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Periodismo crítico sobre lo 70

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

“Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes
Pero ¿quién nos ata?
Dame la mano y vamos a sentarnos
bajo cualquier estatua,
que es tiempo de vivir y de soñar y de creer
que tiene que llover
a cántaros…”
(‘A Cántaros’, canción, Pablo Guerrero)

“Hubo toda una generación periodística que creyó que las cotas de libertad de prensa iban a ser mucho más altas que las que luego encontramos. Peleamos por defender y consolidar la democracia y, sin embargo, parece que ya se ha tocado el techo de las libertades y por esta razón asistimos a un desencanto de algún sector periodístico…” (Xavier Vinader, presidente del Comité Internacional de Reporteros sin Fronteras, revista ‘Periodistas’, enero de 1991)
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Fue el desmoronamiento de un sistema que se las daba de seguro. Inamovible. Y sin embargo, se produjo el arranque de un camino de liberación, que venía de antiguo, tal como se puede recordar en esa memoria que atenaza a generaciones y los libera en el interior de cada sentimiento. Los 70 fue el principio del final. Y el comienzo de una realidad idealizada, a veces acompañada de incertidumbres. Almería, desde su condición de provincia-isla, marcada por el síndrome de esquina, hipnotizada por el horizonte del mar, la antigüedad de sus montañas y el silencio del desierto, viendo cómo la realidad más próxima pasaba de largo. Historias, nombres, el olor de la tierra, la visión del paisaje, con una población siempre sonriente ante la llegada del forastero, encerrada en sus contrariedades y desconciertos para terminar por fagocitarlo poco a poco. Mecanismo de defensa para la supervivencia. Tierra para las huidas en la emigración. La escapada es un sentimiento que permanece frustrante. Así se forja la identidad, la memoria histórica, el recuerdo idealizado por lo que fue el ayer y por lo que pudo haber sido el presente y por los interrogantes del futuro. Sea lo que fuere, ya no será lo mismo. No hay vuelta atrás.

Deprisa, deprisa. El tiempo pasa como un torbellino. Casi sin darnos cuenta han pasado más de treinta años y la metamorfosis ha sido fulgurante. Desde la vieja máquina de escribir a los tentáculos de Internet y las nuevas tecnologías. Desde la Dictadura a la Democracia. Desde el silencio a las palabras libres. Pero también desde unos ruidos ensordecedores a otros estridentes en un mundo globalizado a la fuerza, una transformación de la mano de un pequeño, y aparentemente inocente, instrumento social: el móvil.

Está la vida cotidiana: familias, amigos, colegios, comercios, aceras, plazas, pueblos, ciudades, lugares de trabajo, encuentros, viajes, playas, montañas, paisajes, amor, dolor, lluvia, aridez, fiestas, celebraciones, periódicos, radios, televisiones, fútbol, carreras, nadar, lágrimas, sonrisas, sopor, juguetes, juegos, niños, adolescentes, jóvenes, adultos, hombres, mujeres…, siempre alrededor. Predomina la sensación de que existe una estrategia que determina los acontecimientos de lo cotidiano, los hechos almerienses de cada día, en cada rincón de la provincia. Puro instinto. Hay una conciencia general de que estamos arrinconados y que desde fuera se nos observa, mientras que en el interior de esos años se sobrevive frente a los gritos del sistema, desde la resistencia del interior personal y colectivo. El significado de Almería es un enigma artificial, difícil de resolver para toda época histórica. Las cosas fueron así y ya está, por lo menos desde el recuerdo. Aunque la verdad sea más compleja para el análisis histórico, riguroso, que sigue pendiente y que tendrá que explicar también las razones del desencanto. Importa, así las cosas, el sentimiento personal que vigila rigurosamente por la conciencia personal, entre las dudas que permanecen. La historia única de lo propio, diferente a la de los demás. Aunque, eso sí, o nos salvamos todos o no se salva nadie. Y los 70, a su manera, fue un tiempo de salvación, donde fue posible la lluvia y la verdad del silencio.

Comienza la transición

Dicen que ahí se acabó la siesta. El tránsito entre décadas, los 60 y los 70, puso el despertador en Almería en octubre de 1979 con el derrumbamiento del edificio Azorín, y 15 trabajadores muertos. El proceso judicial se prolongó hasta 1976 en que el Tribunal Supremo ratificó la sentencia de condena al arquitecto Fernando Cassinello Pérez, que quedó extinta porque el arquitecto ya había fallecido; y contra el director de la Factoría de Cementos Alba, a un año de prisión.

