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De Toblerones, ciudad y perroflautas

Antonio Lao
Director de Diario de Almería

Mientras la empresa propietaria del Toblerone lo desmantela plancha a plancha, un trozo de la historia de la Almería se pierde jirón a jirón. Lo que en su día sirvió para evitar que el polvo de mineral de hierro se incrustara en todos y cada uno de los poros de la ciudad, especialmente en las viviendas más cercanas al puerto, se ha convertido con el paso de los años en un referente en la capital. Asumo y comparto que no tiene valor arquitectónico alguno y que el desmantelamiento se está llevando a cabo con todos los parabienes municipales, incluidos los de la oposición que hoy "llora" su caída y que cuando tuvieron la oportunidad apoyaron sin condiciones su derribo. 

Toblerone
Ahora, cuando paseo por la carretera de Sierra Alhamilla y miro en derredor como las máquinas se afanan en borrar de la faz de la ciudad uno de los pocos vestigios del transporte de mineral de hierro del siglo XX, siento que están sesgando una parte de la ciudad. Muchos, quizá demasiados, se han dado excesiva prisa en acabar con el Toblerone. Anclado el soterramiento en el mar de los Sargazos del olvido y con la intención de otros tantos, -más de los deseables-, de llevarse la estación a El Puche por intereses espúreos, algunos poco confesables, no alcanzo a comprender que motor de inyección de la celeridad les han inoculado. La crisis, que tantas cosas se ha llevado por delante, ha acabado también con la posibilidad de un debate sereno, en la búsqueda de una utilización del Toblerone para otros usos que no sean la urbanización y edificación posterior. No pretendo ser un iluso. La conciencia de la realidad me lleva a pensar que la empresa propietaria debe obtener los beneficios necesarios por un solar que es suyo y que pagó a buen precio. Hasta aquí, de acuerdo. Pero no me dirán ustedes que se van a poner a construir mañana, porque seguro que no es así. Otros justifican el derribo como una posibilidad de hacer el soterramiento del tren y con las plusvalías pagar las obras. Tampoco me vale, sabedores de que no hay un euro ni para quitar un rail.

Quizá por eso, me puedo permitir la ilusión de soñar con una ciudad diferente, en la que cualquier vestigio de su historia se sepa poner en valor, y no pensemos con mentalidad sesentera en subir al cielo a base de rascacielos de pacotilla, que luego -y el Zapillo es una muestra deplorable- sólo sirven para llenar algún zurrón, mientras a los que aquí habitamos se nos hurta nuestra pasado más reciente.

Vayan a cualquier ciudad europea, como Berlín, y verán como son capaces de poner en valor hasta un trozo de muro de cemento con aluminosis, pintado por artistas que aquí, algún descerebrado cateto, llamaría perroflauta. (elalmeria.es)

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