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Homenaje a Los Coloraos

José Luis Martínez
Editor de La Voz de Almería

Excelentísimo y Señor Alcalde de Almería, señores portavoces de los grupos municipales del Ayuntamiento de Almería, excelentísimas e ilustrísimas autoridades, señoras y señores.

No pueden no ser mis primeras palabras sino las del agradecimiento al Al­calde y a la Corporación por el honor que se me brinda de ser el orador en este acto de tan simbólica relevancia que conmemora una fecha muy espe­cial en la historia de Almería.

Un momento del homenaje
Muchas gracias por sus anteriores palabras, don Luis Rodriguez Comenda­dor.  De acuerdo con su reflexión. Sean los medios que sean, se publiquen  donde se publiquen las noticias o la opinión, siempre he considerado, como dicen los estatutos de un centenario periódico en que me instruí desde niño, que nuestro ejercicio profesional se debe distinguir “por su parquedad en tributar alabanzas y por su templanza e imparcialidad para examinar la gestión de las autoridades, formulando respetuosa censura o tributando el debido aplauso, sean cuales fueran las personas que adopten los acuerdos”.

Estar hoy aquí, en este salón de Plenos del Ayuntamiento, supone un orgullo para cualquier persona de convicciones democráticas, en cuanto sede de la más democrática de las expresiones, la de la voluntad de los ciu­dadanos. Es un acto importante, sin duda, en la historia de cada año de nuestra ciu­dad.

Muy importante porque nos demuestra la Historia que si de algo no pode­mos prescindir los demócratas es de la memoria de quienes lucharon por la Libertad, como aquellos que dieron lo más preciado que tenían, su propia vida, por construir un ordenamiento constitucional como el que ahora, casi dos siglos después y tras duros, durísimos avatares históricos, por fin goza­mos los españoles. La libertad es un sentimiento compartido -nadie es libre si no lo son los que respiran su mismo aire, soportan su mismo calor y su mismo frío y viven sus mismas emociones- y también es el mejor instrumento para el progreso.

El alcalde impone a José Luis Martínez
el escudo de oro de la ciudad
Como dijo el director de la Voz, Pedro Manuel de la Cruz, en una confe­rencia reciente en la Universidad de Almería, “España ha avanzado más en treinta años de libertad y democracia que en trescientos de autoritarismo”. Y Almería, su provincia y su capital, sus mujeres  y sus hombres son un ejemplo incontestable de ello.

La representatividad democrática del lugar donde nos encontramos también es consecuencia de aquellos dos intentos, el de la Constitución de Cádiz de 1812 y el del heroico pronunciamiento del 24 de agosto de 1824. En ambos hechos se pretendía una mayor participación ciudadana y un mayor progreso en la libertad de las conciencias.  En definitiva, una mayor conquista de libertad. Es importante el mantenimiento de la memoria democrática.

Ésa es la importancia de actos como éste, cuya liturgia viene a recordarnos que quienes ostentan la responsabilidad de ejercer la función pública son personas que, de una manera u otra, dedican sus esfuerzos e ilusiones a la consolidación de los principios que defendieron aquellos que nos antecedie­ron en su lucha por las libertades, los Coloraos y muchos otros.

La reivindicación de la memoria y su exposición ante los ciudadanos siem­pre amasará el ejercicio prudente de la gestión pública, siempre será antí­doto contra demagogias y fundamento para los acuerdos.

Un momento del acto
Quienes protagonizaron aquel acto confiaban en sí mismos y en unos prin­cipios. Pensemos en su ejemplo y tomemos nota de él, siempre y, sobre todo, en es­tos días de turbulencias en los que tenemos como imperativo ético que diri­gir  nuestro espíritu y nuestro esfuerzo hacia el bien colectivo del bienestar, en este caso el progreso de la sociedad a la que pertenecemos.

Ése es el valor de la política, la acción que, dirigida por principios que se han ido modulando y perfeccionando a lo largo de la Historia por los propios re­presentantes públicos, ha servido para mejorar los sistemas de convivencia humana y la calidad de los espacios físicos en los que las personas conviven. Así ha sido siempre en democracia, así es y así seguirá siendo.

