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Almería nuestra

Rafael Leopoldo Aguilera
Director del Instituto de Estudios Almerienses

Paseaba por las calles de la capital almeriense en estas noches calurosas, acercándome a los barrios que integran el casco histórico de la ciudad, y disfruté en la negritud luminosa de sus callejuelas estrechas y angostas, sensaciones y percepciones milenarias que se adentran en el alma, el corazón y la trascendencia.

Me encontré iglesias, conventos, edificios decimonónicos de gran belleza. Disfruté de la Plaza de la Catedral con sus palmeras abovedadas, de la Plaza Vieja con el Pingurucho de Los Coloraos, de la antigua mezquita frente al Cuartel de la Misericordia, de San Antón, de la Almedina… calles adoquinadas, de luz tenue, poder respirar la brisa de la mar salada, ver revolotear las golondrinas y los murciélagos, oír el sonido perseverante de los grillos, oler la fragancia de jazmines, galanes de noche y geranios. Si disfrutar de las últimas reminiscencias de vecinos sentados en sus sillas de anea a las puertas de sus vetustas casas, como antaño, hablando del día a día. Gente sencilla de nuestra Almería, que disfruta de cosas sencillas.

En fin, un recuperar con nostalgia y melancolía el sentir de nuestras pisadas teniendo como puntos de referencia la Alcazaba y el Cerro de San Cristóbal con la imagen soberana del Corazón de Jesús que abraza a toda la ciudad. Almería está guapa, pero hace falta que nuestras calles recuperen la vida y el dinamismo de las vivencias de sus vecinos, sus historias, que recuperen lo que fueron en el pasado. Calles que vivieron tantos acontecimientos históricos para la ciudad, que la hicieron, como dice el lema de la descripción heráldica de su escudo, una ciudad "Muy noble, muy leal y decidida por la libertad".

Actualmente, cuesta sentir y transmitir a nuestras futuras generaciones ese percibir de antaño, necesitamos que el centro se haga periferia, y la periferia se haga centro milenario, y su silencio, sobriedad y austeridad callada a partir de su Puerta de Purchena, que se recupere su duende, embrujo, su ambiente telúrico y sentimental al sonido de cantes más hondos desde la Torre de la Vela o del campanario catedralicio.

Muchos instamos a que el casco antiguo de extramuros recupere durante la religiosidad popular su tránsito de candelerías encendidas al viento para ver pasar como un estatutario taurino el paso racheado silencioso al son de la saeta y la música celestial de Caridad del Guadalquivir, que para ello nace en nuestra Almería.

El Ayuntamiento está haciendo una gran labor de recuperar nuestro vetusto centro como foco cultural y cívico-social de convivencia, no sólo para los vecinos, sino cuantos nos visitan, que se encuentren bienvenidos en una ciudad que siempre ha sido acogedora y sociable, y esa socialización ha sido una de las características más propias del carácter del almeriense.

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