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Las seis palabras de Susana a Pedro y Pablo

Pedro Manuel de La Cruz
Director de La Voz de Almería

Susana Diaz volvió al comité federal después de la derrota de las primarias y ante las preguntas sobre el desencanto de su victoria inalcanzada respondió que a ella le gusta ganar hasta cuando pierde. La frase sonó a ocurrente, pero no he oído o leído ninguna reflexión que haya ido más allá de su estética sintáctica. Quizá sea la maldad que dan los años, pero creo que quedarse en la atractiva contradicción de esas palabras es un error. La frase está tan meditada que en solo seis palabras -“Me gusta ganar hasta cuando pierdo” dijo literalmente- hay todo un análisis de lo ocurrido en los últimos tres meses. Porque lo que, en mi opinión, la presidenta de la Junta quiso decir a quien lo entendiera es que dos postulados con los que se presentó a la secretaria general del PSOE y por los que fue, en gran medida (por decisivos) derrotada, son los que, al final, han acabado imponiéndose en Ferraz.

Pablo Iglesias y Susana Díaz

Desde el inicio de la guerra abierta entre Pedro Sánchez y Susana Díaz hubo dos posicionamientos diametralmente opuestos. Mientras los pedristas optaban por aproximarse a Pablo Iglesias haciendo acto de contrición pública televisiva (“me equivoqué con Podemos”, confesó Sánchez a Jordi Evole en aquel Salvados memorable) y contemporizando, después de su victoria en las primarias, con una moción de censura a Rajoy apoyada por los independentistas, Susana Díaz mantuvo desde el principio, y desde antes del principio, que con la banda de Iglesias no podía llegar a ningún acuerdo a nivel nacional.
Me lo dijo Susana Díaz en 2014: “El PSOE nunca podrá llegar a acuerdos con Podemos para gobernar porque nosotros queremos cambiar el Gobierno y ellos quieren cambiar España"
Me lo dijo en septiembre de 2014 paseando por uno de los patios del Palacio de San Telmo: “El PSOE nunca podrá llegar a acuerdos con Podemos para gobernar España. Y no podemos llegar porque nosotros queremos cambiar el gobierno, pero ellos quieren cambiar España, hacer otro país, romper lo construido”. Han pasado tres años y tres meses desde entonces y aquella percepción (que no creí: siempre pensé que, si era necesario, pactaría con Podemos en Andalucía; me equivoqué y a veces me lo ha recordado, la última hace unas semanas también en San Telmo), esa diferencia extraordinaria entre querer cambiar a Rajoy o querer cambiar España, digo, se ha hecho evidente en la estrategia desarrollada por Iglesias y Colau en la crisis catalana.
Podemos, sus confluencias y los independentistas hubieran apoyado a Pedro Sanchez, pero no para que gobernara el PSOE, sino para poder llevar a cabo su estrategia de demolición de un Estado en precario
Podemos, sus confluencias y los independentistas hubieran apoyado a Pedro Sanchez frente a Rajoy, pero no para que gobernara el PSOE, sino para que, sosteniendo el gobierno de Sánchez, poder llevar a cabo su estrategia de demolición de un Estado en precario, porque, ¿cómo se puede gobernar el país con solo 85 diputados de una cámara con 350? Esa extremadísima debilidad hubiese sido la mejor aliada para la tarea de demolición de la estructura territorial y política a la que populistas y secesionistas aspiran.

Sánchez coqueteó con ambigüedad durante el verano con la moción de censura pero su prudencia, la presión de los barones, la división en el grupo parlamentario y el camino hacia la locura emprendido por los defensores del procés desde el esperpento bolivariano del 6 y 7 de septiembre despejaron las dudas que pudiera haber en la dirección del PSOE. El Pedro Sanchez de la campaña de Primarias había cambiado. Los días de vino y rosas entre PSOE y Podemos habían llegado a su fin. Para Iglesias, aquel Pedro Sánchez que era la esperanza blanca de su estrategia, el caballo de Troya con el que iba a tomar la Moncloa para demoler el Estado, ha acabado siendo un traidor por pasar del “No es No” al Rajoy al “Si es Si” al 155. Y es en la aplicación del 155 -la aplicación de la Constitución, no lo olviden- donde se encuentra la otra columna en la que se sostiene la aparente contradicción de ganar aunque se pierda.

El posicionamiento de los socialistas catalanes a favor de Sánchez frente a Susana tenía un precio: el recurso literario y envenenado del Estado plurinacional. Pero ese placebo, como hubiera pronosticado un estudiante de primero de Políticas, no funcionó
Durante años el PSC ha mantenido un equilibrio permanentemente inestable sobre la Constitución y el derecho a decidir y no eran pocos en el PSOE los que temían la continuidad de esa ambigüedad. El posicionamiento abrumador de los socialistas catalanes a favor de Sánchez (más del 80 por ciento de apoyos) frente a Susana tenía un precio. El reelegido secretario general se lo dio con el recurso literario y envenenado del Estado plurinacional. Pero ese placebo, como hubiera pronosticado cualquier estudiante de primero de Políticas, no funcionó. Los independentistas aspiraban y aspiran a todo y las palabras se las lleva el viento si detrás no llevan consecuencias jurídicas.
El derecho a decidir ha desaparecido del imaginario de los socialistas catalanes y la plurinacionalidad o la nación de naciones ha acabado convertida en un delirio en el cielo podemita
Los independentistas llevaron su estrategia hasta el final y el Gobierno aplicó el 155 que tanto disgustaba a Iceta y a Sánchez aunque lo acabaran apoyando. El derecho a decidir ha desaparecido del imaginario de algunos socialistas catalanes y la plurinacionalidad o la nación de naciones ha acabado convertida en un delirio en el cielo podemita. “El PSOE está ahora donde debe estar”. Lo dijo ese mismo día del comité federal la presidenta andaluza. Unan las dos frases. Solo así puede entenderse como puede haber victorias después de la derrota. 

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