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El árbol de los poetas

Mar Verdejo Coto
Ingeniero Paisajista

Pocos son los árboles en la ciudad de Almería que se libran de talas y mutilaciones aberrantes. Rafael Alberti nos lo describe: “Han descuajado un árbol. Esta misma mañana, el viento aún, el sol, todos los pájaros lo acariciaban buenamente”. La ciudad está llena de humillaciones a nuestros amigos, los árboles. Esos que de manera generosa nos regalan sombra y frescor en los días calurosos, mantienen limpio el aire de contaminantes partículas, o cobijan a nuestros pájaros cantores. Nos dan perspectivas urbanas nuevas, y se convierten en pantallas visuales y sonoras de nuestras estridentes actividades… Parecen callados, mudos a su drama, pero ¿quién puede escucharlos?
En el árbol confluyen todos los mundos. Es el amor verde de poetas, pintores, escritores, paisajistas, jardineros… Los árboles siempre tienen historias interesantes que contarnos, sólo hay que estar atentos a lo que nos cuentan, al lenguaje de las hojas, al ruido de las ramas, a la apertura de las flores o la madurez de los frutos… Siempre hay que estar cerca y escucharlos con inteligencia jardinera. Antonio Machado dijo: “Sí, buen árbol; ya he visto como truecas el fango en flor, y sé lo que me dices; ya sé que con tus propias hojas secas se han nutrido de nuevo tus raíces”. En los árboles anida la poesía.
Hay un árbol en Almería, en el Paseo de San Luis, que es el “abuelo” de los árboles de la ciudad. Se plantó el primero en esta ciudad despojada de verde. Ejemplar único, centenario, que de manera púdica se desnuda de hojas rápidamente, para volver al mismo tiempo a vestirse de sus órganos fotosintéticos. Continuamente nos lanza poemas en forma de hojas, vainas y frutos, a los jardineros nos vuelve locos, ¡bendita locura la del jardinero! Es un Ficus virens, que todos los años nos envía sus mensajes cifrados, códigos que sólo los que tienen alma de poeta descifran.
Sara y Dunia, dos niñas poetas de La Chanca, en un paseo de vuelta al barrio, lo descubrieron, y enseguida vieron en el “abuelo” un ser fantástico al que querían abrazar y llenar de poemas. El árbol les mandó mensajes cifrados, de esos que sólo los poetas entienden. Sara hace volar poemas desde su ventana en La Chanca, y Dunia los recita con desparpajo a pesar de sus diez años. Nos dijeron: ”Este árbol debería de ser el árbol de los poetas”. Dejemos los árboles a los poetas, ellos sí que son dignos de sus nombres, porque nuestros centros culturales, plazas y calles empiezan a ser indignos para ellos, los poetas.

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