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La hipocresía como arte

Jose Fernández
Periodista

Llámenme loco o degenerado, pero permítanme que aproveche la oleada de hipocresía políticamente correcta que nos asola para decir que soy de los que jamás se ha preocupado por la vida personal de los escritores, pintores, músicos o cineastas que alguna vez le han hecho disfrutar con su arte. De los artistas me interesa su obra y no su personal y privado universo de filias, fobias, aficiones, gustos o preferencias. Sí, ya sé que ahora me dirán que algunas actitudes son lamentables o incluso delictivas y que no podemos permitir que bla, bla, bla y etcétera. Pues vale. Llámenme lo que a ustedes mejor les parezca, pero he de insistir en que lo único que me interesa de los artistas es  lo que guardo en mi biblioteca. Y punto. Jamás me importó que Bukowski o Baudelaire escribieran borrachos perdidos, que a Polanski le gustasen las jovencitas, que a Truman Capote y Caravaggio los jovencitos, que Jim Morrison fuera politoxicómano, que Woody Allen, premio Príncipe de Asturias, se enamorase de su hijastra, que Stanley Kubrick fuera cruel y despótico, que Chet Baker necesitase morfina para soplar su trompeta o que los Rolling Stones cantaran en El Ejido “Brown Sugar”, una apología –en inglés- del maltrato racista y machista. Me limito a ser lector u oyente, a no compartir lo que me asquee y a no opositar para capellán civil de una orden laica.

Lo digo ahora que asistimos a una meticulosa labor de censura a un escritor que ha relatado en una especie de autobiografía para epatar a incautos que tuvo trajines íntimos con menores. No deja de divertir ver a enrollados defensores del progresismo convertidos ahora en adustos defensores de la moral pública y disparando munición mediática de todos los calibres contra este tipo. Y creo que no me equivoco al mencionar el matiz político de la cuestión, porque si Sánchez Dragó no fuera el niño terrible del esperanzaguerrismo oficial, nada de esto habría pasado. Pero está visto que algunos quieren hacer de la prescripción facultativa su carnet de perdurabilidad mediática, política o incluso artística. Y es que uno no sabe qué es peor, si el sectarismo o la ignorancia.

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