Miremos a nuestro alrededor. Si Almería ha mejorado de manera cualificada en las últimas décadas ha sido también por la intervención de la política. Por ejemplo, si no se hubieran hecho las autovías –cuya realización parte del impulso político, tras aquella campaña ciudadana expresada de manera reivindicativa bajo aquel slogan de Almería, sin salidas, recordada hace unos días por Enrique Martínez Leyva– el sector agrícola almeriense no se­ría lo que hoy es. Ha habido esfuerzo, tesón, lucha diaria, mucho esfuerzo, mucho tesón, mu­cha lucha cotidiana.

José Luis Martínez, con el alcalde
Leyendo los artículos de Eduardo del Pino en La Voz o el libro que acabo de terminar Historia de un niño. Memorias de un niño de Almería, que escribió el almeriense Fermín Estrella ya en avanzada edad y en  Buenos Aires, a donde marchó con su familia, cuando solo tenía nueve años, y que ha edita­do recientemente el Instituto de Estudios Almerienses, se observa cómo de lo poco se hacían cosas hermosas, cómo de la necesidad se generaba arte­sanía cotidiana para una vida más digna.

Recurrir a testimonios de nuestros antepasados promueve nuestra fortaleza, pues de lo que ha existido se va modulando un futuro con mayor madurez humana. Nada puede mejorar en base a nada, si siempre lo escuchamos de quienes nos precedieron, mucho de verdad habrá en ello.

En todos esos textos se percibe un ejemplar denuedo por la supervivencia en momentos problemáticos, pero también un afán por la austeridad y el esfuerzo.

Con ese mismo tesón, en silencio y con humildad, pero con mucho trabajo, personas cualificadas e instituciones han convertido Almería en una provin­cia puntera en tecnología agrícola o de la piedra natural.

Un momento de la intervención del pregonero
Pero no solo aquellos liberales del 24 de agosto de 1824 fueron héroes.  También quienes tuvieron que emigrar y los emprendedores de los últimos tiempos lo  han sido y requieren nuestra admiración y respeto. Y nuestro apoyo.

También es héroe quien sin protagonizar ninguna hazaña  hace lo que debe en cada momento. Tiene su heroísmo, y mucho, la vida cotidiana. Como aquel maestro, don Vicente Gomis y Noguera, que describe en su libro Rafael Estrella, que daba sus clases en un primer piso de dos plantas a niños de todas las edades, donde los mayores enseñaban también a los pequeños. El autor, con lágrimas en los ojos,  recuerda a su único maestro y hace un homenaje a don Vicente, que enseñó en una lejana ciudad de provincia “sin más satisfacción ni más estímulo que la de cumplir con su conciencia”, re­lata el autor.

Sin estar atados al pasado, riesgo que puede contaminar el bello senti­miento de la  nostalgia, y con la virtud del conocimiento de las cosas y de los errores cometidos, existe la oportunidad, incluso en estos momentos de confusión y sufrimiento, de ir progresando. Almería ha progresado, ha progresado en ocasiones contra corriente, sin duda, pero, a mi limitado entender y saber, creo que necesita más ambición colectiva y más capacidad de seducción para conseguir que nuestra lejanía de los foros de poder se convierta en una acción progresiva de iniciativa y bienestar social. Deben saber quiénes toman decisiones que nos afectan, deben saber, digo, que Almería también existe. Aunque estemos lejos de ellos, ellos deben ser conscientes de nuestra apor­tación a la riqueza regional y nacional, y sobre todo deben saber que con­tribuimos y podemos contribuir aún más a un  mayor progreso económico del país.

El homenaje a Los Coloraos es uno de los actos más
solemnes que se celebran Almería
En Almería se han entendido los proyectos de futuro de Andalucía, y a veces se han aceptado con excesiva disciplina. Pero es hora de que se valoren también los nuestros, teniendo en cuenta la singularidad de la provincia. Y es fundamental que nosotros mismos nos los creamos, los promocione­mos y los apoyemos.

No tenemos tiempo para leer todo lo que cae en nuestras manos, seleccio­namos, lógicamente. Es mi costumbre leer todos los artículos de un veterano colaborador de La Voz en la edición de los domingos, José Fernandez Revuelta, y recientemen­te las colaboraciones esporádicas de Manuel Abad. Me dejo llevar por su ya probada madurez. Me gustan las opiniones de las personas de avanzada edad. Ellos dos, y muchos otros,  defienden con entusiasmo la necesaria colabo­ración de instituciones para conseguir una sociedad más integrada en la defensa de los intereses de la provincia. No recurro a ilustres dirigentes políticos, o empresariales o sociales, para unirme a ese deseo, que también los hay, recurro a  unos vecinos sin más. Ambos piden más unión y menos sectarismo.

