pidió que fuese la figura que enlazase a las administraciones para tirar hacia arriba del Polígono, con sus 60.000 vecinos, su 40% de paro y absentismo, su droga y sus armas. Preguntó que quién se lo creía y el entonces presidente Chaves le respondió que él. Aceptó, “engañado”, diría luego muchas veces medio en broma, medio en serio. “No sabía que estaba tan mal”, admite en los días malos, cuando se pasa hasta 1 de la madrugada mediando con vecinos indignados; o después de un tiroteo. Cuando deja a un lado a su mujer y a sus dos hijas para ocuparse de los problemas de los demás, aunque luego tenga remordimientos.

Pero Maeztu está convencido de que hay que convertir en auténticos ciudadanos a quienes han sido presa del desencanto. Y en los momentos buenos puede estar satisfecho de haber logrado dar esperanza a un barrio que empieza a hablar de sí mismo con orgullo. Todo con la ayuda de un equipo que eligió uno a uno para asegurarse de que soportaría su ritmo; gente que, al irse a casa, tendría que querer matarlo por exprimirlos tanto, en una tarea tan difícil. Si no se parecieran tanto a él.

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