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Ante la recuperación del Patio de Honor del castillo de Vélez Blanco

Inocencio Arias
Diplomático

¡Hombre!, otra buena noticia para Almería. En un año en que el paro sólo remite parcialmente, en que vemos imágenes patéticas de refugiados, en que Cataluña nos obsesiona, cuando los periódicos dicen que los españoles han votado en libertad pero dejan un panorama de confusa gobernabilidad, cuando el Almería bracea en Segunda División, cae la lluvia de dinero sobre Roquetas, lo que nos coloca en los titulares de toda España, los velezanos se enteran de que por fin el patio del Castillo va a recuperar su prístino estado.

Quedará impactante, como en su época dorada y eso será turísticamente bueno principalmente para Vélez Blanco y secundariamente para la comarca. Vendrá mucha más gente al pintoresco pueblo pero también beneficiará a los colindantes que serán más conocidos y visitados.


El patio en el Metropolitam y dibujo de época de su ubicación
en el castillo de Vélez Blanco

Confieso que hasta hace poco no me lo creí. Hacia 1999, siendo yo embajador en la ONU, Olga Razzio, experta en  Renacimiento europeo del Museo Metropolitan de Nueva York, me dijo que su director, el todopoderoso Montebello, quería almorzar conmigo porque planeaban remodelar el patio del Castillo de Vélez que encanta a los visitantes desde que fue instalado allí después de ser donado por el potentado Blumenthal. En el país del capitalismo, los multimillonarios, Rockefeller, Gates, Buffet, el jovencito Zuckerberg son mecenas muy generosos, alguno dona en vida más de la mitad de su cuantiosa fortuna, y Blumenthal legó a su muerte al Metropolitan una joya única: el patio  velezano de los Fajardo comprado a un anticuario francés que a su vez lo había adquirido del propietario del castillo en los albores del XX.

El director me explicó que querían embellecer el patio con suelo de mármol de la misma cantera de que había salido todo el monumento. Salté de forma temeraria: “¿De Macael quiere usted decir?, eso está en mi tierra”. Yo no estaba ni mucho menos seguro de si el mármol procedía del valle del Almanzora o había sido traído de Italia. En algún momento nuestro papanatismo nos llevaba antiguamente, para ensalzar al castillo, a decir que “era del mejor mármol de Italia”.

Montebello sonrió y contestó que, como sobre el nacimiento de Colón, había varias teorías sobre la procedencia de ese mármol y preguntó si yo conocía a fabricantes de ese pueblo, “¿Macael, Maladel, Marvel?”. Acababa yo, unos meses antes, de enlosar el vestíbulo de nuestra oficina con mármol de Macael y salté de nuevo, esta vez sobre seguro, aunque expatriado sabía de la iniciativa de mis paisanos de Albox y del tesón y del temple de la gente de Macael, y no me refiero sólo a Cosentino aunque lo sitúe siempre en la cumbre como empresario  de la Champions europea: “No sólo los conozco sino que son muy formales en los plazos y mi chófer le va a traer inmediatamente tres o cuatro muestras de ese mármol”.

El chófer llevó raudo las muestras y el Museo alfombró el patio con nuestro mármol. Allí he pasado buenos ratos, alegres y nostálgicos.  Entre los primeros está que he llevado a decenas de amigos y conocidos y me he pavoneado en su interior. Ir al museo con mucha gente, al final,  te cuesta los cuartos porque el precio de la entrada desplegado ostensiblemente en la taquilla no es una bicoca. Pronto descubrí que esa tarifa era indicativa. En letra más pequeñita (son unos pillines pero no engañan), se indica que se admite una aportación más modesta. La modesta era la que yo sin pudor desembolsaba cuando arrastraba a media docena de españoles o amigos americanos al Metropolitan.

He ido centenares de veces. El patio está muy cerca de la entrada, les daba un pequeño ‘speech’ y alardeaba de la belleza del castillo y del pueblo en el que me he criado y de las excelencias del mármol de la zona. Algún embajador ‘sudaca’ bromeaba más tarde: “Cuidado con Chencho, en cuanto te descuides te lleva al Metropolitan y te hace quedarte más tiempo en el patio de su pueblo que con Manet, Renoir, Cézanne y  todos los impresionistas”.

El patio me ha dado, pues, grandes satisfacciones, y también momentos más sombríos. Lo descubrí avanzados los sesenta en un viaje a Nueva York con un amigo alicantino fabricante de juguetes que me quería fichar. Cansado tras dos jornadas inagotables de negociación y traducción acudí al Metropolitan a solazarme. Sentado en un banco, los museos, pasada una hora y tres cuartos, también te fatigan, admirando una estatua de Rodin recogí un folleto atractivo. Concluía así: “Entre las últimas adquisiciones está el espléndido patio renacentista de Vélez Blanco (Spain) donado por ...”.

Pasmado, volé hacia el patio. Era hermoso y era de Vélez... Me dejó un hormiguillo de tristeza comprobar que aquel conjunto armónico, elaborado, procedía del castillo en que yo había jugado con Juan, con Isidoro, con Pedrín a ‘pum, muerto’ (policías y ladrones) y al que habíamos subido a merendar con treceañeras de nuestra edad. Coloquialmente, para expresar pasmo y pena los angloparlantes dicen que “Jesús lloró”. Apoyando mi cabeza en la balaustrada del patio  y, sin verter lágrimas, he sentido a menudo pesar y rabia. El patio ha sido admirado por millones de turistas pero había huido. Ahora, tras el anuncio venturoso de la Junta, vuelve en lo que se pronostica será una réplica exacta. Me alegra. Buena noticia para Vélez, Almería y Andalucía.