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Tomatito deslumbra en la bienal dedicada a Paco de Lucía

Manuel Bohórquez
Crítico de Flamenco

La guitarra flamenca ha evolucioanado tanto en las tres o cuatro últimas décadas que si levantaran la cabeza el gaditano Patiño y el madrileño Montoya se tirarían de los pelos. Seguramente no entenderían nada y dirían que lo de ahora no es flamenco, que es lo mismo que les dirían a ellos los anteriores. Sin embargo, si escucharan a Tomatito reconocerían algo que se ha ido transmitiendo de generación en generación, que es el alma, el pellizco, el duende, el aire de los guitarristas andaluces, los flamencos. Eso que los clásicos no entienden a veces. Por ejemplo, que reconozcamos de dónde es un guitarrista u otro con solo escucharlo rasguear o dar un acorde.

Tomatito
Guitarristas gitanos ha habido muchos a lo largo de la historia, pero no en Almería, de donde sí era Julián Arcas y se hacían unas guitarras estupendas en el XIX, sobre todo las de Torres. Algo más tuvo que haber para que saliera de allí un gitanito con unas condiciones fantásticas para tocar la guitarra. Sin embargo, el Tomate toca como toca no por ser de Almería, sino por haberse mirado en el espejo de uno de Algeciras que tocaba como Dios y que creó un estilo único, Paco de Lucía. Y, sobre todo, por haberle tocado durante años a uno de los cantaores más grandes de la historia, gitano de San Fernando, Camarón. No hay que olvidar que es sobrino de otro genio de la guitarra, el Niño Miguel, al que Dios tenga en su gloria.

Anoche, cuando apareció el guitarrista de Almería en el escenario, lo miré a los ojos y vi que buscaba algo. Pepe de Lucía, el hermano de Paco, estaba en primera fila y Tomatito correspondió a su saludo. Sonó el nombre del genio en sus labios y ya la noche tuvo una sensibilidad y un color especiales. No sabíamos nada sobre su repertorio –en el programa de mano figuraba ni esto ni los nombres de su cuadro acompañante–, pero daba igual. Cuando uno va a un concierto de Tomatito sabe que han sido convocados previamente Paco y Camarón. Dos cantaores y su propia hija nos lo recordaron en el sonido. Y él tocó con más alma de lo habitual. No sé si sabía que en ese mismo patio, el de la Montería, ofreció un concierto Paco de Lucía en 1986. Y Sabicas dio otro aquel mismo año, el último que ofreció en Sevilla. Y Morente algunos años después. Y Rafael el Negro bailó una noche de tal forma que hasta el Giraldillo asomó la cabeza.

Cuento esto porque José Fernández Torres, Tomatito, es un gitano muy gitano y anoche lo fue más aún. No tocó un solo por soleá, que en Sevilla tendría que ser algo obligado porque es como un himno de esta ciudad, la cuna de Tomás Pavón y del Niño Ricardo. Se templó con aires levantinos y luego todo fue fiesta, velocidad, compás vertiginoso, picados con sabor a vino de solera y, eso sí, una balada de esas que te ponen más tierno que una torrija, pero que no es nada flamenca. ¡Pero qué sentimiento nos regaló el Tomate en esa balada! Para desquitarse de la falta de flamenquería, unas alegrías muy airosas en las que ya se acoplaron las voces, como la de su hija, que es un alfiler moreno, de fina que es, pero con ayes tan lastimeros como los Clarito Mojama. Puro contraste con la de Simón Román, que rompe los tonos y cruje como la leña de encina seca. Aunque dejó algo de pujanza para las bulerías, lo más flamenco de la noche. 

Me refiero a la que tocó Tomatito, en concierto. Es su palo, por ahí no tiene rival y a nadie le suena la guitarra como le suena a él por bulerías. Impresionante escucharlo tocar de esa manera en tan venusto marco sevillano y con Paco y Camarón en el aire y en la cabeza de todos. Después llegaron los tangos, más bulerías, bulerías por soleá con una Paloma Fantova hecha puro nervio, y poco más. ¿Hacía falta más? La Bienal tendría que ser más tomatera, es decir, más flamenca, con más torniscones, con más y mejor aire. Sencillamente porque es lo que buscan los aficionados de otros países, sin olvidarnos de los de la tierra. Una vez más, Tomatito vino y nos metió el flamenco en las entrañas. No fue solo un concierto de guitarra flamenca, porque él no es un concertista a la antigua usanza, aunque anoche acarició las cuerdas como pocas veces lo hemos oído. Fue, como decía, algo más que un concierto de flamenco. Anoche vino un gitano de Almería a lastimarnos de gusto.
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