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PSOE: un problema de credibilidad

Juan Carlos Blanco 
Director de El Correo de Andalucía 

Ya no sé ni la de veces que he escuchado estos días que el PSOE necesita un proceso de reflexión y un nuevo liderazgo que sepa conectar con esos cientos de miles de ciudadanos que le están dando la espalda cada vez en mayor número. Tengo la impresión de que en muchas ocasiones detrás de este discurso hay muy pocas alternativas y que en realidad se trata de las típicas frases huecas que se pronuncian para salir del paso y posicionarse tras un rapapolvo descomunal como el de Galicia y el País Vasco.

PSOE
Rubalcaba no es un enaltecedor de las masas, pero se equivocan quienes han hecho de su dimisión una cuestión de estado que habría que resolver en no más de 24 o 48 horas. Más calma, que la cosa no va por ahí. O al menos no debería ir si de verdad se quiere afrontar un futuro en el que el PSOE siga siendo un partido de mayorías con vocación de gobierno y no el principal de los segundones.

Pese al ambiente de cortacabezas que impregna cualquier discusión sobre el PSOE, no es el momento de discutir sobre liderazgos sino, en todo caso, de cuestionarse cuál ha sido su actuación cuando estaba en la Moncloa, cuánto tiempo se necesita para hacer la digestión de su gestión de la crisis y, sobre todo, qué va a hacer para recuperar el afecto de esas clases medias perdidas para la causa.

Las digestiones son como son y los partidos ni pueden cambiar sus estructuras, sus ideas y sus modos de actuación de un día para otro ni pueden aspirar a que los ciudadanos sufran un ataque de amnesia colectiva. Al PSOE no sólo se le están yendo los votos; se le está yendo también la credibilidad. Ya no se confía de igual modo en la marca PSOE.

¿Cómo recuperarla? Desde luego no poniéndose nerviosos e histéricos por unos resultados electorales que hasta el más despistado sabía que podían salir así. ¿O es que alguien en su sano juicio creía que un año después de la salida de Zapatero la gente iba a olvidarse en masa de la mala gestión de la crisis en la última legislatura del presidente leonés?

Ahora me podrán decir: “Pues que pongan a otro que no fuera de esa época”. Pues la verdad, fácil no es. Primero porque pese a que ahora todos reniegan de Zapatero y algunos incluso parece que fueron ministros en Finlandia y jamás cruzaron una palabra con él, lo cierto es que esos españoles que le han dado la espalda al proyecto socialista identifican a todos los presumibles candidatos (Chacón, Tomás Gómez… el propio Griñán, cada vez más deseoso de que se le vea en la escena nacional) con el zapaterismo. Y segundo porque salvo el presidente andaluz, y si se quiere el de Asturias, el resto tiene una hoja de servicios electorales paupérrima.

¿Cómo, pues, se encauza una máquina dispuesta a reeditar en España el suicidio de los griegos del Pasok? Pues toca ser coherentes, asumir las responsabilidades por los errores cometidos y desde esa coherencia articular un discurso en el que se sientan identificados, sin necesidad de escorarse en aventuras radicales y utópicas, esos millones de ciudadanos que quieren respuestas desde el progresismo a los desafíos de una crisis que ha puesto todo en cuestión.

¿Es en eso en lo que está el PSOE? Por desgracia, creo que no. Sólo se atisban posicionamientos para situarse en caso de una demolición repentina de las estructuras y las mismas voces de siempre pidiendo sangre y olvidándose de que si llevan a Rubalcaba a una pira para quemarlo el destino del que le suceda puede ser exactamente el mismo que el del cántabro. El PSOE está anquilosado como todas las grandes organizaciones, requiere de aire fresco, pero no tiene por ahora un problema serio de liderazgo. O mejor dicho, lo tiene (Rubalcaba no es Felipe González), pero antes de arreglarlo tiene que afrontar uno mucho mayor que ése: el de la desconfianza que genera. Pónganse a arreglarlo con un discurso coherente que valga para estar en la oposición y también para el Gobierno y ya verán como llegan los resultados. No hay otra. Salvo que alguien esté dispuesto a tirar a la basura más de cien años de historia por un ataque de histeria.

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