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La vida sigue igual (o peor)

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

El excelente trabajo de recopilación realizado por Simón Ruiz y que hoy publica este periódico sobre los consejeros nombrados en treinta años de gobiernos autonómicos revela, con la nitidez del cristal puro, el escasísimo peso que el PSOE almeriense ha tenido en la política andaluza. De las 171 tomas de posesión de consejeros celebradas en tres décadas, seis, sólo seis, han tenido protagonismo almeriense: Inmaculada Romacho, Fuensanta Coves (por dos veces), Martín Soler (otras dos) y Manolo Recio, pueden considerarse políticos almerienses. Arboleya, López Martos o Cándida Martínez lo son por nacimiento, pero no por vocación (sus carreras personales, académicas y políticas se desarrollaron en otras provincias) y Manaute fue un candidato cunero.  La composición del gobierno que mañana toma posesión en el Palacio de San Telmo es otro argumento a añadir a la incontestable levedad de los socialistas almerienses. Tampoco habrá esta vez presencia provincial en la mesa del Consejo.

Es evidente que los dirigentes socialistas- del pasado y del presente- mirarán tan abrumadora desproporción numérica (seis de 171) con el color de la militancia, tan proclive a solemnizar lo trivial y a trivializar lo solemne en función de sus intereses. Si algo ha demostrado la ley de la política es que cualquier dato, por muy negativo que sea, después de un cínico proceso de análisis, acaba siendo presentado como un signo de bondad indiscutida. Si nadie pone en duda que hace dos mil años el agua se convirtió en vino y que un pan y un pez se multiplicaron por miles, ¿por qué no creer que menos consejeros almerienses es más beneficioso para la provincia?

Griñán alegó en su discurso como candidato a la presidencia de la Junta que los valores de mérito y capacidad serían los únicos que primarían sus decisiones (y la composición) del gobierno. El principio es incontestable. Anteponer la capacidad y la inteligencia a la pertenencia a esta o aquella familia política o a aquella o esta provincia es argumento que nadie discute.

Lo que sí es discutible es que en estos treinta años sólo cuatro almerienses hayan estado revestidos de estas cualidades. ¿Son los socialistas de Almería más torpes que los de Jaén, que han ocupado decenas? ¿Lo son más que los sevillanos, gaditanos, granadinos o malagueños? Nadie lo cree. Y, si nadie lo cree, ¿dónde se esconde la razón de tan abismal disparidad numérica? ¿En qué extraño recoveco del cerebro de Escuredo, Borbolla, Chaves o Griñán se atrincheraron y se atrincheran las razones para que, uno tras otro, ningún presidente andaluz haya confiado en las capacidades de sus compañeros almerienses? Lo fácil ante tanto interrogante es buscar en los demás la respuesta. Lo fácil y lo cómodo.

Pero la realidad es más invulnerable. Es cierto que Almería nunca (o casi nunca) ha tenido peso político en Sevilla, pero la culpa no ha estado siempre allí. Ha estado (casi siempre) aquí. Las diferentes direcciones provinciales del PSOE no han sido capaces de superar la enfermedad del localismo y la patología de la sumisión. Salvo excepciones, a los dirigentes socialistas- de antes y de ahora-, o no les ha interesado tener presencia en Sevilla o no se han atrevido a exigirla. El mundo para ellos empezaba en Los Vélez y terminaba en Adra. Más allá sólo existía el poder del que ellos dependían como cónsules en una provincia conquistada de extramuros. Ha dado igual que el PSOE barriera en las elecciones o que, como en los últimos años, fuera barrido. Nunca han tenido peso en la política andaluza porque nunca se ha demandado (y al que se atrevió a pretenderlo lo decapitaron entre el aplauso de aquellos a los que él llevó donde nunca soñaron estar; meses después comprobaron y comprueban en sus carnes y en sus cargos la máxima de Julio Cesar: Cuanto más alto llegas en la cima más cerca estás del abismo).

La historia de la dirección del socialismo almeriense nunca se ha escrito en la provincia. La han escrito otros y a cientos de kilómetros. Quien ha nombrado y cambiado secretarios y direcciones provinciales no han sido los militantes, ni quienes en aquel momento integraban su ejecutiva. Estos han obedecido siempre y en posición de firmes lo que mandara Sevilla y aquellos (los delegados de la militancia) han votado y votan en los congresos provinciales lo que ya está decidido. El proceso sigue una liturgia aparentemente democrática pero, en el fondo, todo era- y es- una ficción.

Almería, tan importante en la economía andaluza (es la provincia que más aporta en términos de balanza comercial), tan singular en su capacidad emprendedora (los almerienses se sitúan a la cabeza de la Europa mediterránea en innovación agrícola), nunca (o casi nunca) ha sido considerada válida para aportar sus conocimientos en la gobernanza andaluza.

Será que estamos lejos; o será, quizá, que algunos no han estado donde deben estar. Quien paga manda y son pocos los políticos capaces de decirle a quien le firma la nómina a cambio de sumisión la misma frase con que un jornalero le respondió al dueño del cortijo cuando pretendió humillarlo tirándole desde el caballo un mendrugo de pan al suelo: “Usted perdone señorito, pero en mi hambre mando yo”.

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