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Sindicalistas e independentistas, extraña mixtura


José-Tomás Cruz Varela
Exdirector de RR. HH. Sensatez

Desde el comienzo de la crisis, la actividad sindical experimentó un gran descenso en lo que respecta a contenido y representación. Nada que ver con el prestigio cosechado por las centrales sindicales CC.OO y UGT en épocas anteriores, lideradas por sus secretarios generales Marcelino Camacho y Nicolás Redondo respectivamente, ambos dotados  de un gran prestigio, personalidad, eficacia y una honradez incuestionable. Como mero detalle,  simplemente comparando la ridícula asistencia actual a la fiesta del del trabajo (1º de mayo) con la de épocas anteriores, todo parecido es mera coincidencia.

El presidente del Parlamento de Cataluña, con los secretarios generales de UGT y CCOO en aquella comunidad autónoma

Durante estos últimos años, los  llamados sindicatos de clase han perdido prácticamente  gran parte de su reconocimiento y representatividad, que ahora y como remate pretenden aparecer y convertirse en corriente del independentismo catalán y coadyuvando a la ruptura de España. Funciones que para nada coinciden con el cometido para el que fueron creados. Su inoportuna adhesión a la manifestación convocada para el próximo domingo día 15 supone entre otras razones un ataque contra el poder judicial. Su función, amparada por la Constitución española, no guarda relación alguna con su dedicación a fomentar el secesionismo que corresponde a organizaciones dedicadas a tales menesteres. Cabría preguntarse si opinan lo mismo las federaciones sindicales de las restantes Comunidades.

Con la adhesión a la anunciada manifestación, pura demagogia, solo pretenden justificar su respaldo a la movilización soberanista, como vínculo de unión entre la sociedad catalana y la llamada normalidad institucional, política y judicial, desviándose del contenido de su labor principal, consistente en la defensa de los intereses de los trabajadores.

A lo largo de la mencionada crisis, los  sindicatos quedaron prácticamente desaparecidos y desacreditados. Su defensa de los llamados “presos políticos” no pasa de ser una burda pantomima muy cuestionada, si bien rechazaron la propuesta de una huelga general, entre otras razones por las exigencias e incomodidades que originaría, sin que tampoco convenciese a las centrales sindicales el motivo de su convocatoria. El balance en la destrucción de puestos de trabajo y la fuga de empresas está resultado sangrante y sin visos de solucionarse a corto plazo.

El objetivo a conseguir pasa por sacar a la calle el mayor número de ciudadanos posible, enrarecer el clima y ser portada de periódicos de papel, digitales y restantes medios de comunicación, con el consiguiente baile de cifras en torno a cuantía de asistentes. Que nadie olvide que desde hace escaso tiempo todo es “transversalidad, choque de trenes y para colmo, posverdad”. En definitiva, una movida más para mantener vivo el movimiento separatista, y,  como no, el puñetero “proces”. El resto de la sociedad española y una gran parte de la catalana interpretan lo que está sucediendo como una estrategia intolerable con la pretensión de beneficiar a unos cuantos y la desacreditación de nuestra democracia. ¡Tiempo al tiempo!

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