Para reivindicar, como es nuestro deber, que Almería también existe se precisa una mayor predisposición de la acción política al consenso y  a la colaboración. En eso confiamos. Quedan por superar notables problemas, pero esa colaboración entre las administraciones, que solucionaron ya importantes retos en los capítulos de las infraestructuras o del agua o en la extensión de las redes educativas y sanitarias, debe continuar, y debe continuar con ilusión.

Los logros conseguidos demuestran con claridad el valor, la trascendencia de la acción política, su influencia directa, crucial en el progreso humano, en la mejora de nuestras condiciones de vida y, por lo tanto, en nuestra fe­licidad misma.

Es digna de elogio la labor política, digno de elogio ese generoso impulso de trabajar por la sociedad que mueve a afrontar una responsabilidad y digna de elogio la constancia con la que día a día hay que ir desempeñando esa responsabilidad, a menudo en situaciones muy difíciles –como las de hoy– y siempre en condiciones complicadas, porque exige de elección y decisión, de firme determinación, de compromiso con unas opciones por una parte y, por la otra, de la exposición a la crítica, al rendimiento de cuentas por esas decisiones.

Nos encontramos en una institución clave de nuestra convivencia, la muni­cipalidad, el concejo, la asamblea de electos, la cámara vecinal. Son los electos, los responsables de unos votos delegados. Son personas de excelencia que, voluntariamente, han elegido dedicarse a la administración de los ciudadanos y, sobre todo, son personas elegidas por ellos. Desear ser elegido no solo es una ambición sana de las personas, también es de una gran responsabilidad en cuanto te eligen para ejercer el bien y ser eficaz. Se quiera o no son personas con virtudes específicas. Son la minoría egregia que necesita una comunidad, un colectivo, un pueblo, según  expresión de Ortega y Gasset en su España invertebrada.

Ustedes y nosotros tenemos que creernos esa función para que de esa ma­nera lo institucional cale en la ciudadanía y la jerarquía de la autoridad sea respetada.

El trabajo político adquiere más relevancia en momentos como éstos, en momentos de mayor incertidumbre.

Frente a la crisis económica que nos acecha, frente a la indefinición y limi­tada capacidad de dirigentes de los más importantes organismos internacio­nales, y la posible subordinación en algunos casos de éstos a intereses de los grandes poderes económicos, sólo una renovada fuerza de las instituciones democráticas, de representación parlamentaria o ciudadana, podrá llevar­nos a una situación más equilibrada y justa.

No ha sido en mi oficio la dedicación a opinar o analizar situaciones, se re­quiere mucha formación o experiencia para eso, pero percibo que la conse­cuencia más grave a la que nos está llevando  la crisis económica es al parón institucional europeo y a dudar peligrosamente  sobre el proyecto unitario del viejo continente.

Nos esperan años difíciles. Pero no menos difíciles que en otras épocas his­tóricas. Las mentes más brillantes y más representativas tendrán que ofrecer so­luciones, intuyo, a todo un proceso constituyente –un verdadero proceso constituyente– de Europa. Será una experiencia dura, pero es necesaria. Ustedes saben muy bien lo que significa un proceso constituyente, de su transcendencia y de los cambios que conlleva en la sociedad. La renuncia a ese proceso y, por lo tanto, la renuncia a la unificación euro­pea “sería una despedida de la historia mundial”, han escrito hace unos días tres destacadísimos intelectuales alemanes, uno de ellos Jurgen Habermas, premio Príncipe de Asturias en 2003.

Pese a todos los presentes inconvenientes debe predominar en nosotros la esperanza, elementos de optimismo y la confianza en quienes configuran la digna representación ciudadana, porque de otras situaciones peores hemos salido. Para ello será necesario grandes acuerdos nacionales y europeos.

Leía hace unos días las palabras del Presidente del Congreso de los Dipu­tados, don Jesús Posada, sobre su antecesor en esa Presidencia –también ilustre intelectual y profesor– don Gregorio Peces Barba, del que destacaba “la lealtad, el compromiso, la tolerancia, el respeto y el sentido de Estado,  su constancia en el servicio a nuestro país”. Coincido con ese testimonio. Y más todavía por referirse a Gregorio Peces Barba que, junto a don Joaquin Ruiz Jiménez y don Pedro Altares, fueron las personas que condujeron mis primeros pasos profesionales en Cuadernos para el Diálogo. En pocos años se  nos han ido los tres.

