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Cabo de Gata: Paisaje de los sentidos

Miguel Ángel Blanco Martín

Periodista


“Reivindico el placer estético de la belleza de Cabo de Gata” (José Ángel Valente, 1997)

‘La agonía del paisaje de Cabo de  Gata es inmortal’ (El espíritu del Cabo, Miguel Ángel Blanco, 1997)

El paisaje de Cabo de Gata es un refugio de ideas, de supervivientes, de sensaciones. Inspiración de lo cotidiano. Es un paisaje de silencio .que se construye desde hace milenios, en un diálogo permanente entre la humilde vegetación, el paso del tiempo de las ruinas, aljibes, torres vigías, fortalezas, el clamor de la minería, el eco de voces de las gentes que lo habitan. Paisaje transformado. Hay paseantes por la tierra, historias de la narrativa, sentido del verso, una escenografía teatral, un mundo de aventuras, en la serenidad de la imagen fotográfica, leyendas. Por aquí deambulan todavía las fantasías cinematográficas del héroe y los lamentos de Ulises ante el amor imposible de las sirenas en los arrecifes. La inspiración del paisaje explica las razones de los pintores que han escapado del ruido del asfalto. Frente a los tumultos se impone el enigma que muestra sus respuestas en los interiores personales. “El Mediterráneo es un modo de vivir y de representar”, son palabras del profesor italiano Albino Casamassina (Encuentro de las Culturas Mediterráneas, Almería 1992) que pone al descubierto las razones de una escenografía vital que alimenta el concepto cultural del paisaje del silencio.

Por el paisaje del Cabo transitan las gentes, los lugares de un hábitat humano que ha sobrevivido a base de ingenio, de adaptación, que ha moldeado elementos del paisaje y ha dejado en el horizonte un patrimonio etnográfico único en Andalucía. Los fantasmas de la supervivencia, para la realidad inalcanzable, se refugian en estos lugares recónditos: Rodalquilar, Los Albaricoques, Fernán Pérez, Las Negras, Las Hortichuelas, y recorren a diario El Mónsul, Isleta del Moro, Escullos.

Poesía, fotografía, lo teatral adquieren un sentido insólito en estos parajes que condicionan la mirada de cada autor. Se insinúa la reivindicación del progreso, como una gran pantalla que al final sirve para desvirtuar este tiempo detenido. Lo más vital es precisamente su capacidad de resistir a la agonía. Inmortal.

Una descripción del idealismo que mantiene el secreto del paisaje del Cabo con sus enigmas, aparece en el Manifiesto de Isleta del Moro, promovido por José Ángel Valente (1929-2000) en 1988, firmado por un colectivo de intelectuales, artistas, escritores, creadores en general: “Tal vez no sea suficientemente conocida la peculiaridad de esa zona inscrita en un triángulo, cuya base podría estar constituida por una línea ideal trazada desde Carboneras a Torre García y cuyo vértice se situaría en el Faro. Tierra árida batida por los vientos y erosionada por la violencia súbita de las lluvias: Tierra de Cabo de Gata. Belleza solitaria de las dunas, pobladas de matorrales espinosos de azufaifos. Quietud del atardecer en las Salinas, bajo el vuelo tendido de la avoceta o el súbito deslumbramiento de color y de líneas con que despegan los flamencos rosados, acaso, según se ha dicho, una de las más bellas aves de la Tierra. Altura y latitud de la sierra, habitada por el roquero o pájaro solitario y el águila perdicera que anida en los cantiles”.

VOCES

El sentido patrimonial de la esencia cultural es el primer dilema. “Cabo de Gata es un paisaje cultural imprescindible para nuestra identidad” (Antonio Gil Albarracín, 2000). Las voces envuelven a los espectadores en aras de un progreso que siembra de víctimas inocentes el tiempo de la historia. Es la principal amenaza a la razón del paisaje. “La crisis del medio ambiente es una crisis de civilización. La economía ha colonizado todo, hasta la ética” (Nicolás Martínez Sosa, en Almería, 1994), en unos tiempos en que el desencanto desemboca en el compromiso ecologista.

El momento de las sensaciones está en diálogo con el pensamiento crítico. Es la llave para entrar en el interior del paisaje. Idealización de una realidad extraña. De ahí las razones del tiempo aparentemente detenido, pero que se mueve al margen de la frialdad tecnológica. “La crítica es consustancial a la cultura. Para innovar hay que conocer a fondo de dónde se viene. Y eso exige que tiene que haber un sentido crítico con lo establecido” (José Guirao Cabrera, director del Museo Reina Sofía, en Rodalquilar, 1997). Reflexión sobre la actitud ante la vida que abre nuevos horizontes. En este momento, cuando el poblado minero de Rodalquilar, por ejemplo, intuye cómo se modifica su tiempo agónico y superviviente con la imposición de otro tiempo, se produce un proceso de conversión. Y siente el dolor de la metamorfosis. Se requiere, pues, el proceso interior de entrar en lo sagrado. “Viniendo de fuera, la retina se adapta con dificultad a la penumbra” (Juan Goytisolo, Campos de  Níjar, 1959).

El sentido creador busca respuestas en estos parajes. Hay momentos para la duda, para la intuición, por qué solo es aquí donde se produce el encuentro. Voces que justifican la razón de ser cultural. Lo popular impone la forma de vivir, que es precisamente lo que cautiva al viajero de estos lugares y le hace detenerse. Impone la serena quietud de la mirada del pintor, del fotógrafo, del poeta, del paseante anónimo, de quien busca sensaciones y siente cómo se remueve algo para proyectar a continuación el logro de las palabras.

La arquitectura popular, sus huellas, el patrimonio hidráulico reconvertido en fantasmas espirituales del misterio, la tecnología de una forma de ser en el paisaje rural, una forma de estar en el paisaje. El héroe sobrevive en este histórico ambiente hostil. Un ejemplo se presenta en un recorrido hacia Cala San Pedro, frente a la leyenda del suceso y el escándalo. El diario personal del periodista escribió: “En Cala San Pedro entra quien quiere. Y no todo el mundo quiere. La clave es el espíritu personal con que se quiera mirar uno de los paisajes simbólicos más elogiados y menos conocidos del parque natural” (1998) en medio de una prudente actitud de la vida alternativa.

El tiempo se ha encargado de forjar la vida cotidiana. Sin prisas, sólo posible en esta aridez, donde la sabiduría rural ha puesto nombre próximo a la vegetación, a la flora y ha sembrado de secretos la botánica de los pueblos para hacer milagros.

ESPIRITUAL

Enaltece el tiempo, la reivindicación de sensaciones. La principal referencia se proyecta desde José Ángel Valente, defensor de la identidad espiritual del Cabo en todos sus parajes, tras reivindicar el placer de la contemplación: “No se puede imponer nada entre el espectador y el mar”, cuando confesó “mi pasión por el Cabo, por la luz y el paisaje”. El poeta reivindica lo elemental primitivo, “una puesta de Sol en Cabo de Gata es alucinante”, con momentos concretos y situaciones vividas, “los cambios de luz en el paraje del Higo Seco son impresionantes. Y eso es algo que sólo se ve aquí”.

La síntesis del alma del Cabo quedó descrita por José Ángel Valente en el único poema que escribió sobre Cabo de Gata (4, octubre, 1992):

“El cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la cabellera anegada en el mar. El color no es color; es tan solo la luz. Y la luz sucedía a la luz en láminas de tenue transparencia. El cabo baja hacia las aguas, dibujado perfil por la mano de un dios que aquí encontrara acabamiento, la perfección del sacrificio, delgadez de la línea que engendra un horizonte o el deseo sin fin de lo lejano. El dios y el mar. Y más allá, los dioses y los mares. Siempre. Como las aguas besan las arenas y tan sólo se alejan para volver, regreso a tu cintura, a tus labios mojados por el tiempo, a la luz de tu piel que el viento bajo de la tarde enciende. Territorio, tu cuerpo. El descenso afilado de la piedra hacia el mar, del cabo hacia las aguas. Y el vacío de todo lo creado envolvente, materno, como inmensa morada” (Fragmentos de un libro futur’, 2000).

