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El marketing de Almería

Antonio Felipe Rubio
Periodista

Cuando en el Siglo XIX Sir John Hanning descubrió el lago Victoria y Livingston abrió nuevas rutas, supongo, ya era conocido por los habitantes de Uganda, Kenia y Tanzania. También se especula con el descubrimiento de América por vikingos o aborígenes australianos. Claro, el problema radica en la importancia intrínseca del descubrimiento y la trascendencia que se le da al hecho; o sea, la “publicidad” que acarrea el descubrimiento y la posterior explotación del hito histórico.

En Almería no somos aborígenes tribales subdesarrollados a la espera de que venga algún explorador a descubrir nuestra singularidad paisajística, pero los efectos son los mismos que operaban con los Reyes Católicos o la británica Reina Victoria. La eclosión y general conocimiento de nuestra riqueza natural no ha sido valorada, respetada y explotada con éxito por nosotros mismos. Han tenido que venir desde otras latitudes a “descubrir” los “secretos” de nuestra Almería; esos mismos secretos que han sido maltratados y malparados cuando hemos tenido la mínima oportunidad de administrarlos con sensatez. Y me refiero a la gallina de los huevos de oro del cine -allá por los años setenta- cuando alguien pensó que nos íbamos a hacer ricos saqueando literalmente a los productores que pretendían alquilar una mula al precio de una recua o un desvencijado cortijo como si del Taj Mahal se tratase.

Playa de los Muertos

Ahora, el nuevo Livingston de Almería es la prensa on line que “descubre” la playa de Los Muertos como la mejor de España mediante una votación; David Bisbal, que se refresca en las Canales de Padules; Rafa Hernando, que bucea en La Isleta del Moro; Pedro Sánchez, en el chiringuito de Mojácar… y un sinfín de referencias vacacionales que se reflejan en el couché, la TV y las redes sociales. Y el resultado de esta popularidad es que las autoridades medioambientales se ven superadas ante la afluencia de público y la nula preparación para asimilar la avalancha. Resultado: prohibir la presencia de visitantes, limitar los accesos y no hacer nada para la próxima campaña.

El Marketing, en su expresión más elemental, dicta que si tienes argumentos diferenciadores, calidad, exclusividad, potencialidad, etc., has de poner en valor esos beneficios utilizando sabios criterios de cuál es tu público objetivo, la oferta que le satisfaga y los servicios y proyectos que darán continuidad y éxito a la explotación de esos recursos. Pero no. Aquí se hace todo lo contrario. Se mantiene todo protegido (como oculto) y, cuando se alcanza -por accidente- la popularidad, llega el problema.

Valores medioambientales y paisajísticos mucho más relevantes que los que tenemos en Almería han sido “descubiertos” por sus propios habitantes que han impelido a sus respectivas administraciones públicas a potenciar y administrar con sentido y éxito esos recursos. En Almería, las calas vírgenes, pueblos costeros, rutas interiores… han sufrido, insisto, sufrido la pésima gestión de una miope y cicatera gestión de la Junta de Andalucía que tiene “protegido” el 70% de la geografía provincial. Restricciones, prohibiciones, apresuradas regulaciones, improvisadas medidas… Y por no hablar de las arbitrariedades, caprichos y normativas que han dado lugar a histriónicos desenlaces: El Algarrobico, cala San Pedro, Cortijo del Fraile, la Alcazaba, Mónsul, Genoveses…

Tenemos y hemos tenido durante siglos una riqueza natural y cultural que no supimos y exigimos valorar. Hasta que otros nos llegaron a descubrir no avizoramos un nuevo problema que nos acucia: teníamos el mejor producto y no lo supimos vender. El mundo al revés: nos vienen a comprar, y nos abruma tanta demanda. Es el precio a pagar por la indolencia.