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Salvemos el Toblerone, por qué no.

Javier Salvador
Periodista

Un amigo me llamaba la atención hace unos días por no escribir nada respecto a la corriente que se está generando en la ciudad para salvar al Toblerone de un nuevo y absurdo episodio de especulación urbanística, porque como está claro que no hemos tenido suficiente con las faraónicas perspectivas del ladrillo, parece que aún queremos más y seguir así en el camino de no aprender nunca de nuestros errores. Y es cierto que he seguido aunque no muy de cerca la evolución de esa corriente con la que me siento plenamente identificado, pero no es menos cierto que me apetece muy poco entrar en batallas locales por el mero hecho de que en esta ciudad y provincia en general, parece que existe la idea generalizada de que siempre sea otro el que arme el taco y así uno asiente pero se queda detrás, sin mojarse. Sin dar la cara.

Por otro lado, si todos hacemos lo mismo, dejamos el camino libre para que algunos, como los que quieren convertir el Toblerone en un solar, puedan salirse con la suya sin más. Y mira por donde es el momento de decir que no, que ya han tenido durante años su oportunidad, porque los vestigios del centro de almacenaje de mineral de hierro no se compraron hace unos meses, sino hace unos años, y tampoco fue por mucho dinero, sino por un precio de pura subasta. Corremos el riego de que ocurra como con el acantilado de Aguadulce, donde un desalmado de la promoción le pegó un tajo histórico a la montaña con el beneplácito del Ayuntamiento de Roquetas para hacer una faraónica promoción inmobiliaria, sólo que al final se quedó en eso, en una herida en el paisaje que ya es irreversible.

Puesta en marcha la corriente de querer salvar el Toblerone sólo queda un camino, que no es otro que apretar el acelerador para otorgarle algún tipo de protección que evite lo que probablemente estén pensando sus propietarios, es decir, desmontarlo para evitar así ideas del tipo conversión en centro cultural o un espacio lúdico para la ciudad. El Toblerone, como el Cable Inglés -que también era privado-, o la propia estación del ferrocarril, son parte de esos elementos que nos conviene salvar si no queremos perder lo poco que nos queda de identidad. Los promotores propietarios de lo que para ellos puede ser sólo un solar con algunas toneladas de chapa inservibles ya han tenido tiempo suficiente para acometer el proyecto que tuviesen pensado en ese espacio, y ya sea por falta de liquidez, de ideas o escasa perspectiva de beneficio, lo que no puede permitirse Almería es mantener una herida abierta en un lugar tan privilegiado.

Por otro lado, da miedo pensar que el mismo promotor o promotores y constructores del atentado cometido contra el acantilado de Aguadulce tengan algo que ver con el Toblerone y su futuro. Digo yo que si los propietarios del edificio recientemente terminado en las Almadrabillas han ocupado sus casas ante la caída del promotor, el mismo por cierto del famoso acantilado, argumentando que ellos compraron a un precio y que el banco ahora propietario del inmueble no se lo va a variar, los ciudadanos de Almería también tienen derecho a ocupar un espacio que es suyo después de más de diez años muerto de risa y sin que sus oportunistas propietarios sepan lo que hacer con él.

Vamos, que si Argentina toma YPF y no pasa nada, los almerienses no tienen por qué asumir que el Toblerone está perdido.
(Teleprensa)

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