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Preludio de una muerte anunciada

Pablo Requena
Periodista

Acaba de arrancar oficialmente lo que, a efectos prácticos, comenzó desde el mismo día del primer consejo de ministros de la era Rajoy. La campaña electoral andaluza ya está aquí, en parte como preludio de lo que puede –y a mi juicio, debe- ser el fin de ciclo de poder socialista en la Junta de Andalucía. Un ciclo que, como bien saben, va para más de treinta años; ahí es ná. Que el PP va a ser el partido más votado no lo discuten ni los socialistas. De hecho, desde algo más de un año hasta hace pocos meses los sondeos así lo decían, dando por hecha la mayoría absoluta de Javier Arenas, que es el único medio factible de que el PP gobierne Andalucía, porque no me cansaré de decirlo: aquí hay que olvidarse de un gobierno “a la extremeña” y asumir que IU va a apoyar, sí o sí, al PSOE, siempre y cuando Arenas no logre los 55 escaños.

Último sondeo del CIS
Pero eso era, como he mencionado, hace unos meses. En las últimas semanas, distintas y dispares encuestas publicadas en los medios rebajan ligeramente la intención de voto del PP -cosas de la reforma laboral y la zaína subida de impuestos rajoyesca-, dejando a los populares al borde de la ansiada mayoría absoluta. En caso de no lograrse, y siempre según ésas encuestas, UPyD y PA serían la llave, si bien el último sondeo del CIS -que, dicho sea de paso, erró bastante con respecto a las pasadas elecciones generales- les deja fuera del Parlamento andaluz.  Por cierto, que según el histórico andalucista Pedro Pacheco, el PA desaparecerá tras estas elecciones si no logra representación parlamentaria, y el que escribe lo suscribe; difícil van a tener sobrevivir cuatro años más pintando menos en Andalucía que la Esteban en la RAE.

En definitiva, nos queda un plis plás para despejar todas las incógnitas, y lo que sí se puede dar por seguro es un hecho: que sea quien sea el presidente de Andalucía tras el 25 de marzo, habrá “muertos” políticos en el camino y, como mínimo, uno de ellos será Griñán o Arenas. Claro que al campeón siempre le quedaría el consuelo de un retiro dorado en Madrid y volver por sus fueros como ministro.

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