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Qué malo es ponerse malo

Emilio Ruiz 

Hay un chiste viejo, tan viejo que data de cuando aún teníamos la peseta, que dice que va un señor por la calle voceando “¡A peseta, a peseta!”. Ante oferta tan golosa, todos los vecinos acuden a su encuentro. “¿Qué vendes?”, le preguntan. “Nada”, responde el vocinglero, “pero ¿verdad que es barato?”.

Un euro son más de 166 pesetas
Como decía el charlatán vendedor de mantas de antaño, podríamos decir que un euro no es ni una peseta, ni diez pesetas, ni cien pesetas. Un euro son más de 166 pesetas. Un euro es, poco más o menos, lo que cuesta un periódico, un litro de leche, un par de yogures o lo que vale el pan que consumimos en casa durante un día. No es pecata minuta un euro. Si el vendedor de humo del chiste saliera a la calle voceando “¡A euro, a euro!”, segurísimo que no se iba a encontrar con tanta gente dispuesta a comprar su producto.

La Generalitat de Catalunya, para intentar aliviar la ruina que tiene encima, o para lo que sea, impuso a los consumidores de medicinas, a los enfermos en definitiva, la obligación de abonar un euro por cada medicamento que fuera dispensado en las farmacias. Al Gobierno del Estado, el mismo que pregonaba a los cuatro vientos que la sanidad y la educación eran líneas rojas infranqueables, la idea debió gustarle, pues la extendió a todo el territorio nacional, aunque en la versión de pago porcentual en vez de cantidad fija. Todo el mundo creía que, una vez que el copago lo generalizó el Gobierno de Rajoy, el de Artur Mar, para evitar duplicidades, retiraría su medida. Vana ilusión: copago estatal y copago autonómico –ahora, llamado repago- conviven en Cataluña en perfecta armonía.

El presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, ha anunciado que los madrileños también pagarán, a partir del día de año nuevo, el repago. Dice, como dicen todos, que no es con ánimo recaudatorio, que es con ánimo disuasorio. Es falso. Admitamos que con ánimo disuasorio se estableció el copago farmacéutico, pero el repago no tiene otro fin distinto de la avaricia recaudatoria. Lo triste es que esta avaricia quiera saciarse a costa de quienes acuden en busca de un remedio que alivie su dolor. Quienes nos administran la crisis carecen de compasión: no se conforman con ensañarse con los muertos, poniéndoles el IVA al mismo tipo que los artículos de lujo, sino que también se ensañan con los vivos que hacen lo que pueden por no morir. Recemos aquí, en Andalucía, a san Griñán y a san Valderas para que los enfermos no tengan que aliviar su dolor con más penas de las que tienen.

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