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La distancia es el olvido y el error


Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Hay distancias más incómodas que las geográficas. En Almería lo sabemos tan bien que llevamos siglos padeciéndolas. Siempre con Madrid; antes y ahora con Sevilla. Con el cambio de modelo de estructura centralista a autonómica del Estado, muchos pensamos, en la ingenuidad de aquella primavera adelantada, que una puerta comenzaba a abrirse para esta esquina del olvido. Qué equivocados estábamos. Treinta años después de iniciar el camino autonómico Almería percibe y padece que la distancia emocional continúa intacta, o casi.

Almería y Sevilla siempre
El último episodio de esta lejanía ha tenido en los horarios de apertura de La Alcazaba su síntoma más revelador. Sólo a una mente poblada de la nada puede ocurrírsele que el horario para visitar el principal monumento de la provincia debe ser de 9 de la mañana a 3,30 de la tarde martes a sábados durante los meses de verano. En una ciudad donde la calima solo encuentra alivio en los atardeceres, a algún ilustrado sevillano se le ha ocurrido cerrar al público la hora más propicia para visitar el monumento. Seguro que es un perfecto conocedor del recinto y del clima que lo rodea; un experto en comportamientos turísticos y un defensor de la lógica y el sentido común. Sólo a un tonto de guardia puede ocurrírsele semejante tontería y sólo a un político irresponsable puede ocurrírsele respaldar su decisión.

He diferenciado entre el distinguido burócrata de urgencias y el firmante de ocasión porque seguro que el primero es un técnico y el segundo un político. El proceso deductivo para llegar a esta conclusión es muy fácil. El segundo le plantea al primero la necesidad de reducir costes laborales y de mantenimiento, y a éste, desde la confortabilidad de la mesa de su despacho (a la que quizá llegó sin más curriculum que el voltaje de un enchufe) solo se le ocurrió conciliar el deseo de quien le paga con el estatus laboral de quienes trabajan en los recintos culturales acotados por los horarios. El turista, como ni firma nóminas ni hace huelga, no cuenta.

Es la misma escena de siempre en este país. El político propone, el técnico dispone (no, no; No me he equivocado: en algunos departamentos mandan más los técnicos que los políticos), el sindicalista impone y los ciudadanos, que son los que pagan, son los últimos a tener en consideración. La regla de la tradición judeocristiana, tan presente siempre en nuestros comportamientos, encuentra aquí la excepción que la confirma. Si en la Torá está escrito que no se hizo el hombre para el Sabbat, sino el Sabbat para el hombre, en las administraciones, en todas y de todos los colores, parece que es el administrado el que está hecho para servir al administrador y no el administrador al administrado.

Resulta evidente que el caso de la Alcazaba la decisión tomada no cuenta con el respaldo de ningún almeriense, sea de un partido u otro. También me atrevería a asegurar que de ningún político (sensato) de la consejería en Sevilla. ¿Qué por qué se produce, entonces, esta decisión? Sencillamente porque- según el consejero- ante la situación y las normas sobre ampliación de horarios y la imposibilidad de horas extras impuestas en los planes de ajuste del Gobierno  central, a un técnico, ¿qué digo yo?, a un aspirante a técnico, se le ha ocurrido algo tan sevillano como el “tos por igual” y ha uniformado con el mismo hábito horario centros turísticos tan distintos como el Museo de Bellas Artes de Córdoba, el de Artes y Costumbres populares de Sevilla y el monumento almeriense. Podía haberlo hecho con la Alhambra de Granada o la Mezquita de Córdoba, pero le pillaba más a mano la otra opción.

No albergo duda alguna de que la decisión será revocada. De lo que sí dudo es de que en Sevilla se den cuenta algún día que Andalucía es grande, no por su geografía, sino por su diversidad y porque, siendo un todo, está  hecha de personalidades distintas a las que hay que aplicar, a veces, tratamientos singulares. No creo que sea tan difícil comprenderlo; aunque algunos lleven treinta años sin darse cuenta.  

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