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Los propietarios de los ríos

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

“Los ríos vivos son la manifestación más singular de la buena salud del conjunto de ecosistemas que componen un paisaje”, afirmó en 1989 el profesor González Bernáldez (1933-1992), una de las grandes referencias del ecologismo en España. Y sus palabras vienen muy a cuento con el protagonismo en torno al Guadalquivir. Me parece muy bien la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el río Guadalquivir. Pero la cuestión no es exclusivamente de quién es el río y a quién corresponde gestionarlo, si a la comunidad autónoma o al gobierno central, aunque previamente habría que explicar qué es gestionar un río. Creo que los ríos no son de nadie, pertenecen a la tierra, a la naturaleza, y nosotros tenemos el usufructo donde no vale todo. Los ríos no son empresas para hacer negocio, ni industrias para desarrollar y producir.

Los ríos constituyen elementos del equilibrio del paisaje y sus habitantes, de los territorios por donde transcurren. Y constituyen, pues, elementos claves para la vida. Los ríos tienen su encuentro con las ideas. Con ellos viaja también la voz poética, la imaginación literaria, la terapia del agua, la esperanza de los pueblos colindantes, el sentir del arte. Precisamente todo lo contrario de lo que tradicionalmente se ha venido haciendo con los ríos, sometidos a todo tipo de acosos y controles para capturarlos y explotarlos. Los ríos, aunque forman parte de la cultura de los pueblos y de los sentimientos de sus poblaciones, en la mayoría de los casos están presos, profanados en su tránsito natural, recluidos en jaulas establecidas por el ser humano, indefensos ante el agua arrebatada. Son vertederos, cloacas, almacenes de agua contaminada. Sus riberas están degradadas, sus cauces, en mucho casos, invadidas por construcciones y todo tipo de instalaciones, con o sin permiso. Y poco a poco han ido agonizando. Hay ríos prácticamente muertos, otros que resucitan un poco por las lluvias. El Guadalquivir, efectivamente, no es ni de los andaluces ni de los extremeños ni tampoco de los españoles. Ya han surgido algunas protestas ciudadanas en Andalucía contra la decisión del Constitucional; desde un espíritu chovinista. Es el mismo espíritu que animó las protestas en Zaragoza contra el trasvase del Ebro, hace años, con motivo del Plan Hidrológico Nacional, protestas justas, pero no por los argumentos que proclamaban los manifestantes: ‘El río es nuestro’. Pues no. Ni el Ebro es de los aragoneses ni el Guadalquivir de los andaluces.

Para situar una propuesta de estudio y debate, hay que mirar el panorama de los ríos en Andalucía. No se trata solo del Guadalquivir. Por ejemplo, en el caso de la provincia de Almería, el panorama es bastante desolador. Oficialmente no parece que haya mucha inquietud sobre los ríos ‘almerienses’: el arroyo de la Cañada del Salar en los Vélez y la historia sobre el origen almeriense del Guadalquivir, que es otra historia; río Adra, río Almanzora, entre otros cauces, algunos de ellos vinculados a Murcia.

Y sobre todo está el río Andarax, que nace y muere, nunca mejor dicho, en la provincia. Dicen los historiadores que en la época romana el cauce del Andarax era permanente. Hoy día es un río degradado que nace en el cerro del Almirez, con ímpetu adolescente, configurando un paisaje que se integra en el sentir de muchos de los pueblos por donde pasa, recibe las aguas del río Nacimiento (cuando las hay), atraviesa la aridez del desierto de Tabernas, viaja hacia la costa y, poco a poco, es objeto de toda clase de agresiones hasta desembocar moribundo en el mar, sin ‘aire’, en una agonía trágica que a casi nadie parece importar. Y lo mismo podríamos decir de los demás cauces fluviales de la provincia.

Ante esta realidad deprimente, el río, los ríos, antes que nada, exigen respeto. Y para eso, para gestionar, lo primero que hay que hacer es escuchar atentamente la voz del río, de todos los ríos.

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