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Pijos y macarras

Antonio Orejudo 
Escritor 

La histérica reacción del diputado popular explica por sí sola el desprestigio de los políticos. Si de verdad les preocupara su fama, los parlamentarios marginarían a tipos tan exaltados, los retirarían de la primera línea.

En el grupo popular tiene que haber otras personas más capaces para el puesto de viceportavoz. Personas más educadas, que sepan hablar con propiedad, que digan a la primera lo que quieren decir, y nos ahorren el cansino capítulo del desmentido posterior.

Rafael Hernando, en una sesión parlamentaria
Y lo más importante: tiene que haber personas que sepan leer, seguro. Porque si algo ha demostrado el episodio del miércoles es que además de ser vocinglero, Hernando tiene un problema de comprensión lectora. Al menos con los textos jurídicos. Y eso que en el temario de COU se les dedicaba un capítulo aparte.

¿Qué sacaba este chico en Lengua? ¿Cuál fue su nota en la selectividad? Son cosas importantes. Además de su patrimonio económico, los diputados deberían aportar en el Registro de las Cortes su expediente académico.

Saber qué me sacaba Hernando en el colegio de curas es tan importante como aclarar si sus ahorros provienen o no de los deliciosos borrachos Casa Hernando, que yo siempre compro cuando paso por Guadalajara.

Miembro de una vieja familia alcarreña, Hernando es diputado por Almería, no me pregunten por qué. Aquí, en la periferia, lo conocemos bien y lo padecemos un día o dos a la semana.

A veces me lo encuentro en el avión. Él, en primera, con un billete pagado en parte por mí; y yo, en turista, con un billete que también me pago yo.

Y lo oigo hablar con un comilitón que lo acompaña en la cola de embarque. Hace unos años, en la Era Aznar, cuando Almería esperaba ilusionada el cumplimiento de una promesa —un tren llamado Euromed que iba a conectarla por fin con el Levante—, Hernando le dijo en voz baja a su compañero: “No vamos a traer el Euromed en la vida”.

Y yo lo conté en una columna.

Y él escribió la consabida carta al director, preguntándose quién me pagaba por decir mentiras, incapaz de entender que alguien dijera la verdad sin recibir una contrapartida económica.

Este es el Hernando que en julio de 2005 intentó pegar a Rubalcaba después de que la Diputación Permanente del Congreso tomara una resolución que no le satisfizo.

¡Con estos figuras en el Parlamento y todavía hay quien se pregunta de dónde viene la convenida decadencia de la denominada clase política!

El miércoles la volvió a montar.

La frase del juez Pedraz se encuentra en el octavo razonamiento y dice así:

Hay que convenir que no cabe prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejen o incluso pongan en cuestión el marco constitucional, ni, menos aún, de prohibir (sic) la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad, máxime ante la convenida decadencia de la denominada clase política.

La frase es horrorosa y contiene al menos un error gramatical, pero su sentido es clarísimo:

No se puede prohibir ninguna opinión sobre acontecimientos actuales. ¿Y qué hay más actual ahora mismo que esa extendida —convenida — opinión de que la clase política está en decadencia?

Convenida —palabra que Hernando debería haber buscado en el diccionario— no significa consabida, sino compartida por varias personas. El juez describe, como es su obligación, el contexto social en el que se produce su fallo, pero no emite opinión alguna.

Considerar que en esa frase hay una crítica a la clase política y ponerse como un basilisco indica en primer lugar que Hernando no sabe leer.

Es en segundo lugar un indicio de cuánto le molesta al diputado la descripción neutra de la verdad, algo que yo ya pude comprobar en aquel episodio del Euromed.

Y demuestra por último que Hernando está rabioso porque un juez, al quien él consideraba de su clase social, ha tumbado la indecente estrategia de intimidación macarra con la que el Gobierno está intentando reprimir las protestas de la gente.
(eldiario.es)

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