La muerte de Carrero Blanco (1973) puso a toda la población almeriense en el mismo interés que el resto del país. La tragedia nacional del momento llega a la periferia con toda su carga de tremendismo y obliga a ir más allá del estupor provincial. La vida cotidiana amplía sus espacios de inquietud y preocupación, un subterráneo que recorre las calles de la capital y los pueblos. Incluso para los periodistas de aquí supone un encuentro con una actualidad sin resonancias para informar. La cuestión es el resurgir de un análisis crítico que busca el diagnóstico del tiempo histórico que se está viviendo.

Octubre de 1973, las inundaciones. El paisaje se convulsiona como un volcán. Sin avisar. En legítima defensa. Todo el Sureste, toda la provincia, casi todo el país, a merced de la libertad de las aguas que pone en evidencia los desatinos de un orden territorial que ignora los derechos de la tierra. Los ecos de esta realidad todavía permanecen en el siglo XXI. Muertes, daños enormes, tragedias familiares, una visión paisajística que sirve para poner en marcha los compromisos de un periodismo  recién llegado a Almería (Delegación de ‘Ideal’, que se suma al panorama del periodismo almeriense con el espíritu de la ‘Redacción abierta’). En la plaza de cada pueblo, las gentes, los vecinos, con el protagonismo de la visita del gobernador civil y jefe provincial del Movimiento. Evaluación de los daños con una riada de indemnizaciones que se reparte a fondo perdido. Es dinero gratis. Demasiada tentación. La picaresca hace acto de presencia con falsos afectados que se cuelan entre los perjudicados reales, una cuestión que nunca se resolverá. Las corruptelas de antaño eran más impunes, al amparo del silencio.

El mundo de los ayuntamientos está adormecido, con las sillas del público vacías hasta que comenzaron a llenarse por las denuncias del concejal Antonio Moreno Martín. El Toyo fue noticia, y no por su futuro de espacio simbólico para los ‘Juegos del Mediterráneo’ en el siglo XXI, sino por ser protagonista de una permuta de terrenos que llevó a los tribunales a responsables del Ayuntamiento, alcalde y arquitecto incluidos, y de la empresa que urbanizó los terrenos costeros que alumbrarían Retamar. Una permuta urbanística fraudulenta, con petición fiscal de penas de reclusión, que trajo a Almería a José María Gil Robles, abogado de la defensa, una personalidad de la historia de la II República. La permuta fraudulenta del Toyo quedó sin resolverse en los tribunales, cuando a puerta cerrada, la Justicia falló que el delito había prescrito. Almería permaneció en silencio mientras que la calle siguió con su sopor, ajena a las miserias de lo establecido. El paso del tiempo se encargaría de buscarle compañía a la corruptela urbanística del franquismo en el Toyo con la corrupción urbanística en la democracia. Y todo ello sin salir de la provincia de Almería.  

Parsimonia de la calle, según el orden establecido, con el Paseo, siempre el Paseo, como calle mayor, paseo arriba, paseo abajo, la Celulosa, el Cargadero de mineral, Café Colón, Puerta Purchena, Teatro Cervantes, Círculo Mercantil, Casino Cultural, Tertulia Indaliana, Talleres Oliveros (destruido por un incendio muy oportuno para dejar vía libre al proyecto urbanístico), restos del naufragio de un estilo en vías de extinción. En este escaparate comparecen los barrios: Zapillo, Ciudad Jardín, Pescadería y a su sombra la Chanca, Quemadero, Regiones, Barrio Alto, Puche, Almendros. Todo ello alumbrado por la postal de entrada a la ciudad desde Bayyana, con  la Alcazaba dominando el paisaje urbano, con el puerto a sus pies. Paralelamente, a escondidas, transcurre otra memoria, al margen del sistema. Ejerce en silencio su derecho a la palabra, al recuerdo, a pensar que el futuro vendrá como una lluvia torrencial.

Después de Franco

El 20 de Noviembre de 1975, tras una larga agonía, murió Franco, el dictador murió en la cama. En la mañana del 21 llegaron a la casa del periodista, muy temprano, dos compañeros de fatigas, alegres por la noticia, con botella de champagne. Pero, después de todo, el periodista se negó a brindar por la muerte del dictador. Cree que todo final, incluso el del peor enemigo, merece el respeto del silencio.