Quiero recordarlos con cariño y como ejemplo de un gran proyecto de con­vivencia: si un ex ministro del franquismo, como don Joaquín, un hijo de guardia civil, como Pedro Altares, y un hijo de un fiscal de la República condenado a muerte, como Gregorio Peces Barba, fueron capaces de iniciar aquel proyecto de convivencia, creo que muchos otros pueden conseguirlo. Con lealtad, con compromiso, con tolerancia, con respeto y con sentido de las instituciones, mejor será, sin duda, esa necesaria acción política y, por consiguiente, mejor será la vida de todos y cada uno de nosotros, los ciuda­danos.

Compromiso con las propias ideas, compromiso con las instituciones demo­cráticas y compromiso con el territorio y con su gente.

Éstas son las tres grandes características que ha de tener –y que tiene– la acción política, como bien definió aquel almeriense ilustre, continuador de esa línea liberal del pensamiento de los constitucionalistas de Cádiz y de los Coloraos, que fue don Nicolás Salmerón y Alonso cuando, en 1891, agrade­cía su nominación y decía:

“No necesitaba exponer mis ideas políticas a los republicanos que han acor­dado llevar mi nombre a los comicios; pero deseaba manifestar a mis paisa­nos lo que, por trascender de las ideas al sentimiento, acaso pueda presu­mir. No quiero, al menos, dejar de decirles que, al aceptar esa candidatura, no aspiro tanto a ganar con ella un puesto en el Parlamento para luchar por el ideal republicano, como a ligar al amor de la tierra en que nací el honor de representarla”. 

Palabras dignas, muy dignas, las de aquel alhameño que llegó a la más alta magistratura del Estado, tan dignas como todo su importante legado inte­lectual y político.

Y no puedo no acabar estas palabras sin aludir a algo que cobra especial significación en la conmemoración de la gesta de Los Coloraos de este año, 2012, su coincidencia con dos hechos históricos tan alejados en el tiempo como próximos en lo más profundo de su significación y de su concepto: la conmemoración de los doscientos años de la Constitución de Cádiz de 1812, a cuyo valor simbólico y político ya me he referido, y la certificación de la derrota política de ETA, que constituye en sí misma un triunfo de la acción política democrática en cuanto es resultado del común esfuerzo de la sociedad española en su conjunto, de sus dirigentes políticos y de sus fuerzas de seguridad.

Han sido demasiados días, demasiadas horas, demasiado esfuerzo, dema­siado sufrimiento hasta ver este final, para asistir a esta victoria de la demo­cracia sobre el terror, del sentido común frente al miedo.

“La sociedad vasca ha vivido hasta tal punto sometida al terror durante tanto tiempo que ha sido tentada como ninguna a la renuncia de la propia libertad”, afirmó con toda la razón el entonces diputado por Álava, hoy por­tavoz del grupo Popular en el Congreso, Alfonso Alonso en este Pregón de los Coloraos de 2008. Cierto es. Por eso ha supuesto un tan colosal triunfo de la democracia espa­ñola esa derrota del terrorismo.

Sirvan también estas palabras, en este día tan señalado, como homenaje y reconocimiento a todas las víctimas de ETA, 829 asesinados, entre ellas casi una decena de almerienses. Su dramático, injusto final, es también un activo, y muy importante, de la democracia.

Confiemos en que ni posibles ni próximos éxitos electorales premien en el futuro la irracionalidad de tantos años: una sociedad  políticamente madu­ra no puede comprender ni elogiar ni apoyar lo que ha sido el ejercicio del terrorismo en una sociedad democrática.

Mi mujer, María Jesús Orbegozo, escribió una novela hace dos años titulada Hijos del árbol milenario, en la que narra a través de una saga familiar la historia del País Vasco desde los años treinta a los ochenta. Su última frase en un epílogo que es una invocación al árbol de Guernica dice:

“T, árbol milenario, a todos proporcionas sombra. Todos tus hijos, los naci­dos y los llegados, tienen cabida bajo su anchurosa fronda. Que todos, con corazones limpios y generosos, así lo entiendan, y quieran, y vivan en larga, fecunda y duradera paz”. Así sea.

Gozamos de suficientes motivos para celebrar tal día como hoy como la fies­ta de la libertad. Celebrémoslo, pues, con orgullo y madurez. Muchas gracias por su atención, muchas gracias.

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