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Vuelta la burra al trigo


Eusebio Villanueva Pleguezuelo
Presidente de la Asociación de Vecinos La Palmera

➤➤➤La semana pasada, en un ejercicio supremo de transparencia informativa, la concejala Labella presentó el nuevo proyecto de la Plaza Vieja; eso sí, en rueda de prensa exclusiva para los medios (en honor a la verdad hemos mejorado respecto a los anteriores sistemas de comunicación por plasma). Para qué iba a presentárselo a los almerienses, esos que además de no enterarse de nada, no hacen más que criticarlo todo.

Plaza Vieja

Y los medios nos han informado al resto del pueblo llano de las bondades del proyecto: de esa plaza diáfana e impoluta, con un manto de marmórea belleza, con macetones de vegetación variada flanqueando las cuatro esquinas de la Plaza, como los angelitos que cuidan las cunas de los niños, con más plantas que los actuales árboles, uno más, para ser exactos; podían haber sido 10 o 15 o 30 más, pero con uno era suficiente para quedar por encima, que no estamos para tirar la casa por la ventana.
Qué ilustraciones tan bonitas del nuevo espacio nos han presentado, llenas de personas sonrientes contemplando sin obstáculos la inigualable arquitectura de la Plaza. Casi se podía uno imaginar a la concejala asomada al balcón principal del Consistorio, como si fuera la protagonista del Titanic, con la melena al viento y acariciada por el frescor de la floresta esquinera.
Pero a esa bucólica imagen le falta un pequeño detalle: la temperatura que por estas tierras se producen cuando uno no está protegido del Lorenzo. Con este nuevo imponderable la imagen varía ligeramente: los turistas no sonríen, abren la boca para respirar; no circulan por el centro de la plaza, porque se les cuecen los pies, sino por los soportales, siempre y cuando no estén hipotecados por los chiringuitos; y la señora Labella en lugar de brisa percibiría un siroco que le dejaría los pelos tiesos como escarpias.
El desprecio de la derecha por el medio ambiente viene de antiguo. Ya en la época de Megino un concejal bajito, rechoncho y con cara de buena persona se dedicaba a arrancar los árboles de calles enteras para sustituirlos por naranjos enanos ¿Recuerdan cómo eran Paco Aquino o la avenida Pablo Iglesias? El muy cenutrio, con la excusa de que los ficus levantaban las aceras, cambió el microclima de dicha calles y privó a los viandantes de la necesaria sombra.
Los sucesores de este personaje han seguido con la misma política, aunque han maquillado algo su imagen diciendo que los ejemplares que quitaban se trasplantaban al Parque del Boticario: todo un detalle y un canto a la sostenibilidad. Pero, desgraciadamente, siguen teniendo la misma sensibilidad que un centollo por los temas medioambientales.
Mientras que la sociedad civil viene reclamando desde hace más de diez años un parque periurbano en La Molineta, el gran logro “verde” de los últimos gobiernos municipales ha sido el Parque de las Familias. No acaban de entender que estos espacios libres, tan necesarios en una ciudad, no necesitan estar llenos de “cacharritos”, que lo único que requieren es vegetación y naturaleza, puesto que los usuarios ya buscarán su propia forma de usarlos sin necesidad de muletillas: paseando, corriendo, montando en bicicleta o, simplemente, sentados bajo una sombra leyendo un libro y escuchando el trino de los pajaritos.
Y mientras va pasando el tiempo seguimos arrancando, perdón, trasplantando árboles de nuestras calles, haciendo podas extemporáneas y salvajes, tapando los alcorques vacíos o, en el mejor de los casos, poniendo palitroques con flores.
Con estos antecedentes queda justificado, perfectamente, arrancar (perdón, trasplantar) los ficus de la Plaza Vieja y sustituirlos por cuatro centros florales con más número de ejemplares que los que se quitan. Y si además, de paso, nos quitamos el molesto Monumento a Los Coloraos, pues ¡miel sobre hojuelas!

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