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Tico Medina, la inconsciencia y mis piernas

Ruth Becerro Velasco
Periodista

Ya no recuerdo ni la identidad ni la cara de quien lo acompañaba, como lacayo, como bufón de su reino, celebrando todas sus gracias, asintiendo ante cualquiera de sus rancias palabras, contemplando con incondicional admiración. Era otro hombre, más joven, anónimo, igual de inconsciente que el mismo Tico Medina, ése al que se dirigía con el término “maestro”. Y después estaba yo: mujer, unos treinta y pocos años, periodista; compañera, por tanto. Había llegado a la extrema localidad de Tabernas en una calurosísima mañana de julio para realizar una entrevista al ‘maestro’ Medina que se publicaría en el suplemento mensual de un diario almeriense para el que me encontraba trabajando.

Tico Medina es en la actualidad colaborador del programa 'Aquí y ahora', que presenta Juan y Medio en Canal Sur

Antes de eso, dimos un breve paseo por las calles del centro del pueblo. Yo, en silencio, tomando el pulso a mi entrevistado inmediato, a la situación. Él, cediéndome constantemente el paso y tomándole el pulso a la parte de atrás de mi cuerpo mientras me lanzaba dardos-pregunta como “Niña, ¿tú estás casada? ¿Pero no serás madre, no?”. Sí, utilizaba el término “Niña”, lo cual ya tuvo que haberme alertado de la naturaleza de la comunicación que íbamos a tener durante la entrevista, aunque sobra decir que no me gustó en absoluto.

Aun así, me mantuve en mi sitio, seria, profesional, tratando de hacerme cargo de sus 74 años de edad y de las varias dolencias físicas que traía acumuladas (de las del alma no hablaba). Terminado el paseo, recalamos en la parte superior del teatro de la localidad, en donde habían dispuesto dos sillas para el ‘maestro’ y para mí, frente a frente. Su lacayo permanecía al lado, de pie, cómplice de cualquier cosa que dijera o hiciera.
“¿Maestro, qué le gustaría que le preguntaran que no le hayan preguntado ya?” Su expresión facial se torna pícara, verderona, casi al punto de la malicia; su mirada, buscando la siempre complicidad del lacayo. Y entonces la respuesta: “Pues no sé, pregúntame, por ejemplo, si me gustan tus piernas”
Comienza la entrevista. Una pregunta, una respuesta enardecida, otra pregunta, unas palabras para expresar lo orgulloso que está de sí mismo; más preguntas, más respuestas de Narciso…hasta que se me acaban los interrogantes y decido cerrar con el último: “¿Maestro, qué le gustaría que le preguntaran que no le hayan preguntado ya?” –su expresión facial se torna pícara, verderona, casi al punto de la malicia; su mirada, buscando la siempre complicidad del lacayo- y entonces la respuesta: “Pues no sé, pregúntame, por ejemplo, si me gustan tus piernas”. Carcajada monumental, nueva mirada al bufón, que también ríe. Y en frente de ellos dos, mi mirada atónita, mi cuerpo bloqueado y en tensión máxima que, además, se hace muy pequeño de repente, como si le hubieran hecho un zoom a mi imagen, un puñal en el centro de mi dignidad como mujer, como ser humano. Todo mi historial de redactora, de profesional, de estudiante de Periodismo, rodaba por el suelo sin que yo me atreviera a recogerlo.

Los ojos de aquel septuagenario -que ha viajado por decenas de países escribiendo crónicas, conociendo realidades, ¿empatizando con las verdades irrefutables del ser humano?, periodista encumbrado de su generación donde los haya, reconocido por gran parte de la profesión…- miraban mis piernas y mi cuerpo y no eran capaces de ver más allá de la carne, de la mujer que soy, sin poder llegar a la periodista que hay en mí, a la profesional compañera,  a reconocer mi humanidad. Entonces supe que era y es un maestro de la falta de respeto y de la inconsciencia, como única disculpa para su comportamiento.

Pero la historia sigue un poco más. Tras el rato de risas que el ‘maestro’ y su lacayo se habían pasado a mi costa, sólo acerté a pronunciar tímidamente mientras ellos reían: “Parece que el maestro se permite algunas licencias verbales”, algo que no pareció afectarle lo más mínimo y a lo que respondió con un sobrado “es que tengo ya muchos años” para volver a reír. Por supuesto, doy por terminada la entrevista, cierro mi cuaderno, recojo mi bolígrafo y me levanto con prisa por marcharme. Tico Medina todavía tiene tiempo de alargar su mano, de soslayo, hasta la mía, y entregarme una tarjeta de visita personal mientras aprieta mis dedos y me dice: “Llámame cuando salga la entrevista”, en tono de guiño, como el que espera cerrar una cita.

Mi reacción no responde a lo que espera, casi no contesto, guardo la tarjeta, quiero salir corriendo de allí y acertar a entender lo que acaba de ocurrir. Camino deprisa hacia el coche, mirando el pantalón blanco desde el que mis piernas descienden hasta el suelo. Siento los pies ardiendo, mi corazón helado. Regreso a casa por la autovía y con estupefacción, más desierta por dentro que el paisaje que atravieso.
(Publicado en La Voz de Almería. Autorizada su reproducción)

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