El encuentro poético de Juan José Ceba (Albox, Almería, 1951) con el Cabo está sobre todo en Dunas, para propiciar la mística del horizonte, ‘Luz que nace y que vuela’. El poeta almeriense se embriaga en la inspiración por el misterio: ‘Tierra, tiempo, tesoro, toqué la puerta del desierto y el oasis se abrió’ (1997).

La seducción del paisaje está presente en la obra de José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957), Exilio en Caridemo (1998):

        ‘Mas en aquella soledad que cautiva
        la exacta arquitectura de los cuerpos
        que en amoroso reclamo rodaron por la arena
        y las aguas bañaron de pétalos y espuma,
        Despertó la voz enardecida del deseo’.

MEMORIA

La permanencia de las ruinas impone un sentido a la interpretación estética del Parque, frente a la ascendente concepción de la estadística económica. La tierra de nadie está en retirada. Los lugares sin nombre van en retroceso. Apenas queda la memoria. La reivindicación de los fantasmas que habitan los cortijos abandonados recorre los círculos del aire sin apenas eco. El clamor recorre en ocasiones un murmullo de voces imperceptibles. Desde aquellos tiempos en que se reivindicaba la protección del espacio natural frente a los proyectos desarrollistas. Vinieron otros tiempos, pero se mantiene el riesgo, “hay un expolio continuo del patrimonio histórico, arqueológico y cultural del parque (Grupo Ecologista Mediterráneo, 1992). La rehabilitación transforma el sentido de la identidad. Es el dilema. El enigma que encierra los sentimientos de la tierra. “La gestión de los parques naturales se ha hecho de espaldas al patrimonio”, advertía el historiador Antonio Gil Albarracín en 1994, en una trayectoria de estudio sobre un patrimonio histórico, que reclama para la Humanidad, entre atalayas, fortalezas, castillos en Rodalquilar, San José, Cala San Pedro, Escullos. En 1998, el I Encuentro Medioambiental alertó sobre el proceso de degradación, para que la memoria no fuera engañada. En 1999 Antonio Gil Albarracín reafirmó: “El patrimonio histórico es fundamental en el Parque Natural”, ante un paisaje que mantiene en pie las sombras de 14 fortificaciones, construidas entre los siglos XVI y XVIII. Y dos propuestas de monumentos naturales: El Cabo y El Hoyazo, el lugar de  observación de los siglos y el refugio del volcán de millones de años.

La principal generosidad del horizonte está en el patrimonio rural, el discurso que envuelve en una misma radiografía a 144 monumentos tecnológicos (aljibes, norias, molinos, molinas). Inscritos para ser declarados Bienes de Interés Cultural de Andalucía: 132 en Níjar, 4 en Almería, 8 en Carboneras. La historia anónima se mueve con señas de identidad, por ejemplo en los aljibes de la Joya y del cortijo Los Pacos en Aguamarga. Reivindicación del patrimonio etnográfico: “El aislamiento, así como su insólita belleza, han convertido esta zona, según la moderna voluntad estética, en un lugar de indudables valores artísticos que ha atraído a pintores, fotógrafos, escritores y literatos de muchos países… Hay cortijadas ruinosas que ya pertenecen al paisaje, recuerdan el pasado de lo que fue. Es importante el patrimonio en relación con el paisaje porque explica la historia del asentamiento” (Estudio de Juan Salvador Lopez Galán, Jaime López Gómez, Eugenio Cifuentes Vélez, 2000). Impone el sentido del espacio vivido y la universalidad social del lavadero y la noria.

Cortijo del Fraile (s-XVIII) es un símbolo por la tragedia. Ya bajo la aureola de la protección, que no ha impedido que el tiempo deje las huellas. La situación ha llevado a escritores de diverso origen y lugar a la proclamación del Manifiesto del Cortijo del Fraile. Un estudio arquitectónico pone en el horizonte proyectos varios. Museo etnográfico. El espíritu de ‘Bodas de sangre’ permanece por lo que pueda interpretar el viajero. El entorno del Fraile es un escenario mágico, un reducto fascinante en medio del proceso vital de las ruinas. “Llevo años imaginando el Cortijo del Fraile y me he encontrado con el paisaje como lo soñé” (Ian Gibson, 1998).

Patrimonio natural y cultural van unidos en esta memoria recuperada. Forman parte de la misma esencia, cuando ambos comparecen. Frágiles. Auténticos. Efímeros. Eternos.

El arquitecto Álvaro Siza ha construido en sueño su personal remodelación de un paisaje intocable. Recorrió estos lugares con José Ángel Valente y aprendió a mirar la belleza del Cabo donde cada lugar impone su identidad. Y así el arquitecto forjó su obra más imposible: “La parte central de la concepción de mi proyecto es el paisaje” (Alvaro Siza, 2000).

Existe la música, sentida en el Sur, “La pasión del Mediterráneo, ha marcado mi vida muy profundamente” (Paxariño, 2001).

El lugar de la escapada. La escritora madrileña Mercedes Soriano encontró en Las Presillas Bajas la razón de Don Quijote, el recuerdo de su primera lectura obligatoria que le persiguió toda su vida. Siguió oyendo el recuerdo de aquellos cuentos de su infancia en la radio y sus citas con la literatura al margen. Su escapada terminó en 2002. Recuerdo sus palabras: “Yo siempre he leído y escrito buscando más allá de lo concreto”. Su memoria permanece en el aire de este horizonte. “Las ruinas cobijan jardines inesperados, surgidos casi en absoluto recogimiento, al resguardo de la intervención humana, si bien son recintos preferidos por finos lagartos y abunda en ellas aleteo de pájaros, que se sienten al amparo sobre las ramas de los árboles gandules que prosperan en su suelo…” (Una prudente distancia, 1994).

Y Rodalquilar, espíritu femenino de liberación. “En Rodalquilar nació el espíritu rebelde y conciencia de lucha de Carmen de Burgos” (Paloma Castañeda, Carmen de Burgos, Colombine, 1996).

IMAGEN

Es la luz y su secreto. Agazapado en el éxtasis del momento, el fotógrafo siente el enigma de la mirada, la sensación de ser observado, que detrás de la aridez, de la sequedad de las rocas, en un tiempo determinado, existe un círculo de entrada a lo desconocido. Defensa para sobrevivir.

La imagen y la palabra dialogan con el paisaje. José Ángel Valente y Manuel Falces hicieron posible La memoria y la luz (1992). Recorrieron cómplices los senderos del interior. Asistieron ambos al mundo de las visiones, entraron en círculos inaccesibles. Simplicidad del aire. El poeta escribió: “Imágenes de imágenes de imágenes. Textos borrados, reescritos, rotos. Signos, figuras, cuerpos, recintos arrastrados por las aguas. Piedras desmoronadas sobre piedras. Lugar que ahora sobrevuela el polvo. Morada sin memoria, ¿quién te tuvo? Tiempo hambriento de ser empotrado en la noche. Siembras palabras y responden ecos, ecos de ecos en la bóveda incierta de la desolación. Dará todo el aire por un grito, la posesión del reino por un solo gemido. Abrieron los augures las entradas del dios y entregaron un cuerpo lacerado a los depredadores”.

Las nubes vigilan la actitud de una palmera y de unos cuantos árboles escuálidos que nunca soñaron con la vejez. Anochece. Para Falces fue un dia especial. El cielo se cubrió totalmente de la oscuridad de la gota fría. El arco iris es azul. Hay tres lugares que conformaron el sentimiento del fotógrafo. “Primero fue la playa de las Amoladeras. Tengo de ella recuerdos mágicos. Allí iba de niño. Llegué a encontrarme tortugas gigantes muertas, delfines agonizantes y un águila herida. Son recuerdos de mi niñez. Luego está el Faro, los arrecifes. Recuerdo que el cantante catalán Jaume Sisa me dijo una vez que él nació en un barco cuando pasaba frente al Cabo de Gata. También me ha impresionado Genoveses, todo el valle”.

