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La dramática espera de un error


Pedro Manuel de La Cruz
Director de La Voz de Almería

Lo dijo bajo secreto de confesión profesional uno de los máximos conocedores de la investigación: puede haber muchos motivos, pero, quien la puso, quería que la camiseta fuese encontrada. ¿Para qué? Eso es lo que la investigación acabará desvelando.  Seis horas después de la detención de Ana Quezada, pareja del padre de Gabriel, ese interrogante continúa sin ser respondido oficialmente (aunque, seguro, que la Guardia Civil lo sabe ya) y, quizá, no sea otro que el de alejar a los que buscaban a Gabriel del lugar donde su cuerpo había sido escondido en aquella tarde de horror y desconsuelo. Donde no hay mucho espacio para la duda es en las manos que la llevaron a aquel cañaveral.

Todas las cadenas de televisión han hecho un gran despliegue informativo

“Todo es cuestión de tiempo- sostenía la misma fuente- Hay que esperar a que quien ha llevado a cabo la acción cometa un fallo; y siempre (bueno, en la mayoría de los casos, ya sabes), acaban cometiéndolo. Yo tengo mi hipótesis, pero no preguntes: no voy a responder. Es tan jodida que hasta a mí me da escalofrío pensarlo. Ahora mismo no tenemos pruebas, de verdad, pero no lo puedo evitar, no puedo”. Intuí entonces y en aquellos primeros días lo que mi fuente desde el otro lado del teléfono vaticinaba. 

Como la llevaba cuando pactamos que ni La Voz ni la Ser barajaran hipótesis. Hipótesis puede haber tantas -añadió en otra conversación- como personas dispuestas a elucubrar, pero algunas pueden perturbar mucho la investigación alertando al autor o autores de la desaparición.

Edición de hoy de La Voz de Almería

La pista del condenado por acosar a la madre de Gabriel se descartó pronto. En las primeras horas parecía la más sólida. Obsesionado con Patricia, con dos condenas por acoso (la última pocas horas antes de la desaparición de Gabriel) y con un vacío -coincidente en el tiempo en que se produjo la desaparición, qué casualidad- en el control de la pulsera telemática que le marcaba el perímetro de alejamiento que debía mantener con Patricia, todos los indicios apuntaban hacia él. 

Con la solidez de esos argumentos comenzaron los interrogatorios en la comandancia de Almería, pero, a medida que pasaban las horas, la consistencia indiciaria inicial se fue diluyendo. El trastorno emocional que padece el acosador le situaba casi en la invulnerabilidad a la estrategia investigadora aplicable en estos casos. “Una persona sin alteraciones emocionales graves (digámoslo así), cuando es sometida a unos determinados estímulos reacciona dentro de un abanico de respuestas más o menos previsibles que nosotros analizamos a través de expertos y en el caso de Gabriel contamos con los mismos que en la investigación de Diana Que, los mejores. Pero, dadas las circunstancias personales del detenido, no estamos ante ese caso”, concluía la fuente en otro contacto posterior. Los testigos que aseguraron ver al condenado por acoso ese mismo día y a esa misma hora en Antas, a más de sesenta kilómetros de Las Hortichuelas, acababan(casi) cerrando esa pista.

Sorprendió, sin embargo, que el que apareció en las primeras horas como principal sospechoso, acabara pasando de los calabozos de la Comandancia a la cárcel del Acebuche. Una fuente judicial matizaba a los pocos días que la decisión, correcta desde la lógica jurídica, podría acabar perjudicando el esclarecimiento del caso. “Si está encarcelado, su capacidad de movimientos es nula y, por tanto, la posibilidad de que, en caso de ser él el responsable, pueda cometer un error que lleve al esclarecimiento del caso queda anulada”. En la otra trinchera de la argumentación, otra fuente también judicial, sostenía que el encarcelamiento del primer sospechoso haría creer al autor o autores reales que no estaban en el foco y eso les relajaría en sus comportamientos acercándoles a la comisión de algún error.

En medio de ese mar de dudas, uno de los máximos responsables del ministerio del Interior sostenía el martes que la visibilidad de los rastreos minuciosos y casi retransmitidos en directo por los medios de comunicación “está siendo complementada por otras estrategias investigadoras mucho más opacas, pero de las que, estamos seguros, que acabarán dando sus frutos. No te las puedo decir, compréndelo, Pedro, pero ahora esa es nuestra principal línea de investigación y es posible que pronto tengamos noticias, aunque, lamentable y dolorosamente, pueden no ser buenas. Son muchos días ya y la hipótesis de un secuestro está descartada. Nadie se ha puesto en contacto con la familia y nadie ha pedido nada. Hasta que un caso no se resuelve no estamos seguros de nada, pero la idea del secuestro está descartada”.

Al final y como preveían la Guardia Civil y los expertos en el ministerio de Interior, el error se acabó produciendo. Ana Quezada, la pareja del padre de Gabriel, salió pocos minutos después de las diez de la mañana de la casa de la abuela, donde tanto y tan falsamente había llorado; sacó el cuerpo del niño de un pozo y cuando se creía a salvo en la puerta del garaje de su vivienda en Vícar fue detenida por guardias civiles de paisano que la habían seguido, no desde esa mañana, sino desde casi el comienzo mismo de la investigación. En aquellas horas iniciales no había apariencia ni indicios de culpabilidad, pero la historia ha demostrado que la cercanía al desaparecido es un atajo que, en la mayoría de los casos, llega hasta su autor.

La gente -me dijo anoche con desaliento un experto en criminalística- la mayoría de las veces mata por dinero, por amor o por celos. Saque el lector sus conclusiones. 

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