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José Manuel Román, periodismo desde la cuna


Emilio Ruiz

Pocos periodistas almerienses concitan en torno a sí tanto cariño y respeto como José Manuel Román. Periodista desde la cuna –su padre, Manuel Román, es un histórico del periodismo almeriense-, desde que era un mozalbete hemos visto sus artículos en La Voz de Almería. La privatización de este periódico dio a sus trabajadores la posibilidad de continuar en su plantilla o pasar a depender de la Administración del Estado. José Manuel, previendo un futuro incierto para la prensa en general –como así ha sido-, encaminó sus pasos hacia la estabilidad laboral.

José Manuel Román recibe una 'Hoja del lunes' de la presidenta, Covadonga Porrúa

Pero aquel cambio no supuso en Román un desprendimiento de la relación con la profesión. Durante muchos años ha sido el ‘alma máter’ de la Asociación de la Prensa de Almería, ‘el hombre que siempre está ahí’, el ‘Comandante’, que le dicen sus compañeros. Ahora se ha jubilado, que eso también es un decir, pues seguro que él continuará muy ligado al oficio o personalmente a quienes lo practican. Sus compañeros le han tributado un merecido homenaje. Además del cariño humano, que era, es y será manifiesto, se le ha entregado el escudo de oro de la AP-APAL y, también, se le ha hecho un regalo inédito: una publicación, Palabras para José Manuel Román, que recoge artículos elaborados por periodistas almerienses. Quienes somos aficionados a estos de hilvanar palabras para verlas publicadas en el periódico, José Manuel era el enlace que nos unía a los profesionales. A ver ahora quién va a ser el mensajero.

Como una muestra de contribución al homenaje, reproducimos un par de artículos redactados por sus compañeros:

La leona y el señor del bigote gris
Por Alicia Amate

(Toc, toc)

No sabía qué hacía ahí, pero tenía que ir. Había vivido. Había viajado. De repente -cosas que pasan-, me encontré donde siempre evité regresar y tocando puertas que no tenía entonces muy claro si llevarían a algún sitio. Una voz gritó:

-¡Adelante!

Pasé. Sentado en una mesa había un señor mayor (para mí, al menos, que era muy joven).

-Hola, soy Alicia y soy periodista. Acabo de llegar del extranjero y no sé qué hacer con mi vida. 

Asumo que, más que probablemente, no son las palabras exactas pero, ahora, casi una década llena de altibajos profesionales después, es eso lo que recuerdo. Me explicó cómo funcionaba la asociación, quién era quién en los medios almerienses, en las administraciones, en la política... 

Me ofreció echar una mano para las publicaciones de la federación. Es más, iniciamos un laboriosísimo plan para aquello que se llevaba antes del autoempleo (guiño, guiño). No sé si el señor del bigote gris se acuerda de cuántas horas pasé quejándome y bebiendo vasos de agua delante de su mesa. Soy de quejarme y de beber agua, lo reconozco. Y él también así que, rápidamente, hicimos buenas migas incluso sin que lloviera. Un día, algún tiempo después, todo cambió.

-Román, ¡que me han llamado de España Directo! ¡Me voy a Madrid!

De nuevo, oraciones imaginadas.

-¡Enhorabuena, leona!

Esta si es real. Desde ese momento, cada nueva aventura la he empezado contándosela a Román y, siempre, al menos una vez, volvía a llamarme leona. La última vez que marqué su número, era yo quien le felicitaba. Me contó las grandes noticias de su nueva vida, sus planes, sus deseos de disfrutar de lo que está por venir. Pero -supongo que no puede evitarlo- apenas hablamos de él unos minutos. Enseguida, tornó la conversación hacia las nuevas aventuras de la leona que se encontró perdida en el desierto. No sé si soy una gran felina, cazadora y valiente, pero tener a una persona que piensa eso de ti, sin duda, ayuda a querer seguir corriendo por la sabana. Y eso solo lo consigue alguien como el señor del bigote gris: un león que todo lo sabe y todo lo comparte. ¡Enhorabuena, león!

La vieja escuela
Por Miguel Cárceles

El mayor de los cumplidos que en los tiempos que corren puede recibir, ni que sea de forma aislada y en muchas ocasiones con más exageración que realidad, es el de parecerse a los de la “vieja escuela”. Un término ya de por sí paradójico, porque a quienes así se les califica son ya de la facultad. Y lo de viejo o vieja es algo tan sumamente subjetivo que decae por su propio peso. Sin embargo, y pese a esto, sigue siendo una definición que llena de orgullo. Se asocia a los periodistas de la vieja escuela el ser aguerridos, el llegar al fondo de las historias, el no quedarse con las declaraciones. El bucear en papeles hasta desentrañar lenguajes y jergas que le son ajenas. El no andarse con circunloquios, el defender lo que se cree justo. El encontrar en el tedio la significación del periodismo: la novedad, lo que interesa a la gente. Aquello que resulta relevante en su vida diaria y cuya vigilancia recae en el encargado de contar historias.