Encuentros entre la imagen y el poema. Jean Chevalier y José Ángel Valente. La fotógrafa suiza encuentra su refugio más buscado en Las Presillas. El resultado es Campo, así en la tierra como en el cielo’(1994), “hay un mundo en vías de desaparición, de costumbres y gentes”, exclama el poeta en un itinerario por el paisaje de la aridez y sus gentes. Del encuentro afirma Valente: “Aquí escribo para la imagen. El poema sale el encuentro de la imagen. Es mi homenaje. Hay un gran arte en estas fotografías, que son un testimonio antropológico de primer orden. Es un mundo que está borrándose, desapareciendo. De ahí la melancolía de estas imágenes”. Hay razones para el refugio interior en Jeanne Chevalier: “Cabo de Gata fue siempre un sueño tremendo en mi vida. Siempre que estoy fuera y pienso en este paisaje me reconforto. Mi anterior libro, Calas, fue una meditación sobre el paisaje. Campo es el reconocimiento a un pueblo con gente pura, no destruido por la civilización. Por eso estoy aquí, me gusta trabajar donde estoy”.

El pensamiento poético se adentra en la diatriba sobre las razones de un itinerario y la transformación del paisaje, en busca de respuestas a las aspiraciones de las gentes y el futuro. La respuesta de Valente se adentra en la verdad de lo diverso, “el cambio es absolutamente necesario. Sin el cambio no hay vida. Pero una cosa es el cambio y otra la destrucción. Desde el clamor de la cultura hay que levantar voces ante la realidad. Me duele esta degradación”. Rememora la idealización de las palabras: ‘Ruinas, fósiles, esqueletos de lo que fue morada y donde ya no habita el recuerdo’. Manifiesto de pesares: “Hay una destrucción de la diferencia, se está uniformando la vida. Se borra todo”.

Se huye de los ruidos, del sonido del traje gris de todos los días, de la rutina, del enquistamiento de la vida cotidiana, de la ausencia de sueños. En busca de la escapada al otro lado. En busca de la fascinación. “El desierto es el lugar de la comparecencia de la palabra. Hay que ir al desierto simbólica y realmente. En el desierto, donde no hay ruidos ni exuberancia, es donde el espíritu entra en actitud de escucha. En el desierto, el poeta oye la palabra y deja que el lenguaje hable en él” (Valente, 1999).

Imágenes de Cabo de Gata (1977 y 1991) son las primeras fotografías que han entrado para un espacio permanente de la fotografía en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Su autor es el fotógrafo Carlos Pérez-Siquier (Almería, 1939). En 1997 sus fotografías inauguraron el Centro de Exposiciones del Parque Natural en Rodalquilar: “Hay muchas circunstancias que me unen al Parque Natural. Durante muchos años después de mis recorridos por otros lugares siempre me he refugiado en Cabo de Gata. En el Parque Natural estoy inmerso y me reanimo. Aquí hay cortijos por donde ha pasado gente que ha dejado su huella. Mi visión en esta ocasión se ha adaptado al medio que he elegido. Y es lo que he querido intensificar. Me atrae la interpretación. No me interesan los grandes argumentos oficiales. Lo importante es el encuentro con la capacidad de asombro de la naturaleza, como lo tiene la realidad”. Paisaje oculto. Paisaje desvelado. El misterio.

Carlos de Paz (Madrid, 1953) escapó en busca del desierto. Primero, encontró la atmósfera intuida en Marruecos. Le hablaron de Almería, y permanece aquí en su refugio de sensaciones. “En Cabo de Gata la luz es fundamental, esa sensación de naturaleza primitiva, la fuerza de los elementos de la tierra, primarios, de formación del mundo”.

Un lugar para sentir la imagen. Óscar Molina (Madrid, 1962), autor de Fotografías de un diario, un itinerario que nació cuando en 1998 se encontró con el paisaje de Cabo de Gata. Llevó su objetivo fotográfico por Los Escullos, Genoveses, El Mónsul, Isleta del Moro, “la fotografía es una práctica de relación, de mirar, sentir y vivir” en una estrecha relación entre poesía e imaginación, “Cabo de Gata ha inspirado y transformado mi obra lógicamente, el paisaje de Cabo de Gata es luz y sensación de espacio silencioso, un espacio para la contemplación”.

Los diálogos de la imagen con la naturaleza del Cabo son permanentes. Años. Al acecho de la observación. El paso de las aves. La sonrisa cómplice de la mirada de José Manuel Miralles y su encuentro con la alondra.

Comparece Antonio Jesús García y sus paisajes del Cine, panorámicas que buscan el espíritu del paso fugaz de las aventuras, la vida del personaje en la pantalla. El paisaje que lo construyó. La reconstrucción de las escenas de películas. Ha recuperado la escenografía del lugar sobre la imitación de las imágenes filmadas antaño. Hoy resurgidas en la fotografía. Fascinación del paisaje, ¡se rueda!

Los paisajes del Cabo han hecho fotógrafo a Ginés Asensio Chapapría (Águilas, Murcia, 1948). Una aparente desorientación en la naturaleza es la única manera de aventurarse por el espacio, la única manera de alcanzar el alma de Cabo de Gata.

Por algún lugar del Cabo deambulan las miradas de Antonio Benete o Aitor Diago. La atracción es irresistible para Martín Catoira, escapado desde Málaga a la menor oportunidad. Siempre regresa con su mirada al Cabo.

Javier Blanco permanece detenido ante el Molino de los Escullos, imagen de Cabo de Gata en la Reserva Geológica de la Alta Provenza (Francia), contempla en silencio El Mónsul, “en Cabo de Gata hay que referirse a la luz. Creo que todavía está por descubrir la imagen de Cabo de Gata en muchas horas del día y el color no está aprovechado del todo. Es una maravilla de luz que provoca en distintas épocas del año, la caída de la tarde, los cielos abiertos. Increíble”.

Francisco Bonilla encuentra en el Cabo el territorio de un diálogo insólito de imágenes, entre instrumentos musicales y el secreto del paisaje que recorre en solitario.

Y Manuel Manzano asiste fascinado al momento en que el rayo cautiva a la iglesia de las Salinas. Fue el único espectador y mantiene sin desvelar el secreto de la tormenta sobre el Cabo.

MOVIMIENTO

Cuando el cineasta suizo Alain Tanner busca un paisaje para una historia de escapada, la película El hombre que perdió su sombra, se encierra en el aire de Cabo de Gata. Y construye su historia desde esta lejanía trascendental. El espíritu de refugio es lo que también encuentra Pilar Miró para contar El pájaro solitario.

En torno al cine, surge la atracción de un paisaje que construye las historias. Como un territorio de ficción, el paisaje se transforma para multitud de historias. Los cineastas han construido leyendas. El atractivo ha seducido y justificado la atracción que emana la atmósfera cinematográfica desde dentro. Largometrajes, documentales, spots publicitarios, vídeoclips, proyectos fotográficos se refugian en este paisaje que conmueve por su poder de permanecer alejado del mundo de  los ruidos. Y tan cerca, a la vez. El paisaje es protagonista e impone la atmósfera irreal, verídica, de las imágenes.

REPRESENTACIÓN

A la llamada del aire del Cabo acuden los pintores. También, la luz. No es un secreto que el Cabo se ha convertido en un refugio temporal de pintores, en escapada. Que también esconde algunas claves de la inspiración, de la metamorfosis deseada. Con motivo del décimo aniversario del Parque Natural (1997) dos pintores protagonizaron la programación: José María Sicilia y José Manuel Broto, ambos a la llamada de Valente. Dos exposiciones, en Rodalquilar.

