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El tren que olía a culo de mandril

Pablo Requena
Periodista

Escribo estas líneas mientras se cumplen seis horas desde que me subí al magnífico tren que cubre el trayecto desde Almería hasta la capital del Reino, ya saben, ese talgo conocido como “tardo” en el que te da tiempo a hacer prácticamente de todo… y repetir varias veces. Como digo, se cumplen seis horas desde que embarqué y ni siquiera se vislumbra aún la polución madrileña que flota en el aire de sus calles… mala señal: aún me queda otra horita para llegar.

Ya sé que la mierda de tren que nos une con Madrid es un tema muy manido, y que por desgracia (o más bien por incompetencia) aún nos queda muchísimo para que podamos contemplarlo en un museo -que es donde debería estar ya- en vez de verlo pisando huevos por el prado, pero no por ello voy a dejar de escribir sobre él cada vez que me toque sufrirlo en mis carnes.

Miren ustedes: los trenes de media distancia (por ejemplo, Jaén-Madrid, o Salamanca-Madrid), en los que no sueles pasar más de tres horas, son cien veces más modernos, rápidos, espaciosos, y están mucho mejor equipados que los de larga distancia. De muestra, un botón: si usted ha cometido la torpeza de no viajar con la batería de su móvil llena y va en el tren en el que yo me encuentro ahora mismo, olvídese de utilizarlo hasta llegar a su destino. En cambio, en esos trenes de media distancia a los que me refiero, cada asiento tiene su enchufe, en el que también puedes conectar la batería del ordenador portátil, o cualquier otro accesorio que te haga el viaje más llevadero. Pues a mí me chirría que, el que vaya a viajar durante tres horas o menos, disponga de todos estos ¿parabienes? mientras que los que nos metemos a las siete de la mañana en un tren y nos bajamos a las dos de la tarde, tenemos que ir en el ferrocarril de Indiana Jones y la Última Cruzada.

Y digo lo de Indiana Jones para, aparte de recordar al gran José María García, quien definió así el avión Almería-Madrid hace ya más de 12 años, no olvidarme de la peste a mono de circo que destilan todos y cada uno de los vagones del talgo en el que me hayo ahora mismo. Sí, hace ya tiempo que no está permitido fumar, pero ello no es óbice para que hasta el último rincón de este pedazo de boñiga de tren - espero que noten mi hartazgo por los adjetivos empleados- huela a una extraña mezcla de cenicero manido y culo de mandril.

En fin, les dejo, que me voy a la cafetería de esta hojalata pestilente a matar el rato que me queda para llegar… eso sí, me echaré, como mínimo, veinte euros “pal” bolsillo, porque los desorbitados precios de los amigos de la Renfe son otro cantar. Un bocadillo y una lata de cerveza te pueden salir por cinco euros o más. Y no estoy hablando de bocadillos con caviar ni cerveza de importación; jamón del LIDL y Cruzcampo calentorra. Pero de ello escribiré en mi viaje de vuelta, que más de seis horas dan para eso y mucho más. Blog de Pablo Requena: http://almeria102.blogspot.com/

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