A Román le conocí hace muchos años en la Asociación de la Prensa, junto a Belda y otros de esa vieja escuela en la que yo también meto a grandes personas como Pepe Martínez o José María Granados. Me sorprendía de forma muy especial el modo en el que derrochaban -derrochan- ilusión por una profesión en demasiadas ocasiones desvencijada, afeada, mal valorada y mal pagada. De esas que no tienen horarios, de las que minan la vida familiar y social. Como si no existiese una vacuna lo suficientemente desarrollada para deshacerse de ese virus que te lleva a dedicarte a este malogrado pero maravilloso oficio.

En una ocasión, hace ya bastantes años, me encontré a Román por el Paseo. Los dos volvíamos a casa en direcciones contrapuestas. Y sin aflojar el paso, alzó la mano y me dijo: “Cárceles, me ha gustado lo de hoy (no recuerdo la noticia a la que se refería]). Tú eres de los periodistas de antes, de los de la vieja escuela”. Arqueó el bigote con la sonrisa y siguió camino de casa. No sé si lo dijo en serio -aunque Román no es hombre de decir las cosas por decirlas- . Pero las palabras nunca son gratuitas y a mí, que tengo en alza el esfuerzo de una vida de trabajo desinteresado y consciente, consistente y con valores, me hicieron mella. He pensado mucho en aquello.

En estos tiempos turbios en los que parece que todo se tambalea, las reflexiones existenciales son habituales, constantes. ¿Soy de los de antes? ¿O el tiempo nos está (me está) cambiando con esta nueva forma de contar y con estos nuevos temas “relevantes de relevancia relativa”? ¿Contamos lo que le interesa a la gente o más bien al contrario, estamos cayendo en una rutina de raíles sin posibilidad de divergir? ¿Cumplimos nuestro cometido? ¿Hacemos justicia a la historia de una profesión, de un oficio, que ha costado tanto sudor a nuestro mayores?

Sé que siempre tendré en Román alguien a quien poderle preguntar sus pareceres. Un hombre que en tiempos de flaqueza insufla ánimos y recarga las pilas. Curioso, que tenga que ser un veterano quien anime y acalore a un novel. También alguien crítico, íntegro, de los que también te sacan los colores cuando te desvías de la senda. Y yo, mientras tanto, intentaré a diario parecerme mínimamente a esos de la vieja escuela, a los 'Romanes' de los que me gusta rodearme. De los que he aprendido y aprendo y por los que a día de hoy dedico mi vida a este oficio de contar las cosas.

Un Bullas
Por Gema Hernández

Creo que fue en enero de 1979 cuando entré por primera vez a la redacción de un periódico. Era La Voz de Almería y yo tenía que hacer un trabajo sobre Historia del Periodismo en tercero de carrera. Mientras subía las escaleras, tristes y con falta de un buen barrido, oía las voces de alguien apremiando al que luego conocí como Epifanio, el “chico” de los recados. Solo oía a aquel insistir con un “¡¡¡¡vamos, que es pa hoy, hombre !!!!!”.

Cuando me decidí a entrar al santuario del periódico, la redacción, me inundó una sensación aún más triste que la que me trasladaron las propias escaleras que acababa de subir: estaba vacía, no había nadie…¿eso era la redacción de un periódico, sin máquinas echando humo, sin gente entrando y saliendo buscando la certeza de cualquier hecho, tal y como siempre había visto en las películas? Sin embargo, de fondo, continuaba oyendo a esa persona hablar con alguien por teléfono pedir que le confirmase si podía mandar al fotógrafo ahora, ahora mismo, a hacer unas fotos de un pequeño equipo de fútbol de no sé qué barrio. Me dije, pero que bullas tiene.

Al fin se percató de mi presencia y con una cordialidad extraordinaria me preguntó en qué me podía ayudar. A él le llevó más tiempo facilitarme todo tipo de bibliografías, autores y archivos que a mí buscarlos en su momento. Era como un torbellino de información que no cesaba, ni siquiera cuando empezaron a entrar sus compañeros del diario, a los que evidentemente, también me presentó: Grijalba, Paco Gerez, Salmerón…Este hombre que hacía deportes sabía de todo de los vivos y hasta de los muertos. Román era lo que ya conocemos hoy en día por globalización en su más estricto significado; todos los datos los interconectaba; no había nada que dejara de integrarlo en el ámbito político, económico, social, cultural, relatado además con la misma pasión que una crónica deportiva, “poniendo toda la carne en el asador”.

Y yo solo necesitaba hacer un trabajo sobre la Historia del Periodismo de esta provincia. Por suerte, desde que soy periodista no he dejado de tener contacto con él. En los últimos siete años he seguido disfrutando de la energía, del trabajo, de la pasión, del esfuerzo y sobre todo, del optimismo, de la paciencia y de la humildad de este Bullas gracias al premio de periodismo „Colombine‟.

Os aseguro que sin él, el Carmen de Burgos no hubiera llegado a la VIII edición de este año, y es que él ha sabido sortear como nadie las muchísimas dificultades que se le han presentado al premio a lo largo de sus siete ediciones. Para mí este Bullas no es otro que la persona confiable, que sabe transmitir toda su capacidad con mucho sentido del humor y con mucho jaleo, en cualquier circunstancia, como hizo aquel invierno para ayudarme en un trabajo de Historia del Periodismo. Espero que su nueva etapa la viva con menos bulla.

(Para acceder al resto de artículos sobre José Manuel Román escritos por sus compañeros, pinche aquí)

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