José María Sicilia, la luz que se apaga, “me interesa el debate de la vida”. Y para ello presenta un viaje personal al mundo de las flores como signos de todo el mundo. Orientalidad. Valente habla que “la flor es una luz plena, pero una luz que en su cénit suscita ya la expectativa de una plenitud distinta: la de su apagamiento”.

José Manuel Broto llega a Rodalquilar desde su Galicia natal, “Rodalquilar es un paisaje sobrecogedor que está lejos de cualquier cosa. Mueve a la reflexión”. Y Valente: “En Broto hay una poética de lo fragmentario, pero en el sentido de que sólo el fragmento remite o alude a la totalidad”.

Hay pintores que han hecho de Cabo de Gata lugar de encuentro personal, reflejo de una forma de entender la creatividad. Miguel Mansanet (Tetuán, 1954) estuvo varios años refugiado en Níjar. Su compromiso de refugio le llevó a descubrir la esencia silenciosa del Cabo, “desde que llegué a Níjar mi vida ha estado inspirada por el paisaje de Cabo de Gata. Antes yo era urbano y de interiores, vanidoso y egocéntrico, venía de la movida de Madrid más bruta. Y ahora estoy fuera de convencionalismos (1995).

En Ginés Cervantes Ballesta (Huércal-Overa, Almería, 1939), “la soledad es la principal obsesión de mi pintura. Cabo de Gata supone un giro en mi pintura. Cabo de Gata me ha llevado a una concepción del paisaje”. Muchos recorridos del pintor, entre San Miguel y la Rambla Morales, siempre sin tomar apuntes, solo con la atmósfera. La luz del Cabo construye la visión del paisaje.

En Toña Gómez (Málaga, 1954) está la sensación del vacío, es la mirada que se enfrenta al paisaje de las ausencias, de la nada. La atmósfera existe porque deja el campo libre a la ficción. Búsqueda incesante de horizontes desde el inicio del espacio. Toña Gómez siempre viaja al silencio.

En la pintura de Nané (Badarán, La Rioja, 1943) es perfectamente comprensible la euforia de la aventura, el viaje sobre el tiempo y el infinito con la sensación de que nunca se llega al final, “la pintura es mi obsesión y mi historia”.

Manuel Muñoz (Cabo de Gata, 1978) es experimental, vital e imaginativo, “creo en la libertad de pintar en un muro”, mientras mira alrededor, “Cabo de Gata no es que me influya, pero sí me sorprende. En una misma calle hay variedad de combinaciones de colores, materiales y formas, que me impresionan”.

José Ruiz Mateo (Almería, 1970) sigue las huellas anónimas en la arena.

Victoria Abad, en las Negras, ha establecido un pacto con el tiempo cambiante y las piedras.

Ignacio Belda Segura (Almería,. 1971) encontró su raíces artísticas en Isleta del Moro. Siempre tiene presentes los acantilados. Y pone nombre de identidad al paisaje.

El programa El Parque a través del Arte ha convertido el Centro de interpretación Las Amoladeras en un escenario para pintores y fotógrafos con un común denominador: el motivo especial temático es la interpretación del paisaje. Por aquí transitó, por ejemplo, Julio Egea López (Galera, Granada, 1962), en su faceta de pintor, obsesionado por el aspecto desasosegante de la realidad.

Los restos del naufragio están presentes en distintos autores. Los elementos arrojados por el mar, lo que desprecia la realidad cotidiana, renace con nueva vitalidad en la obra de Ricardo Avendaño, escondido un tiempo en Las Negras, a través de Ruinas (1998): Había una vez una mesa-camilla que se quedó olvidada después de muchos años, quién sabe cómo se mide el tiempo de los objetos más próximos. El objeto permanece para millones de remiendos y olvidos. Desperdigados en trozos el corazón que escuchó encuentros junto al fuego, tuvo que esperar en silencio. No consta el lugar y cómo fue el momento del encuentro con Ricardo Avendaño, pero es fácil de  intuir. En silencio y junto al aire bajo el cielo. O en los interiores del sótano. Camuflado. El pintor vio el secreto del paisaje.

En la obra de Manuel Fernández Castilla (Almeria, 1950), “el arte me mantiene vivo”, en un periplo viajero por las arenas de la playa, por los espacios naturales, es la historia de los naufragios sobre los que ha cimentado su sueño cotidiano. El escultor ha sacado las leyendas de los restos de la naturaleza para promover los derechos humanos de las rocas y de los troncos desahuciados.

Es un mundo de desechos en el que también sobrevive Uli Rutz.

Las rocas volcánicas son la puerta de entrada al mundo del escultor Uli Schwander.

Un sentido utilitario, una oportunidad a los elementos proletarios del suelo, las basuras, se encuentra en la obra de Rafael Ebrero, “Cabo de Gata me ha influido por el paisaje, por el ambiente, allí  comenzó mi concienciación sobre la basura, influye en mi forma de vivir, en el ambiente. Y en mi propia concienciación social”.

En este mundo de náufragos se encuentra Lucía Esteban, “me muevo entre la expresión de dificultades y la ironía de  la vanidad del mundo”, en sus paseos por la playa, “me interesan los procesos en que la materia se degrada, me encantan las formas que la naturaleza dibuja por si misma, la naturaleza pinta colores y dibuja, y eso me interesa mucho”.

Elo Vega (Huelva) permanece en Fernán Pérez, “mis esculturas responden a los sentimientos humanos”.

Menchu Gómez Martín (Canarias) quedó cautivada por la luz cambiante de Almería, y un viaje efímero se hizo permanente, “el Mediterráneo es un pájaro amarillo”. Tras trabajar con restos de naufragios, ha desplegado su sensibilidad más singular al dibujo de los lugares que la mantienen. Mundo del Cabo de Gata. En el mismo lugar donde pasó victorioso el sacrificio de Ulises, maldiciendo no poder permanecer cautivo en el refugio de las Sirenas. El largo tiempo del deseo ante un amor imposible. El faro hace guiños al aire, sabedor de que sus palabras son reflejos que viajan a la velocidad de la luz, al otro lado del tiempo. Palabras por ecos del aire. Y el mar.

En este paisaje de los sentidos. Llueve.

Una historia particular con el tío Pedro

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Hace muchos años que convivo con dos criaturas nacidas de la imaginación de Pedro Gilabert: un cuadrúpedo y un rostro. El primero es de madera, pequeño, muy flaco, con un cuello largo, orejas pequeñas, patas flexibles y una mirada huidiza. El rostro, pétreo, permanece inalterable refugiado en una pequeña pieza de mármol. Durante todos los años de convivencia, quién sabe cuántos, hasta el infinito del tiempo recordado, hemos compartido muchas aventuras y momentos cotidianos. Por lo general, dentro del hogar. Pero también, en escapadas hacia otros mundos inexplorados. Han sido historias increíbles, qué quieren que les diga. He sido un afortunado, desde aquel momento, creo que fue en Albox, en 1980, en que Paco Torregrosa hizo las presentaciones: “Aquí el Tío Pedro, aquí un periodista”. Si no recuerdo mal, fue la primera exposición de Pedro Gilabert, que se abrió con la verdad de una inocencia dispuesta desde el primer momento a desvelar las historias de sus criaturas.

El cuadrúpedo no es un caballo, podría ser una llama, tiene algún parecido. Pero no, se trata de un ser de otra galaxia. Es lo que me dijo el Tío Pedro cuando me lo regaló. Preferí que las cosas se quedaran así. La criatura no tiene nombre, no he querido ponérselo. Cuando quiero localizarlo, silbo y acude presto a mi llamada. Hay ocasiones en que permanece quieto, en uno de los lugares que más le gusta, la chimenea apagada en mi casa del Cabo. Puede adoptar todas las posiciones, tumbado, de pie firme, recostado, de cabeza, patas arriba. En ocasiones desaparece, silbo y no acude. Siempre aparece de improviso al cabo de los días. Nunca he querido preguntarle dónde ha estado. Imagino siempre que ha ido a ver al Tío Pedro al refugio de las Huevanillas. Aunque impera el silencio, en ocasiones hablamos de lo divino y de lo humano. Él me cuenta cosas de otros mundos, de sus viajes, de sus orígenes y su deambular emigrante. Y siempre, siempre, terminamos hablando de las historias del Tío Pedro. Descubrí así que la fantasía de Pedro Gilabert existe, es verdad todo lo que cuenta. Lo más personal y los orígenes de sus criaturas.

