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Según el cine, así la vida

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista, Asociación de Escritores de Cine de Andalucía

Las maneras de contar en el mundo de las imágenes es lo que propone las maneras de entrar en la realidad. El cine es así, puede ser así de sorprendente o puede convertirse en un instrumento estratégico para romper la alienación del espectador o hipnotizarlo y eliminar voluntades. De manera, que según el cine, así puede ser la forma de entender y admitir la realidad que nos rodea, la maquinación del poder absoluto y lo más cotidiano con todas sus circunstancias. Por eso cada película, cada historia encerrada en ella, es un enigma a descifrar. Y no siempre, lo que se descubre es lo verosímil. El cine encierra a la par, una gran verdad o una gran mentira. Y nosotros, el mundo de los espectadores, encerrados en un círculo, a sabiendas o ignorantes de lo que se nos promete a veces desde el lenguaje de la propaganda. El cine, su imagen y el misterio. Hay que ir al cine con todo su espectáculo de teatralidad, en ocasiones, o con rigor del silencio. En cualquier caso, hay que mantener siempre este medio como imprescindible en los escenarios culturales y educativos, más allá de la concepción del ocio y el divertimento.

Hay películas y películas. El árbol de la vida, de Terence Malik, por ejemplo, es una película desconcertante por lo inusual de su narrativa, de su manera de contar y porque la historia misma que cuenta convulsiona y obliga a tomar una decisión: el espectador acepta el reto del cineasta y se sumerge con espíritu contemplativo y crítico sobre la vida insinuada, o rechaza la propuesta y busca distintos derroteros en otras películas. Nunca, la indiferencia. El árbol de la vida domina el campo de atracción que rodea a sus imágenes de forma magistral. Es lo importante, el modo narrativo, el ojo del cineasta y su movimiento con unas imágenes que desmenuzan el sentido cósmico de la vida (Theilard de Chardin está presente), en distintas dimensiones: lo celular, el Universo planetario, la naturaleza y el paisaje, lo que supone en todo ello el ser humano con su universalidad, que también está presente en 2001, Odisea en el espacio, de Stanley Kubick. Un interrogante abierto es por qué Terence Malik impone abrumadoramente el discurso cósmico, con una visión documentalista de la historia, y por qué ha elegido el modelo familiar patriarcal y puritano americano (personaje de Brad Pitt), en un entorno de relaciones hombre-mujer desconcertante, como única realidad sociológica de la vida. Y por qué la vida cotidiana de nuestras calles, ciudades, lugares habituales, está ausente en una atmósfera poética y realista, a la par, que transita por esta historia. El título ya expresa la intencionalidad del autor para desvelar que hay una red de relaciones: naturaleza, luz, oscuridad que lo envuelve todo. Y también, emerge el mundo de los sueños o la idealización del paso del tiempo, en la efímera presencia del personaje interpretado por Sean Penn. La influencia enigmática de El árbol de la vida es que continúa tras la proyección, para la admiración o para el rechazo o la incomprensión. No vale la neutralidad ni la ignorancia.

Pero también hay otras formas de contar. Por ejemplo, La piel que habito, de Pedro Almodóvar. El cineasta manchego avanza con su estereotipo de historias, con una brillante escenografía, una atmósfera personal con el color y la luz y unos argumentos siempre iconoclastas. Es el acierto de Almodóvar. Ha conseguido construir un modelo propio: ‘El estilo Almodóvar’. Su cine es personal, aunque tiene imitadores y seguidores incondicionales, pero el original es el suyo. El cine de Almodóvar son sus historias, que gustarán o no, pero nadie puede negarle su coherencia. En este caso, La piel que habito arranca con toda la espectacularidad de lo almodovariano y avanza magistralmente hasta el momento en que la historia entra en los hechos de la normalidad que impone este cineasta, la aparición del personaje brasileño con su indumentaria carnavalesca. Y, en mi opinión, ahí se acabó la película y su misterio. Después el termómetro de la temperatura cinematográfica sube y baja, de lo imprevisible a la lógica de este cine, para una realidad que, después de todo, está en la superficie porque Pedro Almodóvar hace lo imposible para que así sea. Y hace bien.

O esta también la vida, según No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu. Sobriedad, dureza, mundo subterráneo en la superficie, ritmo de la realidad de la violencia, la actualidad condicionada, inmigrantes, policías, terroristas, delincuencia, corrupción, tragedia, lugares escondidos, refugios vigilados, y el ser humano sobrecogido, especie de rehén desde la condición del ciudadano común, y el futuro incierto sin desvelar, pero que cada vez es más patente y verosímil en un derivar nihilista. Y todo eso con imágenes no desviadas por ninguna banda sonora, salvo lo estrictamente necesario, con el sonido y ruidos en cada momento desde la mirada del cine. Sólo los elementos necesarios y justos.

La vida, pues, según el cine.  Así son las cosas, si así pueden ser.

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