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La Chanca, espíritu de resistencia

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Hay que volver a La Chanca, al espíritu de aquel barrio donde cada vecino se sentía en el grupo de todas las gentes sin fronteras. Uno a uno. Familia por familia. Amistad en todas las direcciones. Había que volver a este barrio que ha forjado sus señas de identidad por libre. Una nueva oportunidad de retorno está en el libro La Chanca. Un cambio revolucionario (1940-2000). En Palabras de Pepe el Barbero (Letra Impar Editores, 2016), de Pepe Criado. Significativo prólogo de Juan Goytisolo: “Una llamada a nuestra conciencia: la de la necesidad de afrontar los problemas de integración y convivencia que actualmente se plantea: actividades culturales (teatro, música, cante); alfabetización de jóvenes y adultos, educación ciudadana (lucha contra las drogas y la exclusión social); modestia en la labor hecha y firmeza ante lo que queda por hacer”.

La Chanca, un cambio revolucionario

La memoria de La Chanca encierra un pequeño mundo con una gran diversidad, forjado entre vecinos, en medio de un área marginal, con la aportación del mundo gitano y sus valores, de una identidad que se resiste a desaparecer, bajo el fantasma de una pretendida integración que en el fondo busca la negación del ser de la cultura gitana; en los encuentros de la calle, en el sentido de la frontera frente al resto de la ciudad. Y en medio, la identidad del barrio que permanece con su espíritu de resistencia.

Hay que regresar a aquel tiempo de la Transición, cuando se consolidaron los gestos de rebeldía y protesta colectiva, con el protagonismo de la Asociación de Vecinos La Traíña; con el detonante que fueron las huelgas, protestas y asambleas de los pescadores en los setenta, que aglutinaron a todos los vecinos, hombres y mujeres a la par. 

Por La Chanca transitan los ecos de la contestación revolucionaria de José García Rueda Pepillo El Barbero, del párroco don Marino, que se consideraba ciudadano del mundo y entendía su compromiso sacerdotal evangélico con su cercanía al mundo de los pobres y desfavorecidos; del testimonio de Javier Ayestarán, un marianista, en principio, que se integró con la identidad popular del barrio; de periodistas que se negaron a ser neutrales y sacaron a la luz de la información almeriense lo que pasaba realmente en La Chanca, como el ejemplo de Manolo Gómez Cardeña, en aquella Redacción Abierta de Ideal.

Un mundo cultural se fue abriendo paso en La Chanca, en el cante, el grito jondo, y el baile, en cualquier lugar, en la identidad arquitectura única de sus casas, en el teatro popular que surgió con la Asociación de vecinos y el dramatismo, por ejemplo, de Paquitina y su espontaneidad en Bodas de sangre. El sentido propio de un patrimonio que va por dentro.

Como ya escribí en 2006, de nuevo hay que volver a La Chanca, mirarla desde la lejanía, ver cómo se acerca, cómo viene a nosotros, independiente, orgullosa de sus maneras, dando su bienvenida, su hospitalidad, junto a sus demandas. Con sus problemas  que permanecen, pero con el orgullo de una dignidad asombrosa. Por todas estas cosas, he regresado al espíritu popular del barrio, para ofrecerle mis respetos con la esperanza de un reencuentro que llene este tiempo tan vacío, sabiendo que La Chanca me acompaña en mis sentimientos, allá donde fuere. Para mirar el mundo de otra manera.