Las historias coinciden con lo que me cuenta el rostro pétreo de mármol, refugiado en mi casa de Almería, escondido entre libros. La mirada enigmática, ancestral, conoce uno a uno todos los libros de mi biblioteca, que ya son libros. De manera que a su sabiduría natural ha ido añadiendo todo lo asimilado en periodismo, cine, fotografía, arte, historia, ecología, literatura, poesía, antropología, sociología. Se sumerge en multitud de autores y convierte las novelas de ficción en un mundo vivo, presente, casi siempre por descubrir para el común de los mortales. Con este otro enigmático, nunca sonríe, hablo de todo. Y también terminamos siempre recordando cosas del Tío Pedro.

Ambos vivieron en silencio la muerte del Tío Pedro. Cuando Luis Ramos me llamó para darme la noticia y fui a informarles del hecho, las dos criaturas ya lo sabían. No sé cómo se habían enterado, pero ya estaban al tanto. No hubo llantos ni histeria. Únicamente, silencio. Un silencio impresionante. Y el paso del tiempo, como si no hubiera ocurrido nada.

Ahora, cuando me llamó Rodrigo Valero para invitarme a la exposición homenaje a Pedro Gilabert, les he dado la noticia a los dos. Y se han alegrado. Conocen a Rodrigo Valero desde siempre, cosa que me ha extrañado, qué sabrán ellos de Rodrigo. Pues según me cuentan, el encuentro es simpático. El Tío Pedro, en Grenoble (Francia), de emigrante. Lo padres de Rodrigo Valero, también. En aquel país nació Rodrigo Valero. Un encuentro casual de familias de emigrantes. Rodrigo Valero, un bebé. Pedro Gilabert lo coge en brazos y el niño va y se mea. Qué mejor presentación. Cuando pasaron los años y se reencontraron en Almería, el Tío Pedro exclamó: “Con que tú fuiste aquel niño que se me meó encima”. Y se echó a reír. Y las dos criaturas, a su manera se ríen con aquel momento.

Mientras escribo los tres hemos estado recordando cosas, hechos pasados, anécdotas. De todo. De nuevo ha desfilado toda la vida del Tío Pedro, su infancia de niño de pueblo en la Almería del interior, el paso efímero por la escuela, su viveza forjada en el paisaje de Arboleas, su emigración por el mundo. Y el regreso.

Julio Alfredo Egea, desde el dolor

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

La poesía es de otro mundo. Es difícil sumergirse en el espíritu poético desde el mundo real, con toda su trascendencia, sin que el dolor emergente no constituya una guía espiritual de interiores para cada autor y que el lector de poesía tendrá que desvelar. Por eso se entiende que Julio Alfredo Egea (Chirivel, Almería, 1926) manifestara con motivo de la publicación de su libro ‘Los asombros’ (1996): “Aunque tengo un sentido íntimo en mi poesía, miro mucho alrededor y escribo cuando me duele algo”.

Como toda creatividad literaria y poética, que profundiza en lo ficticio, que permanece oculto en la realidad, en busca permanente de la verdad, el poeta sólo se explica desde esta sensación de lo individual diluido en la naturaleza. Así se entiende en gran medida la trayectoria poética de Julio Alfredo Egea, en el centro de la actualidad cultural de 2010, con motivo de la publicación de su ‘Poesía completa’ (Instituto de Estudios Almerienses, Colección Letras, serie Poesía, nº 39, dos volúmenes).

Este recorrido se proyecta también desde el ámbito periodístico, que explica los momentos de encuentros entre el poeta y el periodista, un tiempo que nos ha unido. El tiempo de un periodismo de la interpretación de la realidad, que se aleja del presente, que se apoya en multitud de circunstancias, que engloba todo lo que rodea al ser humano. Julio Alfredo Egea, por ejemplo, dijo en 2001: “Yo escribo por necesidad, no por artificio”. Para sobrevivir al dolor. 

Hay multitud de sendas en el poeta, desde su primera inmersión, ‘Ancla enamorada’ (1956), que pasa también por sus antologías, por ‘Los asombros’, un libro fundamental, que nada en las tragedias ocultas con ‘Bloque 5º’ y ‘Desventurada vida y muerte de María Sánchez’. Julio Alfredo Egea proyecta su larga experiencia viajera, de pensamientos, de ideas, de irrealidades, de sueños, de confrontaciones, de búsquedas incesantes de la palabra, de respuestas inalcanzables, pero que justifican precisamente por eso la verdad que le acompaña.

Hubo una entrevista en 2003, un tiempo especial para una revisión general de sus palabras: “Humanismo y Naturaleza son  los dos grandes temas que me mueven a escribir y entrañan los temas fundamentales del ser humano: Dios, amor, paso del tiempo y la muerte”. Al poeta le acompaña su coherencia, el rigor, las ideas, el pensamiento y la honestidad intelectual, lo que ya es cada vez más difícil de encontrar.

En el dolor poético de Julio Alfredo Egea concluye también  su pacto íntimo y secreto con la naturaleza oculta, con la vida de los pájaros, “yo no creo en una vida sobrenatural sin pájaros”. Y de ahí su ‘Arqueología del trino’: “Creo en la resurrección de las alondras y en la segura salvación del trino”· Y también en los árboles, con el horizonte, con las montañas, con los espacios abiertos, con los refugios en las grandes ciudades, en el enaltecimiento de lo poético desde el silencio, “el lector a solas con la sombra del poeta, es lo que vale al final”. Y siempre junto al dolor. Para sentir lo vivido.

Dilemas en el IX Festival Almería en Corto

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista, Asociación de Escritores de Cine de Andalucía)

Otro año más la creatividad del cine en todas sus dimensiones ha residido durante unos días en Almería gracias al IX Festival ‘Almería en Corto’. Y tras su conclusión resurgen dudas, interrogantes y, sobre todo, algún que otro dilema sobre el acierto o desacierto de los premios, sobre los planteamientos narrativos en imágenes que se transmite desde cada realización. Y de ahí la oportunidad para el permanente debate que rodea siempre a la cuestión cinematográfica, en el cine español yen el que viene de otros países. Ha terminado el festival, pues, y aquí me tienen lleno de dudas sobre la realidad del cine que nos han colocado en el escaparate. Una revelación ha sido el documental “El tiempo al tiempo” de José Carlos Castaño, premio al mejor vídeo almeriense, por la grandiosidad del personaje, un viejo relojero de Suflí, y la manera de contar la vida en torno al tiempo mecánico de los relojes. Un prometedor soplo de aire fresco.

El interrogante que se mantiene año tras año es el de si se debería, o no (hay criterios encontrados) diferenciar géneros a la hora de los premios: cine de animación, documentales, historias de ficción, etc. Es un debate sin cerrar. Personalmente pienso que, por ejemplo, un documental no debe competir con una historia de ficción o con una historia de animación. Los opositores a este planteamiento señalan que el lenguaje del cine es el mismo. Yo pienso en otra dirección. Si hubiera habido esta separación en el caso del IX Festival, no surgiría ninguna duda a la hora de dar dos primeros premios al documental “El pabellón alemán” de Juan Millares (España) y a “Ana’s playground” (“El recreo de Ana”) de Eric D. Howell (Estados Unidos), que en este festival ha recibido el premio a la mejor fotografía (David Doyle). “Ana´s playground” está avalada por importantes premios en festivales de Estados Unidos e Italia. En mi opinión, por supuesto, es la mejor película de ‘Almería en Corto’ de este año.

