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La fraternidad universal

Mar Verdejo Coto
Ingeniero Paisajista
Hay veces en la vida en la que te plantean una acción, y, por muy descabellada que nos parezca, como en un acto de rebeldía, decimos que sí. Siempre es más fácil hacerla en grupo, protegidos, entre los que te quieren, y, como en una acto de fe ciega, te lanzas. La idea surgió en la mente del pintor Andrés García Ibáñez, obsesionado con la obra de Beethoven, y como en una muda de piel, quería cambiar el lienzo inicial. Ya no veía el universo de la Novena Sinfonía como un coro celestial. Lo soñaba con total desnudez. La idea, ya madura, me la transmitieron un domingo de noviembre, ante mi incredulidad, en el Paseo Marítimo, de noche, con el rumor de las olas. ¿Y por qué no?, me dijo un compañero.

El artista leyó el Manifiesto y el Decálogo de Equo, que son un compromiso de armonía entre seres y un alegato contra la corrupción. En el Manifiesto de Equo se denuncia: “La humanidad corre el peligro de perder el control  sobre su propio destino”. Beethoven aguardaba “un reinado en la tierra, conquistado sólo a través del amor y la fraternidad universales”, “una idea utópica por la que hoy, más que nunca, claman los desheredados de la tierra”, comentó el pintor que enseguida se inspiró para que fuésemos nosotros sus modelos. Necesitaba 36 personas vinculadas a Equp, simpatizantes o amigos que en equidad posaran como en un coro clásico. Parece fácil, e incluso heroico, pasar a la posteridad de la mano de Ibáñez. En una semana se fueron sumando poco a poco los modelos, pero también el miedo a la repercusión mediática nos hizo ser temerosos. No fue tan fácil.
A los siete días, en la mañana del domingo, de la mano de Andrés, recorrimos su Museo. Cuadro a cuadro nos iba contando sus impresiones, sus anhelos, su lucha por hacer de su comarca un referente cultural. Nos habló de la Ciudad de la Cultura y de la importancia que tiene para él que su hijo crezca en el Valle del Almanzora, entre los recuerdos de su niñez. Sala a sala nos fuimos desnudando a capas el alma, nos enseñó las obras aún no expuestas, ilusionado por todos los proyectos hechos y por hacer. Indignado, pero sin desfallecer. Estábamos maravillados con su obra y con él como persona.
A medida que avanzábamos por las diferentes salas íbamos enmudeciendo, cada vez más nerviosos pensando qué sala es la que estaba preparada para posar. Algunos nos conocíamos, pero otros no. El pudor nos iba invadiendo. Sería en la sala grande, después de los magníficos grabados de Goya. Iluminada, de colores anaranjados, al fondo, esperaban los bancos y un atril con el poema de Schiller en alemán. En la sesión fotográfica cantaríamos la Oda a la Alegría. Nos la cantó el pintor, con voz firme y decidida, como el que escucha hasta el infinito una misma melodía y tiene que enseñársela a sus pupilos. La sesión fotográfica se haría con partitura y sin ella. Solo estaríamos nosotros, él y el fotógrafo. Nos organizó, nos contó, ¡contamos dos veces!, ni siquiera sabíamos cuántos íbamos a posar y si estábamos los 36 al completo. Andrés, por si acaso, tenía un plan B, con menos modelos. Los hombres se desnudarían allí, y las mujeres en el taller del pintor.
En el taller la algarabía era tremenda. Despojándonos de las ropas también lo hacíamos de nuestras sombras. Nos llegaban los cantos de ellos, nos esperaban, ya en sus lugares definitivos del cuadro. Nosotras, alborotadas, llegamos con albornoces y zapatillas, nos atropellábamos. Dejaron de cantar. Decididas íbamos ocupando un lugar en dos niveles. ¡Fuera albornoz! Comenzamos a entonar la novena con partituras con voz tímida, sin gesticular. La música a todo trapo. ¡Hay que cantar con más intensidad! ¡Fuera partituras!, nos decía. Y así, a tres voces cantamos una y otra vez la Oda a la Alegría en español. Hacerlo en nuestra lengua nos ayudó a estar más cómodos, a liberarnos como coro. En cada nota nos desprendimos de prejuicios, y de miedos. Cantamos en total sintonía con la naturaleza, con el entorno y los compañeros. Ibáñez hizo unos cambios para la composición definitiva. Fue una verdadera comunión. Se transmitía la fuerza y las emociones del coro. Los que esperaban abajo se emocionaron al escucharnos. Andrés le había dado instrucciones al fotógrafo Pablo G. Ibáñez sobre qué perspectiva quería de las fotos. Tras hacer ráfagas y comprobar con el pintor que tenía material suficiente terminó la sesión. Nos quedamos con la sensación de brevedad, algunos ya estábamos tranquilos disfrutando del momento. El patio, en la sobremesa fue el protagonista, el coro siguió cantando cerrando un día lleno de intensas emociones.
En el apabullante mural con dimensiones colosales se percibe la fuerza, sintonía y emociones del coro. La unión entre pintura y música se hace realidad en las impactantes imágenes en tres dimensiones. Las figuras parecen que están vivas, que respiran, que hay aire entre ellas, se les oye cantar.
Quiero agradecer a Andrés su trabajo apasionado, su esfuerzo incansable y dedicación titánica en esta obra, y el impulso que da a la cultura en nuestra provincia.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena, Andrés Ibañez, que supiste dirigirnos con sencillez y gran acierto. El miedo, la vergüenza, las "sombras" dieron paso a las emociones, esas que se contemplan en el cuadro in situ, y que podemos revivir a través del artículo. Enhorabuena.

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  2. Puedo entender el pudor al desnudo, de todos los que hemos tenido una educación sesgada y parcial, pero hemos de convenir, que en el desnudo en sí, no hay nada malo. Muchas veces -la mayoría de las veces- la visión impúdica está más bien en los ojos de quién mira, que no en la desnudez en sí.

    Admiro vuestro valentía y vuestra fraternidad en una buena causa, que sin duda, siempre tendrá la valiosa recompensa de saber que no ha sido en balde, pues, sin buscarlo, ni pretenderlo, ya formáis parte de la historia del Arte, en esta gran obra de Andrés García Ibáñez.

    Felicidades por vuestra contribución y valor.

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