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Transición y sedición

Antonio Felipe Rubio
Periodista

El concepto de monarquía y sus variantes -zarismo, sultanato, teocracia, dictadura comunista…- me resulta chirriante y anacrónico, especialmente si conservan reminiscencias medievales y la omnímoda concentración de poderes ejercidos con total desprecio a una mínima concesión democrática. La Monarquía Parlamentaria española queda perfectamente definida, delimitada y estructurada en la Constitución. Desde la proclamación de Juan Carlos I quedó claro que le sucedería su hijo, y no caben más cábalas ni reediciones de la Transición, salvo que se plantee una reforma constitucional profunda hasta llegar a la propuesta de cambio de régimen que, sólo y únicamente, se puede alcanzar con la mayoría reglada en las cámaras legislativas que legal y democráticamente nos representan.

El Príncipe Felipe
La apelación a una segunda transición es un eufemismo del impulso sedicioso que alientan minorías del estrato revanchista, anarquista y nostálgico del gerracivilismo. Transición no es sedición aprovechando coyunturas que, siendo notorias, no son más que consecuencia del inapelable paso del tiempo y la tiranía biológica. Con la abdicación de Don Juan Carlos no se abre debate alguno que no sea el de una nueva etapa en la jefatura del Estado inserta en nuestro modelo que, insisto, es una Monarquía Parlamentaria.

Entiendo el rechazo intelectual a la herencia sucesoria como requisito de acceso a la jefatura de Estado, y me sumo a ese argumento, pero éste no es el caso. Felipe, Aznar, Zapatero y Rajoy alcanzaron el alto honor de presidir España gracias a una sucesión de acontecimientos, coincidencias, oportunidades, suerte… que condujeron a elevar a la presidencia del Gobierno a personas más o menos dotadas. Sin ir más lejos, ZP era un diputado lacio y desconocido que, gracias a un inesperado giro de voluntades interesadas y de última hora, se alzó como secretario general del PSOE y, después, ganó democráticamente la presidencia del Gobierno.

En el caso de Rajoy, nombrado por Aznar y, tras despedirse en el balcón con un lacónico “¡adiós!”, entendimos una despedida que, urgida desde ciertos sectores críticos, se tornó en una tozuda lucha por resurgir.

Con esto quiero decir que a la presidencia del Gobierno puede acceder cualquiera (en algunos casos, un cualquiera) que jamás se lo esperaba, pero no es el caso del futuro Rey Felipe VI. Aquí no concurren coincidencias, intrigas congresuales, primarias, suerte, oportunidad… No. Felipe se está preparando para representar la unidad de España desde su más tierna infancia. La educación, formación, preparación… en definitiva, la forja de un rey moderno no es fruto sólo de la herencia. Felipe se va a graduar después de aprobar la “carrera” más larga y exigente que ningún otro español haya cursado.

Albergo esperanzas que no pasan por el cuché y el boato palaciego. Espero sentirme honrado y orgulloso de un rey que ejercerá como brillante y prestigioso representante de España, allá donde sea menester, y garante de la unidad nacional.

Renuncio al republicanismo sedicioso, oportunista y excluyente. Repudio el ultraje a la Bandera. No quiero Cuba, Venezuela, China, Corea N… ni Suazilandia, Omán, Arabia S… y me identifico con Francia, Suiza, Alemania… y Gran Bretaña, Luxemburgo, Holanda, Dinamarca… no es cuestión de monarquía o república, es cuestión de estabilidad democrática, cultura, educación y superación de fantasmas.

Con la actual Monarquía Parlamentaria está garantizada la estabilidad y la cordura; con la sediciosa reinstauración de la tercera república sí es factible la aparición de los fantasmas que acrisola la nefasta, revanchista y guerracivilista Tricolor.

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