 “El Pabellón alemán”, que ha obtenido el primer premio al mejor cortometraje (tiene a Mercedes Sampietro, premio ‘Almería, Tierra de Cine’ en este festival, de productora asociada), viene avalado por premios ‘al mejor documental’ en otros festivales. Su director, Juan Millares tiene una trayectoria importante en el mundo de los cortometrajes. Su condición de cineasta y arquitecto le sitúa en la mejor posición para abordar la historia de “El pabellón alemán” basada en la obra del histórico arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe (Aquisgrán, Alemania, 1886-Chicago, Estados Unidos, 1969). La película parte de viejas fotografías de la inauguración del pabellón en la Expo de Barcelona de 1929, un proyecto clave en el modernismo arquitectónico convertido en leyenda. El pabellón alemán fue desmontado tras la Expo, hasta que en los años ochenta, a propuesta del arquitecto Oriol Bohigas, se hizo la reconstrucción en el mismo lugar.

Juan Millares construye un simbolismo con las imágenes de personajes en la inauguración de 1929: el rey Alfonso XIII, el dictador Primo de Rivera y el embajador alemán, que el tiempo conduciría al nazismo. Juan Millares, narrador en textos en la pantalla (creo que habría sido mejor la voz del cineasta en off), sitúa el misterio en las imágenes antiguas y modernas del pabellón, en busca de las huellas de un crimen que le conduce a la persecución de lo histórico. Y de ahí desarrolla una intriga. La cámara recorre las imágenes fotográficas y conduce al espectador por el proyecto antiguo y el recuperado hacia el tiempo de la historia para enlazar con la dictadura de Franco y el atisbo de ‘la memoria histórica’. Lo que no dice el documental es que en 1929 en Alemania estaba la República de Weimar, nada que ver con el nazismo. El cineasta construye una historia partiendo del final programado desde el principio. Eso puede suscitar dudas sobre la honestidad intelectual del cineasta, una cuestión compleja para debatir ahora. Eso sí, el documental se inserta en la regla elemental del cine: el poder de la imagen, las distintas miradas sobre una puesta en escena construida magistralmente, sin apenas medios, en el terreno de una narrativa experimental, pero con un virtuosismo frío, en torno a fotografías antiguas principalmente que concluye con el rostro añejo de una escultura superviviente. Todo eso hace de “El pabellón alemán” un extraordinario documental.

Pero sobre “El pabellón alemán” hay otro dilema. Ha recibido también el premio concedido por Amnistía Internacional de Almería a un corto sobre los derechos humanos. Personalmente creo que, aunque las sombras del nazismo, de la dictadura, de la guerra civil española planeen sobre el cortometraje de Juan Millares, no puede calificarse de una historia que gire en torno a los derechos humanos.

Creo que se han proyectado cortometrajes más apropiados. Por ejemplo, “El método Julio”, documental del cineasta vasco Jon Garaño. Este documental narra el trabajo de una maestra vasca en Petares, un barrio marginal de Caracas, donde la violencia, la pobreza y la muerte es el presente sin futuro. La maestra ha inventado un método de enseñar a leer que denomina ‘Julio’, porque así se llama en quien lo aplicó, un niño desechado para la enseñanza por problemas cerebrales. La maestra obró el milagro que se convirtió en esperanza en el barrio, en una lucha contra corriente. Es una realidad social contada con un naturalismo en imágenes que conmueve, con declaraciones frontales, ante el espectador, de la maestra, de los niños, de madres, en un entorno marginal en el que esta maestra trabaja sin rendirse, porque dice que su vocación la lleva a estar con los que necesitan ayuda, a enseñar en el mundo de los pobres. Y este documental vivo, auténtico, real, duro, testimonial, ha pasado sin ninguna mención expresa en el IX Festival de ‘Almería en Corto’. Lamentable.

"Las ventanas" de Juan Manuel Gil

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

En la literatura, donde la ficción marca los cursos de la realidad, caben todas las direcciones. No hay reglas ni sistemas. Basta un esquema, la razón cercana a la síntesis, para desvelar acontecimientos, personajes, hechos, ideas. La intuición es la principal acometida del autor que impone desde sugerencias los retos al lector. Juan Manuel Gil (Almería, 1979) establece una propuesta narrativa desde ‘ventanas’ literarias hacia un mundo cercado por diferentes realidades, como fórmula de acercamiento. Invita al lector a asomarse y observar. Es el gesto del escritor en torno a su libro ‘Inopia’ (Colección Troquel, nº 8, El Gaviero Ediciones, 2008). Con prólogo de Enrique Vila-Matas (“Soy el bibliotecario un tanto maníaco que usted encontrará en las páginas de este libro”); con imagen de Ramón David Morales, donde todas las direcciones son posibles, resquebrajadas, sin orientación definida, salvo el infinito; y citas literarias de Malcom Lowry, Aldoux Huxley y Enrique Vila-Matas, el autor aporta un sugestivo lenguaje narrativo en un libro donde los conceptos imponen la estructura narrativa. El mismo título, ‘Inopia’ (indigencia, pobreza escasez), es la principal sugerencia para interpretar el laberinto camuflado en el texto.

Juan Manuel Gil ha escrito una novela ‘breve’, preludio de sus aptitudes para lo ‘grande’, para el discurso literario de la narración, tras demostrar su capacidad de tejer historias con el lenguaje. El libro está ordenado en tres partes (‘Extinción’, ‘Inopia’ y ‘Euforia’). La primera parte ofrece tres retratos de la abstracción. La palabra es el elemento transmisor de ideas, éstas reflejan su propia independencia. El lenguaje es altivo, sugerente y configura su propia brillantez. Independiente.

La segunda parte, eje central, es el territorio de los personajes, con un planteamiento de vidas paralelas. Es un mundo de ‘ventanas’, desde la creatividad del autor, que invita al lector a asomarse, con distintas realidades que nunca llegan  a cruzarse, aunque siempre queda en el aire la posibilidad de tal acontecimiento. Los personajes se mueven entre la referencia literaria, donde los libros, como conceptos, son elementos vitales. De nuevo surge la abstracción literaria para configurar una atmósfera precisa. Libros y paisajes literarios definen los momentos, en los que la captación de la realidad, su influencia, vive como elemento clave de la ficción.

La intriga se convierte en una obsesión lectora que comparte momentos destacados, con extractos sublimes de lo cotidiano. En ello, Juan Manuel Gil no sólo es capaz de insinuar las escenas, los momentos, con gran brillantez, sino que lo hace desde una visión arquitectónica de la narrativa. A eso ayuda el sentido críptico de las escenas.

Y este planteamiento es una original propuesta de pequeños territorios que se reencuentran. De Cien a Cero. Lo que permite hacer una relectura en sentido contrario, si así lo decide el lector, con capacidad para desarrollar una personal visión de imágenes. De Cero a Cien. Regreso al presente.

‘Inopia’ tiene también su cerco, entre la ‘extinción’ y la ‘euforia’, con distintos recorridos posibles, que conducen al momento final: ‘el rastro’.

El autor despliega sus miradas y ‘ventanas’ desde una reducción máxima de la síntesis. La idea-concepto se reduce al mínimo, esencia literaria en ‘Inopia’, es su propia razón que se mueve lentamente. En estas circunstancias, el lector es libre de imaginar la historia argumental, los hechos cotidianos diversos, desde la atenta mirada del escritor. Sin necesidad de llegar a alguna parte. Sin principio, ni fin.