El sistema se conmovió, era obligado. Puso lágrimas en todos los lugares oficiales. Fue una puesta en escena, imbuida de liturgia, que inundó el ambiente de un funeral nacional. Impuso a la realidad una atmósfera singular de quietud y larga espera. La cuestión no era el pesar de las autoridades y de los fieles y leales. La cuestión oscilaba entre la incertidumbre y la oportunidad para la metamorfosis de la realidad. La vida cotidiana se transfiguró entre comentarios en la calle, el despliegue de los medios de comunicación. Entre el miedo y la esperanza. El silencio terminó por resquebrajarse.

La oportunidad surge para el cambio para recuperar el camino de la democracia. Los primeros rasgos que se presentan, según las convicciones de cada cual, es el entusiasmo o el temor. Y en cualquier caso, la incertidumbre. Unanimidad, para sentir que no va a ser nada fácil.

Todo se sucede rápidamente. La máquina de escribir se prepara para el relevo, su parte de defunción está ya escrito ante los ordenadores que vienen de camino, que ya están aquí dominadores de la mirada de los nuevos reporteros autómatas. Internet aparece en el horizonte. Y los móviles están en un futuro anunciado. Es la gran revolución ante el atónito rostro de las ideologías.

El discurso ecologista transforma las opiniones y coloca el sentir de la tierra y lo que encierra en una plataforma de nuevas ideas, un concepto nuevo para interpretar le realidad. En esta década nace el Grupo Ecologista Mediterráneo. Y se pone en marcha también el movimiento feminista.

En el desfile de imágenes pasan ahora como el viento el protagonismo de los partidos políticos, el destapar de los subterráneos, las palabras encerradas salen al aire libre, todavía sin permiso, pero nada puede parar la libre circulación de los acontecimientos. Desfilan para la historia los nombres de los últimos gobernadores civiles y jefes provinciales del Movimiento: Joaquín Gías Jové, Antonio Merino González y José María Bances Álvarez. Los últimos alcaldes del franquismo: Francisco Gómez Angulo (con el Toyo a cuestas), José Luis Pérez-Ugena y Sintas y Rafael Monterreal Alemán. Los últimos presidentes de la Diputación (donde se forja una corriente de contestación desde la sección de Vías y Obras); Juan de Oña Iribarne, José Fernández Revuelta (sería el primer presidente democrático de la Diputación), Juan López Cuadra.

La hora de los partidos políticos

¡Amnistía! ¡Libertad! Un clamor. Somos tan importantes, tan protagonistas como en cualquier provincia. Es el sentimiento que circula. Primeras huelgas y protestas laborales y estudiantiles (el Colegio Universitario y Magisterio hacen honor a su condición) sin tapujos, escondiendo el miedo. Manifestaciones ilegales a mucha honra, carreras por el Paseo con la presencia abrumadora de los ‘grises’.

El gran detonante, lo que marcó la diferencia, surgió del sentimiento popular, vecinal, de Pescadería: la gran huelga de los pescadores (1976), una convocatoria que concentró a todas las ideas progresistas, sindicatos, asociaciones. Y despuntan los nombres de Javier Ayestarán y José García Rueda (‘Pepillo el Barbero), entre los vecinos, hombres y mujeres, que imponen el protagonismo del colectivo popular anónimo desde el espíritu asambleario. La fuerte represión policial no pudo impedir el camino iniciado. La cuestión social, colectiva y popular, se adelantó a la cuestión política. Hizo que todo fuera lo mismo en realidad.

Panfletos, octavillas, pintadas, propaganda, reuniones clandestinas a cielo abierto, cenas políticas (Joaquín Garrigues Walker, Tierno Galván, Joaquín Ruiz-Giménez), todo transcurre con sentimientos de distintos signos. La calle es un gran escaparate de tertulias, diálogos, encuentros y silencios.

La muerte de Javier Verdejo fue el 13 de agosto de 1976. Estaba haciendo la pintada ‘Pan, Trabajo y Libertad’, un disparo de un guardia civil dejó la pintada a medias y al joven estudiante, militante de la Joven Guardia Roja, caído en la arena de la playa. Todos los años de la democracia regresa el recuerdo de aquella muerte que nunca tuvo una respuesta de la Justicia como sí la tuvo años después el ‘Caso Almería’. Javier Verdejo sigue siendo una asignatura pendiente de la democracia. El caso Javier Verdejo como la huelga de los pescadores puso a prueba al periodismo provincial. Sectores de la prensa con algunos periodistas, pudieron captar terrenos para un periodismo comprometido, riguroso y coherente.

