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La esperanza es lo último que se pierde

Miguel Ángel Blanco González
Periodista

Cuando tras perder las elecciones de 2008 Mariano Rajoy descubrió que tenía al enemigo en casa, es probable que asumiera como propio uno de los más conocidos ejemplos del refranero español: la esperanza es lo último que se pierde. Esto le habría permitido esquivar o recibir sin perder la compostura las embestidas diarias de la derecha mediática, esa que le consideraba blando en exceso y perdido para la causa de vencer al PSOE en las urnas.

El líder del PP, sin embargo, aguantó como pescador gallego los arrebatos de furia que arreciaban desde el ala extrema de su propio partido, consiguió mantener el timón de la nave y, cosas del destino, ha terminado saliendo victorioso al balcón de Génova. Y en ese momento se dio una foto con dos detalles curiosos: uno del que se ha hablado y otro del que no.

El comentado fue el de la distancia entre la líder del partido en Madrid, Esperanza Aguirre, y el alcalde de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón. Cada uno en un extremo de la imagen. Lejos el uno del otro, como para dejar claro que esa rivalidad que no existe tampoco es un invento de la prensa. De lo que no se ha hablado tanto es del lugar que ocupaban: el alcalde en el extremo derecho y la presidenta en el extremo izquierdo. Justo lo contrario de lo que habría cabido esperarse. O a lo mejor no.

En un ejercicio de imaginación, podría pensarse que ambos ocupaban el lugar elegido por el nuevo presidente, tan dado a la ironía. Así, podría estar enviando una señal a quienes se dedican a hacer quinielas de ministros antes de la toma de posesión del próximo día 13. Como todo el mundo sabe a estas alturas, Gallardón es candidato a cartera, aunque aun no está claro cuál (es de suponer que ni Economía ni Fomento, dada la deuda contraída por Madrid a causa del olímpico afán constructor del alcalde). ¿Y Aguirre? La lideresa es más bien candidata al exilio... metafórico, aunque quizás no tanto.

Continuando con ese ejercicio de imaginación, cabe interpretar las posiciones en la foto de Gallardón y Aguirre como las peores noticias posibles para la aun líder del PP madrileño. Rajoy estaría enviando un mensaje que cualquier buen católico (y en este partido todos pretenden serlo) descifra sin esfuerzo: Alberto, a mi diestra; Esperanza, a mi siniestra. Traducido, por si acaso: tú al lado de los buenos, y tú al de los malos, como Judas en la Última Cena.

En ese sentido, las maniobras comienzan a verse claras. Puesto que es evidente que Rajoy sabe de sobra quiénes se reunirán con él en el primer Consejo de Ministros, ya ha mandado bordar el nombre de Gallardón en una cartera concreta. Y teniendo en cuenta que este ha sido uno de sus principales defensores ante las arremetidas que provenían del entorno mediático y político de Aguirre, el premio ha de ser gordo sin más remedio. La vicepresidencia política, por decir una opción, seguro que le suena bien al aun alcalde de Madrid. Y además proporciona suficientes minutos ante las cámaras.

Su enemiga íntima, que desde hace muchos meses se viene oliendo la debacle personal (que es proporcional a la victoria electoral del PP), ha ido preparando al detalle su relevo al frente de Madrid. Hace nada, por ejemplo, eliminó a Francisco Granados para dejar pista libre a Ignacio González. Y todo el mundo entendería su renuncia a la presidencia de la Comunidad en tiempos de salud delicada.

En cualquier caso, Rajoy también sabe que Esperanza Aguirre ha convertido al PP de Madrid en una maquinaria imparable, por lo que el supuesto exilio tendría que sonar a regalo ante la opinión pública. En ese sentido, Londres, o cualquier capital europea con glamour suficiente, seguro que tampoco suena mal del todo como destino.

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