Pedro Gilabert

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Sólo recorriendo el medio rural y sintiendo sus raíces, se puede comprender al escultor Pedro Gilabert (Arboleas, Almería, 1915-2008) desde un gran respeto a su personalidad, a su manera de ser y a sus fabulaciones. Este aspecto de fabulador es el que más se destacó en el homenaje, en el aniversario de su fallecimiento, celebrado en Diputación, organizado por el Museo que lleva su nombre en Arboleas. Artífice de este reencuentro, el escultor Luis Ramos, que ha puesto en marcha el proyecto de estudio para el inventario y catalogación de una obra que está repartida por medio mundo y que tampoco se entenderá al margen de la visión etnográfica. Incluso es posible la recuperación de sus historias particulares, en torno a sus ‘hijos de madera’. Grabaciones hay que permitirán reconstruir gran parte del mundo que envolvió la obra del ‘Tío Pedro’, con el que no pudieron ni los halagos ni las adulaciones.

Pedro Gilabert, pues, se explica siempre presente en el paisaje rural, con su intuición, en la simplicidad y sobriedad de su forma de ser. Y lo que fue su condición de emigrante, que le consolidó con ese rasgo propio de los únicos y verdaderos ‘ciudadanos del mundo’. Este escultor, en verdad, no es un caso aislado ni individual. Forma parte de la creatividad que surge de la sensibilidad popular, que ha articulado, entre otras cuestiones, el mundo ‘naif’.

En el caso de este escultor y su divulgación, hay que tener en cuenta su proyección gracias a los medios de comunicación (el primer encuentro lo propició Francisco Torregrosa), un itinerario periodístico al que se fueron sumando personas vinculadas al mundo cultural almeriense: poetas (Julio Alfredo Egea, Domingo Nicolás, Juan José Ceba), pintores (Ginés Cervantes), hasta configurar en el tiempo un escenario de contempladores entusiastas de su obra. En más de una ocasión, comenté que a Pedro Gilabert sería mejor dejarlo en paz.

En este panorama, en la recuperación y estudio de su obra, hay riesgos. Por ejemplo, situarlo fuera del contexto, integrarlo en la cultura oficial y desmembrar su personalidad para reconstruirlo en lo que no es. Pedro Gilabert siempre estuvo amenazado de caer prisionero de conceptos y teorías intelectuales, en las que nunca estuvo. Por eso lo importante es recordarlo y verlo tal cual, como era, que sigamos imaginándolo vivo en las historias que contaba junto a sus esculturas.  Se trata de atesorar lo que su obra descubre dentro de cada uno -es lo más importante-, lo que permanece en el encuentro y diálogo personal que la esencia del arte impone individualmente, para dar nuevo sentido a nuestro interior. Y todo eso al margen de homenajes, inauguraciones, coloquios y comentarios que terminan por convertirse en un gran ruido que impide ver el interior extraordinario del escultor. Por eso es imprescindible la soledad del espectador junto a la obra, en silencio y sin público, es la única verdad del arte. Fuera del mundo manipulador, de la política de la cultura oficial, de la que afortunadamente Pedro Gilabert salió indemne.

Elogio de Capuleto

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Recuerdo a Capuleto como protagonista y autor de un pequeño cuadro, donde un perro blanco olisquea por debajo de un cortinaje rosa, en una pequeña habitación de la que no hay indicios de presencia humana. Rosa, amarillo, gris y blanco delimitan un espacio interior. El escenario del cuadro, de pequeño formato, está dividido en líneas que configuran el cortinaje y la pared, más sugerido que real. Y como una atracción que hipnotiza al espectador, permanece el misterio del pequeño perro blanco olisqueando la realidad oculta, al otro lado.

Pienso en las ausencias de una realidad reconstruida por el pintor, que también está presente, hacia la mirada del espectador. Es lo que Capuleto seguramente ideó cuando fue gestando ese momento cotidiano, de sus últimos itinerarios pictóricos, con tan pocos elementos. La síntesis, en el tiempo de llegada. Y de ahí esta reflexión, para un elogio necesario y justo, sobre quién fue, quién es, en nuestra pequeña y gran historia almeriense, Francisco Bernardo Capulino-Lanuza Pérez (Almería 1928-2009).

Irónico, silencioso, observador y con una altivez que le pudo haber llevado por otros universos mundanos, Capuleto mantuvo su presencia en Almería con su propio estilo y elocuencia pictórica, que casi guardaba en secreto, y que relacionaba en sus recorridos cotidianos con un entorno próximo del que formaban parte el fotógrafo Carlos Pérez-Siquier, y los pintores Ginés Cervantes, Martín Pastor, Huecas, Juan Morante, Rafael Gadea, y poco más, en encuentros informales. De aquel tiempo del 47, poco quedaba y el hijo del conserje de la Escuela de Artes y Oficios recordó siempre su deambular por Francia y Latinoamérica, un recorrido que forjó su mentalidad de ciudadano del mundo que un día regresó a su pequeño escondite provincial almeriense.

Capuleto resurgió renovado con aquella exposición de ruptura, de los 70 en la Caja de Ahorros de Almería, con los grandes formatos de las Meninas, allí impuso la creatividad más brillante de quien formó parte del grupo indaliano. Hubo otros momentos, escasos, como las ‘Figuraciones sugeridas’ que presentó en Argar en 1995. O exposiciones colectivas, de homenajes al movimiento indaliano, aunque confesó en 1999 su criterio de que hubo una manipulación política que rodeó la inocencia o ingenuidad de unos pintores sometidos, en cierto modo rehenes del sistema en los años de post-guerra. O las ilustraciones que hizo para la obra poética ‘Itémpora’ de Domingo Nicolás Gómez en el número 1 del libro-periódico Alfaix (1987). Y así un desfile de mundos personales desvelados a la espera de resurgir de nuevo. En el tránsito por la democracia mantuvo su actitud irónica y sarcástica, no exenta de un talante ácrata que idealizó con su declaración: ”Pertenezco al partido de la quimera”.

La pintura de Capuleto es grandiosa por si misma, por el proceso de liberación de un pintor que impuso sus reglas del ‘buen vivir’ a su entorno más particular. Y por el mundo de inquietudes y dudas que suscita desde una sobriedad en ascenso hasta el momento final. Los secretos de su obra permanecen, pues, a la espera de ver la luz futura. Y nosotros, aquí seguimos a la espera de un encuentro definitivo con la pintura de Capuleto, más allá del recuerdo. Y por eso, el  homenaje más sentido.

"Diario anónimo" de José Ángel Valente

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Será un gran acontecimiento cultural, literario, poético, dentro de un par de años. Durante más de cuarenta años el poeta José Ángel Valente (Ourense 1929, Ginebra (Suiza) 2000) escribió un diario personal, reflejo de sus impresiones creativas más íntimas y personales: apuntes, ideas, esbozo de futuros libros, el germen de algunos poemas, comentarios críticos sobre el mundo literario, citas de autores, una visión cotidiana, encerrada en el autor, de la que no se tenía noticia, esencia del pensamiento crítico de Valente. La existencia del diario ha sido dada a conocer por Andrés Sánchez Robayna en la clausura reciente del ciclo dedicado a Valente, organizado por el Instituto de Estudios Almerienses. Sánchez Robayna, una de las grandes poéticas españolas de hoy (también vinculado a esa ‘poesía del silencio’ de la que muy pocos hablan como tal, pero que existe), considerado el ‘albacea literario’ de Valente, habló sobre ‘En torno al diario anónimo de José Ángel Valente’ y desveló el espacio inédito y más personal del poeta, tan vinculado a Almería (“la ciudad que elijo para vivir”) en su itinerario final, desaparecido en 2000. El ‘diario anónimo de Valente’ verá la luz, según Sánchez Robayna, en el período 2011/12 editado, por el Círculo de Lectores (Galaxia Gutenberg), una vez concluido el trabajo de estudio y ordenación.

