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El aburrido verano de John Lennon en Almería

Ánxel Grove
Helena Celdrán
Trasdós

Septiembre de 1966, en una de las playas del municipio almeriense de Carboneras. El hombre sentado en la arena es el beatle John Lennon, que en unos años se convertiría en adalid del pacifismo. Es justo sospechar -para los Beatles sólo existía un mundo y empezaba y terminaba en el Reino Unido- que Lennon no tenía idea de que unos meses antes, el 17 de enero, dos bombas atómicas de 1,5 megatones cada una  (la Little Boy de Hiroshima tenía una potencia mil veces menor) habían caído al mar a menos de 40 kilómetros del lugar de la plácida fotografía, en el también almeriense Palomares.

Lennon, en la playa de Almería
Con el ánimo de un turista cansado y sin crema solar en las maletas -algunas fotos le muestran con el habitual matiz de cangrejo de río de los ingleses en vacaciones-, es necesario disculpar a Lennon de vivir en otro universo y no enterarse de casi nada (aunque no olvidó que le trajeran a Almería un Rolls Royce de pop star millonario con chófer): estaba en la costa mediterránea española disfrutando de un merecido break para jugar a hacer cine y le importaba un bledo todo lo demás.

Menos de un mes antes, el 29 de agosto, los Beatles se habían despedido de los conciertos comerciales tras comprobar que no eran capaces de reproducir en directo los cada vez más complejos sonidos y juegos de voces del estudio -escuchen la desafinadísima versión estilo Factor X de Paperback Writer con la que castigaron a la audiencia en el último show-. También estaban muy quemados: su agente, Brian Epstein, les había embarcado en una demencial y desordenada carrera de ratas de 1.400 actuaciones en los últimos cuatro años. Nada importaba con tal de facturar, sostenía el menesteroso Epstein, un tipo tan aparentemente cordial como ambicioso al que sólo le quedaban unos meses de vida.

Antes de empezar a grabar el nuevo álbum del grupo, que sería Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club, los cuatro beatles decidieron perderse de vista por unos meses, romper la pesada convivencia diaria, salir de la espiral gira-disco-gira e intentar reencontrar el dinamismo. Paul McCartney se dedicó a hacer vida social e interesarse por la música electrónica, George Harrison pasó unas semanas en la India recibiendo clases de sitar de Ravi Shankar, Ringo Starr se dedicó “a engordar”, como él mismo admitió, y Lennon se vino al mini Hollywood de Almería a participar como actor en la película Cómo gané la guerra.

Cortijo Romero
El film, una sátira de las películas bélicas, es tan malo como las dotes como actor de Lennon, a quien convenció para que aceptase el papel el director Richard Lester, el efectivo artesano que había trabajado con los Beatles en las operetas promocionales ¡Qué noche la de aquel día! (1964) y ¡Socorro! (1966) -pese a las admiraciones, ni siquiera admisibles para comer palomitas- y que ahora veía en el nada autocrítico Lennon, una de esas personas convencidas de que, hiciese una canción o un garabato, el arte estaba en sus genes, un buen gancho para un taquillazo. No fue el caso.

Lennon declaró más tarde que se aburrió mucho en la costa de Almería. Para celebrar su 26º cumpleaños (9 de octubre) hizo traer de Londres a su mujer, Cynthia, y a Ringo. Cuarenta años más tarde, invitada de nuevo a la ciudad, ella fue sincera al reconocer su provincianismo (“era completamente distinto de lo que conocíamos. Jamás había visto a una mujer vestida toda de negro“) y cierta tendencia a la histeria o intolerancia a la marihuana: “Allí ocurrían cosas extrañas (…) Las cosas se movían, las luces se apagaban y encendían (…) Una vez se fue la luz durante más de media hora”.

Para alojar a los invitados Lennon alquiló el Cortijo Romero. Tras tres décadas de abandono, el caserón palaciego, con grandes jardines, huertos con frutales y piscina, ha sido restaurado y alberga ahora la Casa del Cine del Ayuntamiento de Almería para recordar el efímero pasado de la zona como lugar de rodajes baratos.

Lennon y sus invitados dejaron la casa el 6 de noviembre tras una trifulca con los propietarios, se fueron a Madrid en tren y de allí a Londres en avión. Mientras tanto, McCartney hacía el camino Londres-España en coche para darle una sorpresa a su colega, pero se desvió hacia Málaga y, al enterarse de que Lennon ya estaba de vuelta en el Reino Unido, regresó él también.

En suma, las seis semanas del beatle en la costa almeriense dejaron una pésima película, un bronceado mal llevado, la primera vez que Lennon usó los espejuelos de la Seguridad Social británica (una exigencia del guión) que se convertirían en imagen de marca, bastante aburrimiento y -el oro entre tanto carbón- una canción compuesta en soledad en la playa de San Miguel y grabada en un magnetofón portátil en uno de los cuartos del Cortijo Romero: Stawberry Fields Forever. El 9 de noviembre, dos días después de llegar a Londres, Lennon fue a visitar la exposición que tenía en cartel la Indica Gallery, entre cuyos fundadores estaba McCartney. Exhibía cuadros “no terminados” de una tal Yoko Ono.

No soy el primero en hacerme estas preguntas: ¿y si McCartney hubiese pasado de Málaga y llegado a tiempo para encontrarse con Lennon en el cortijo? , ¿y si los dos músicos decidiesen quedarse unos días más en aquellos arenales donde casi nadie les molestaba?, ¿y si grabasen más canciones en el magnetofón?, ¿y si el destino hubiese dejado plantada a la mujer que arruinó los campos de fresas para siempre?

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