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Santiago Peydro, el comerciante que llenó la Argentina de almerienses


Manuel León
Periodista

➤ Hace unos años, en el desván de una casa bonaerense, un muchacho encontró revolviendo papeles un cuaderno de hojas mustias olvidado por la familia. Matías Peydro se sentó en un tablón en el suelo y comenzó a leerlo. Era el diario de su bisabuelo, Santiago Peydro, un almeriense que emigró con su familia a La Argentina en 1907 acosado por las deudas en su negocio de barrilería y de la que ya no volvió nunca más.


Decidió entonces hacer algo con esas hojas habitadas por fechas y nombres, por la descripción de acontecimientos importantes de la familia, por sentimientos encontrados sobre personas de su lejana Almería. En esa libreta amarilla, que acababa de descubrir uno de sus descendientes, el emigrante almeriense volcaba en veloces apuntes telegráficos toda su rabia por tener que salir de su tierra atormentado por los usureros y todas su pena por los tres hijos que enterró en el panteón familiar del Cementerio de San José.

Matías creó un blog familiar para intentar conectar a toda la familia Peydro, a todas las tribus descendientes de ese Moisés, que atravesó el Atlántico para sacudirse el yugo de los préstamos a gabela y poder alcanzar la Tierra Prometida. Y lo logró. Y durante este tiempo, desde el hallazgo de Matías, los Peydro de cinco generaciones, repartidos por Buenos Aires y por Rosario, por Tucumán y por Mendoza, se han ido comunicando y descubriendo historias conjugadas en pretérito indefinido.

Y han sabido el porqué de tantas Marías del Mar en la familia y la leyenda verdadera del baúl que acompañó al patriarca, como un arca de la alianza, desde que embarcó en el Muelle de Almería, enfrente de los almacenes de Emilio Ferrera, hasta que arribó al prontuario de Buenos Aires. Ese baúl en poder ahora de Santiago Fornaguera Peydro, otro bisnieto que vive en París y que aún conserva las estampillas de la Virgen en el fondo de esa valija con la que su antepasado cruzó el océano hace más de un siglo.


Espoleados por todas las revelaciones que iban saliendo en el blog, retados por la reconstrucción de todo ese andamiaje familiar, intrigados por descifrar el ramaje del tronco común almeriense, los Peydro argentinos han hecho varias quedadas tumultuosas para comer asado y tomar mate mientras iban oyendo a los mayores relatar los escasos recuerdos que se conservaban de su antepasado, como en aquella serie Raíces, en la que el almeriense Santiago Peydro podría ocupar el papel de Kunta Kinte y Almería el del río africano Kamby Bolonga.

La paradoja es que hoy día, en Almería apenas quedan vestigios del apellido Peydro en el listín telefónico y en Argentina medran por todos los estados. El relato de la historia familiar encontrada por Matías en ese cuaderno olvidado arranca con la inauguración de la casa familiar en 1888 en el Paseo del Príncipe, 52, donde hoy hay una oficina del Santander. Santiago Peydro Batlles (1869- 1921) era hijo de Santiago Peydro García y de Teresa Batlles Blanes. Allí en el Paseo tenían padre e hijo su despacho de consignación de madera, corcho, duelas y serrín para sus clientes barrileros.

La vida y los negocios les sonreían a los Peydro en esa Almería de finales del XIX y el protagonista de esta historia se casó en la Capilla del Seminario con Mercedes Pardo en 1896. El matrimonio tuvo diez hijos: Teresa, Mercedes, Andrea, Santiago, Leopoldo, Josefa, José, Josefa, Leopoldo y Fernando, de los que tres fallecieron. A partir de 1903, los negocios de Peydro empezaron a torcerse y llegaron las dificultades financieras con el estancamiento del mercado del corcho y la falta de capital por la crisis uvera y recurrieron a préstamos y garantías hipotecarias de los amigos, que iban desconfiando cada vez más, hasta acumular un pasivo de 452.000 pesetas.

La familia quedó atrapada por créditos leoninos de prestamistas como José González Canet, Trinidad Giménez Aviragnet, Hijos de Ricardo Giménez y Santiago vuelca en la escritura de ese diario cómo se va derrumbando su mundo en su ciudad, entre esa gente con la que había compartido puros y banquetes, y que terminan por darle la espalda ante los malos tiempos. Y tiene que empezar a vender propiedades, como su almacén de la calle de Pescadores, esquina Martínez Campos, y el propio despacho del Paseo.

Hasta que decide hacer lo que hicieron tantos almerienses de entonces: emigrar al Nuevo Mundo. Su mujer le llenó de mudas el baúl y el 17 de abril de 1907 embarcó en el Araguaya rumbo al Puerto de la Plata. Allí pronto se empleó en la casa de comercio Casado con un sueldo de 350 pesos y unos meses después arribó su mujer con sus hijos. Y a partir de entonces los Peydro, como tantos otros almerienses, como el escritor Fermín Estrella como el dibujante Manuel García Ferre, empezaron a escribir una nueva historia en una nueva tierra de promisión, una historia que nunca hubiera salido a la luz si su bisnieto Matías no hubiese curioseado aquella mañana entre trastos del cobertizo.

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