Antes de morir José Ángel Valente donó su archivo y biblioteca a la Universidad de Santiago de Compostela. Y salvo alguna que otra documentación mínima, se pensaba que ahí estaba todo, una vez que vio la luz su libro póstumo ‘Fragmentos de un libro futuro’ (2000). Y sin embargo había otra documentación que Coral Rodríguez, compañera de Valente, conservó con una gran discreción y silencio, un material inédito conservado al margen del archivo. Cuarenta años de una memoria personal del autor encierra el diario, desde 1950 hasta el 2000. Centenares de páginas, con centenares de anotaciones, todas fechadas, recogidas en dos cuadernos (de tapas negras y tapas amarillas, respectivamente), que encierran diversos itinerarios de Valente en el mundo de la antropología, política, filosofía, literatura; arte, anotaciones con tonos líricos, dramáticos, satíricos, que constituyen una documentación esencial para introducirse en el proceso de elaboración intelectual, la gran amplitud de pensamiento crítico e ideas de Valente, “el escritor es en rigor anónimo”, que configuran a su vez la gran dimensión personal del poeta, siempre con la mirada hacia el futuro de la realidad presente. “La palabra ha de llevar el lenguaje al punto cero…” (1969).

En estos diarios, a tenor de las palabras de Sánchez Robayna, José Ángel Valente indaga desde la razón, desde lo imaginario, intuitivamente, desde la palabra sobre la realidad, para desvelar la esencia de lo real. De ahí la configuración anónima del autor, como razón de identidad que proyecta permanentemente el ‘yo universal’. “La experiencia personal es anónima, es de todos los hombres” (1974). Kafka, Ionesco, Max Frisch, T. S. Eliot, Walter Benjamín, Juan Gelman aparecen en las referencias de sus citas. 

Núcleos temáticos del diario: Reflexiones y notas de poética, observaciones relacionadas con la vida cotidiana y poemas en verso y prosa, todo ello ligado a la idea de silencio, consustancial en Valente, según Sánchez Robayna, con un fuerte arraigo de la imagen del alba como imagen esencial. “La realidad que somos capaces de imaginar como real en un momento dado” (1983), “El otro es mi yo disidente” (1986). Está también sus reflexiones sobre Arte: ‘Lectura de El Bosco’ (1979).

El ‘diario anónimo de Valente’ recoge también la proyección del dolor que acompañó al poeta hasta su final: la muerte por sobredosis de su hijo Antonio en Ginebra, el 1 de septiembre de 1989. Pocos días después Valente sufre un infarto. Su corazón y esencia poética quedaron heridos hasta el final. Lo explicó en Almería Sánchez Robayna: “La desaparición de Antonio fue uno de los golpes más duros, le marcó profundamente”. Hay un libro que Antonio regaló a su padre, con una dedicatoria expresiva, que Valente anota en su diario: ‘Para mi padre, a quien tanto quiero. Antonio’. Hay varias anotaciones, todas con un fuerte sentir trágico: “Hoy, la imagen de Antonio apareció con terrible intensidad”. Anotación sobre un texto de Kafka traducido por su hijo Antonio, “sabía él hasta qué punto era para mí decisivo el silencio. Qué sabía él de mí. Qué sabía yo de él” (1982). El recuerdo de su hijo le acompaña en todos sus itinerarios personales, “él está siempre vivo para mí, solo en su noche… Su recuerdo, su esencia, no me abandonan nunca” (1992).

El ‘diario anónimo’ tiene, pues, una importancia documental evidente. Según Sánchez Robayna “pone de relieve una aventura intelectual de extraordinaria relevancia. Pensador y poeta se funden”, ante la verdad de un diario íntimo, con la tensión entre poesía y pensamiento crítico, ante un José Ángel Valente más real, más poeta, más vivo, más humano.

Memoria de un viejo periodista

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

“Nuestra generación de periodistas no ha tenido tiempo”. Con esta frase, en 1990, Diego Domínguez Herrero (Zurgena, Almería, 1921), retrató junto a otro periodista veterano, Manuel Román, el tiempo de un periodismo agonizante que dejaba paso a unos tiempos de la información marcados por la consolidación de la democracia (con todos los desencantos a cuestas), las nuevas tecnologías, la globalización, el territorio de Internet y lo que conlleva. Es el tiempo en que un periodismo en el recuerdo mira al periodismo de la transición, que asiste en la actualidad del siglo XXI a su agonía, con la incertidumbre del futuro.

Diego Domínguez ha dejado plasmado su recuerdos en el libro ‘Pinceladas de una historia’. Su contenido es un bloque de confesiones, un reto ante su entorno familiar, que desvela una historia personal que proyecta en el lector la dignidad del autor. Lo de menos es el bagaje periodístico de quien se forjó desde su juventud en ‘La Voz de Almería’, único periódico en el que se inició y vivió su trayectoria profesional, desde 1942, año en el que inició su periplo, en el diario llamado entonces ‘Yugo’, como dibujante. Eran unos tiempos en que no había fotograbado y el dibujante plasmaba la imagen de la realidad. Diego Domínguez se forjó en un periodismo artesanal, de oficio, digno y superviviente en provincia. Un itinerario que cedió el relevo a la visión intelectual y sociológica del periodismo de hoy, surgido de las Escuelas, primero, y Facultades universitarias después, con el eco de la razón de ser del oficio de periodista que siempre resulta imprescindible.

No hay rupturas ni grandes cortes aparentemente, entre el ayer, el hoy y la intuición de lo que se avecina. El periodismo se transforma, es sometido a profundas metamorfosis y enlaza un tiempo con otro. De esta manera convierte a los periodistas de antaño en imprescindibles para conocer el futuro. Viejos y jóvenes periodistas son eslabones de una realidad cambiante, con mecanismo similares, que somete al poder y al sistema a revisión permanente. En esa pluralidad comparece cada uno con sus compromisos personales.

Empezar la profesión de periodista, en el caso de Diego Domínguez, como ilustrador de poesías que se publicaban en el periódico, es sorprendente y a la vez sugestivo para desmenuzar la complejidad del mundo de la información. La poesía y su imagen, ante la vida cotidiana. Otros mundos, que se contemplan y vigilan con los recelos del poder.

Bondad y sencillez están presentes en la trayectoria de este de viejo reportero, que hizo su primera entrevista a Manolo Escobar, que desfiló por las pequeñas cosas de un diario de provincias, los sucesos, las notas de sociedad y que empezó a intuir los acontecimientos del entorno, en aquellos tiempos difíciles de la dictadura.

Diego Domínguez fue también crítico de arte. Desde su condición creadora de pintor, con la misma raíz popular (Zurgena) que el pintor almeriense ‘parisino’ Ginés Parra, con el que mantuvo correspondencia, desarrolló, paralelo al periodismo, en cierto modo una misma cosa, sus inquietudes. Emergió ahí, siempre, el corazón de quien ama el paisaje que lo hizo, desde un sentido de lo popular sin renuncias. De ahí su gesto con la crítica de las exposiciones, un encuentro personal con cada artista. Siempre, en positivo. Ningún rechazo, ni mal gesto. La concepción del mundo, desde su mirada limpia.

Diego Domínguez se forja en  una Almería de la diáspora rural de postguerra, anquilosada, vigilada y desapercibida en la periferia. Ahí encuentra el principio de un periodismo centrado, por consiguiente, en la vida cotidiana de Almería, en la calle, en el sentir mediterráneo, en lo aparentemente simple. El viejo periodista asiste a los momentos de la transición, donde sobrevive. Todo esto se proyecta en ‘Pinceladas de una historia’, escritos sobre una época, la de siempre, lo más personal, imágenes y gestos nunca borrados de su memoria. Y lo hace desde la sencillez y hacia su entorno familiar. Y eso convierte esta especie de ‘diario’ en un documento importante para conocer  el tiempo de Diego Domínguez.

Aprender de la intuición y olfato de los periodistas de antaño es un buen ejercicio de formación periodística, muy válido y recomendable para las nuevas generaciones de esta profesión tan llena de luces, sombras y miserias. Diego Domínguez pertenece a una generación inmolada, que tuvo sin embargo el tiempo suficiente para dejarnos como legado la mejor lección de periodismo: su memoria personal.