Nacen las siglas de las ideologías, con una opinión pública expectante, ante los partidos políticos nacidos y resurgidos: UCD (Unión de Centro Democrático), PSOE (Partido Socialista Obrero Español), PCE (Partido Comunista de España, su legalización en el Sábado Santo de 1977 es clave para la credibilidad de la transición iniciada), PTE (Partido del Trabajo de España), AP (Alianza Popular), LCR (Liga Comunista Revolucionaria), ID (Izquierda Democrática), FN (Fuerza Nueva), MC (Movimiento Comunista), OIC (Organización de Izquierda Comunista), FE-A (Falange Auténtica)… Asambleas, mítines, propaganda proporcionaron instrumentos y medios para que la realidad se enalteciera con una nueva estética sociocultural y urbana. Protagonismo con la llegada de Felipe González, Santiago Carrillo, Dolores Ibarruri ‘La Pasionaria’, Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Blas Piñar…

Comparecen en la calle y en los puestos de trabajo las siglas de los sindicatos, ahora en la superficie, abiertamente: CCOO (Comisiones Obreras), USO (Unión Sindical Obrera), (UGT (Unión General de Trabajadores, CSUT (Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores), CNT (Confederación Nacional del Trabajo)…

En poco tiempo se transforma el andamiaje del sistema: Primeras elecciones generales democráticas (15 de junio de 1977), referéndum de la Constitución (1978), segundas elecciones generales (1979), primeras elecciones municipales (1979), referéndum para el Estatuto de Andalucía y la convulsión que supuso para Almería (1980).

Tiempos para la transformación de una realidad que, paralelamente, generaba también muchas dudas. Había interrogantes sobre si todas las cartas de la baraja política estaban encima de la mesa.

Otros rasgos de la realidad

Por la vida cotidiana pasaban también el nacimiento del Ateneo con José María Artero embarcado en otra propuesta cultural, tras los ecos de antaño con el grupo Afal (Agrupación fotográfica Almeriense, que renovó el lenguaje fotográfico en España, en los 50-60) y la imagen fotográfica de Carlos Pérez-Siquier, la poética de Julio Alfredo Egea, Ángel Berenguer (‘Calamarga’) Emilio Barón (‘La soledad, la lluvia, los caminos’), Domingo Nicolás (‘Malola’), Antonio Fernández Gil ‘Kayros’ (‘Concierto de Clavicembalo’), el Festival de Teatro de El Ejido, las semanas culturales y festivales universitarios, la cita con los cantautores, el grupo teatral Bochica y el nacimiento de Axioma Teatro (Carlos Góngora y Gloria Zapata) y permanece la personalidad de Jesús de Perceval.

Sería largo de contar el mundo interior del periodismo, las expectativas abiertas, el espíritu de resistencia para sobrevivir. El espíritu del viejo periodismo crítico pervive con ‘El Ojo de Almería’ de José Miguel Naveros. A la radio se le cae la mordaza, la prensa diaria amplía sus horizontes y con la década nace una esperanza de corta vida: ‘Almería Semanal’. Las presiones políticas y económicas, las de antaño y las de nuevo cuño, mantienen sus intentos de domesticar a los periodistas y no dudan en actuar cuando el periodismo crítico se convierte en abierta rebeldía, como la campaña de difamación, auspiciada desde el Gobierno Civil (José María Bances Álvarez) contra el redactor de ‘Ideal’, Manuel Gómez Cardeña, hasta lograr que la empresa (Editorial Católica) lo trasladara. Ni que decir tiene que la solidaridad con el periodista perseguido y ‘expulsado’ de Almería fue muy minoritaria y la mayoría de la gente miró hacia otro lado. Lo que ya no consiguió el sistema es que la empresa trasladara también a este periodista, objeto de otras persecuciones. El periodismo crítico en Almería, ayer como hoy, sobrevive a trancas y barrancas, a sabiendas de la soledad a la que está condenado.
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Ya ha pasado el tiempo, mucho tiempo y muy deprisa. Y en pleno siglo XXI permanece, ante la claudicación de las empresas periodísticas, el espíritu del periodista crítico contempla el horizonte, a la espera de nuevos días de grandes lluvias que tienen que venir sin más remedio. Como una riada purificadora.

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