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El (des)prestigio de la política

Jesús Muyor Rodríguez
Profesor del Grado en Trabajo Social de la Universidad de Almería

De qué estás formado, depende de la genética;
en qué te convertirás, de la política
Stanislaw J. Lec

No corren buenos tiempos para la política. No, al menos, en una idea política que es más una forma de hacer que una forma de ser. La actual política se escuda en una crisis económica para hacer un recorte en aquello que falta, que no se tiene y que, además, se necesita. Una crisis económica que está agudizando los síntomas de precariedad, pobreza y exclusión social.

Por poner algunos datos, recogidos en el Informe FOESSA 2012, la proporción de hogares por debajo del umbral de pobreza es cercana al 22%. El porcentaje de hogares que no reciben ingresos ni del trabajo, ni de prestaciones por desempleo o de la Seguridad Social afectaba a finales de 2011 a un 3,3% de los hogares españoles, cifra un 34% más alta que la que había al comienzo de la crisis. Este fenómeno está registrando un crecimiento sin precedentes, superando en casi 150.000 hogares el valor máximo recopilado en los últimos 25 años. La tasa de pobreza en España es una de las más elevadas de la Unión Europea. Un tercio de la población declara tener dificultades para llegar a fin de mes. Con todo ello, el impacto de la crisis ha provocado un aumento en la demanda de Servicios Sociales en torno a un 40%.

La irracionalidad política: “A ver quién manda aquí”
Ante esta situación el Gobierno intenta dar respuesta a las situaciones de emergencia social recortando los presupuestos destinados a tal fin. Familias, personas, vidas que quedarán a merced de la buena voluntad de otras para recuperar una dignidad recortada y perdida. Pero la política no es una forma de ser gobernado sino también una forma de gobernar. Porque la política no es más que el conjunto de las razones para obedecer y de las razones para sublevarse.

La reivindicación ciudadana es el derecho a reclamar los derechos. A ejercer la política, en el sentido aristotélico, como “zoon politikon”. Como personas que viven en sociedad y buscan la justicia social como algo que sólo puede encontrarse en el ejercicio de la ciudadanía.

Claro que Aristóteles confiaba en un sistema político gobernado por los “mejores”, aspecto que, en la actualidad, si ustedes lo tienen a bien, espero se me conceda el beneplácito de la duda. Pero incluso Platón admite, (no sin adulterar un poco sus ideas), que un pueblo gobernado por mediocres pero apoyándose en la ciudadanía puede gobernarse bien.

El problema reside entonces cuando a la ciudadanía se le criminaliza por hacer política, sin comprender que la cuestión política no puede entenderse sin la ciudadanía. Es decir, las personas que formamos parte de la sociedad tenemos el derecho a transformar la sociedad. Desde la ciudadanía social no hacemos política sino que somos, política.

De modo que la sociedad exigirá el reconocimiento y el establecimiento de derechos fundamentales porque son los requisitos para una vida digna. Una vida donde los derechos sociales como la educación, el derecho al trabajo, el derecho a la salud, son cuestiones que (de)limitan nuestra forma de vida. Y la libertad de reclamar un derecho no es cuestión de rebeldía sino de justicia.

De esta forma, la protesta ciudadana no es más que intentar que la injusticia de unos pocos no acabe con la justicia de todos.

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