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España necesita más Cármenes Martín

Anita Guerra
Mujer Hoy*

Los Juegos Olímpicos vuelven a truncar el sueño de la mejor extremo derecho que ha dado el balonmano nacional. En Londres fue una lesión; en Río, la injusticia deportiva. Pero Carmen es el ejemplo de, cuando uno se cae, se levanta más fuerte.

Carmen Martín nació en la almeriense Roquetas de Mar el 29 de mayo de 1988. Sí, es mujer. Y, como es sabido, ser deportista (mujer) en este país significa tener que hacer triple esfuerzo para 'ser alguien'. A los obstáculos de ser mujer y española se une el hecho de que juega -¡y cómo juega!- al balonmano. Correcto, ese deporte del que todo el mundo espera medalla torneo tan torneo, pero donde no invierte ni 'el Tato'. Hecho este por el que la inmensa mayoría de nuestras jugadoras profesionales han tenido que buscarse las habas fuera de nuestras fronteras o dedicarse a ello prácticamente por mero amor al arte-.

Carmen Martín / Foto: Mujer Hoy

Carmen entrena. Lo hace mucho, muy bien y sin tener nunca suficiente. Eso se nota cuando sale a la cancha y sube y baja la banda como alma que lleva el diablo. Ataca con el corazón puesto sobre la cabeza. Circulando, abriendo huecos, con la generosidad que pocos en el mundo del deporte de alta competición saben tener con el de al lado, porque eso puede restarles lustre y segundos de gloria. Defiende sabedora de la importancia de un paso en falso, con la concentración con la que actuaría un físico nuclear al cargo de una central. Muy consciente de que es un engranaje de una rueda en la que hay que moverse acompasados.

La entrega es la misma en una zona que en la otra, aunque el espectador casual, ese que pone la tele sin saber quién es Carmen, prefiera que marque muchos goles. Y, cuanto más imposibles, mejor que mejor.

¿Saben quién es Carmen ya? Es aquella que lloró en Londres porque se había destrozado la rodilla cuando estaba ofreciendo la que, creíamos, era su mejor versión -siempre se supera, siempre quiere más, siempre consigue estar un punto más por encima-. Y es la que lloraba ayer tendida en el parqué de ese maldito pabellón de Río de Janeiro. La que se lanzó como si fuera la última vez en la vida que iba a hacerlo cuando la madera escupió el último tiro, el de Nerea Pena que nos hubiese dado otra oportunidad de meternos en esa lucha por las medallas.

Carmen se ha levantado cientos de veces. Y lo hará otra vez, porque es la condición que lleva impresa en el ADN: es dura, constante y el ejemplo de que la cima está tan alta como una quiera. Para Tokyo 2020, en esa nueva acometida de reconciliarse con la competición más puñetera que se ha cruzado en su camino, tendrá 32 años, una edad de madurez suficiente como para tener en mente que a la tercera va la vencida. Que sí se puede.

¿Acaso no se pudo ganar la Champions, aunque para ello hayas tenido que irte a Bucarest, Carmen? ¿O mandar bien lejos las horas de rehabilitación tras las lesiones? ¿No se pudo estar, una vez más, al mejor nivel para sobresalir dentro de un equipo formado por la mejor generación de balonmanistas de todos los tiempos? Sí. Carmen lo hizo todo. Por eso, una vez secadas las lágrimas, volverá a ser quien cabalgue la banda y quien lleve la voz cantante en la línea exterior de las Guerreras. Al menos un ciclo olímpico más. El deporte se lo debe.

Porque en este país de exigencias sin dar nada a cambio hacen falta más Cármenes Martín. Muchas más.
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