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Caída del reino nazarí

Antonio García Vargas
Profesor e investigador de Métricas Clásicas y Arcaicas
Miembro del Departamento de Arte y Literatura del IEA

Día 2 de enero. En esta fecha, entrega Boabdil las llaves de la ciudad de Granada a los nuevos dueños y con ellas los restos del reino nazarí incluida el alma de la ya rendida Almería. La Europa de entonces respiraba aliviada pues se desmantelaba aquella “cosa” exótica que había conseguido subsistir durante más de doscientos cincuenta años al acoso del cristiano.

"Mas yo no he hallado que en
la ocupación de Córdova, ni
Toledo, ni Sevilla, ni Valencia,
ni Murcia, ni de otras ciudades
populosas poblassen tan nobles
ni tan principales cavalleros,
ni tan buenos linages de moros
como en Granada".
(Ginés Pérez de Hita, Historia de los Vandos de los Zegríes y Abencerrajes, cavalleros moros de Granada, Cap. 1).

Al igual que ocurre siempre después de las guerras, los de siempre, los camaleónicos,  se acomodaron a los nuevos tiempos (ellos nunca pierden) y pasaron a formar parte del “equipo” vencedor. El pueblo llano, también como siempre, es el que perdió prácticamente todo de la nada que tenía. Al desaparecer las estructuras políticas de la monarquía nazarí tras la conquista castellana, se desarticuló todo un sistema que había subsistido durante dos siglos y medio. Los efectos que ello tuvo para los sometidos han sido estudiados por diferentes autores. Desde el sultán y la familia real a los "poderosos" de los medios rurales, las reacciones ante un estímulo cada vez más fuerte, con la presencia progresiva de un poder superior, de una sociedad dominante, que se impone avasalladora sobre las viejas estructuras, conforma lo que se ha dado en llamar la “castellanización” del reino de Granada.

Gran parte de la nobleza musulmana abandonó la península amparados en la política de los vencedores, dado que así se desmantelaban los posibles cuadros dirigentes, quedando la población vencida expuesta a la presión de los vencedores. Los que optaron por quedarse tras las capitulaciones no lo pasaron en principio mal del todo pues, como dice Ladero Quesada, “El trato a las autoridades y notables fue benigno. Las religiosas y judiciales continuaron en sus puestos, los alguaciles y otros cargos de la administración local también. Los arraeces y alcaides importantes recibían mercedes en metálico o tejidos. Los altos cargos, en fin, fueron remunerados con esplendidez”.

Mas… ¿qué fue del vencido Boabdil? Ah, esa es otra historia que nos tocó muy de cerca a los almerienses pues se inició en Granada y terminó, en un interesante capítulo, en nuestra sierra de Gádor, aquel día de mediados de febrero de 1.492, cuando el Rey Don Fernando creyó que la situación social en Granada estaba en calma total y le anunció al acongojado Boabdil que había llegado el momento de partir hacia el feudo alpujarreño y que habría de salir de Granada “con los luceros”, cuando el pueblo aún dormía. Y así discurrió esta parte, según nos cuentan los historiadores más serios, sin llantos al despedirse de Granada, ni otras ocurrencias carnavalescas por el estilo.

Dado lo extraordinario del hecho, despediré este texto en hexámetros dactílicos de corte andaluz contemporáneo, como ofrenda a este grandioso pasaje de nuestra historia pasada:

Hay un instante supremo, camino de las Alpujarras,
en las macizas alturas del sitio llamado el Padúl,
donde, si miras, divisas Granada por última vez
para después ocultarse y quedar a merced del paisaje.
Desde lo alto, las aguas del río Genil y también
del Guadalfeo, dividen sus cauces. Parece que muestran
esa escisión de mi ayer del presente y también del mañana.
Altas, las cumbres montanas, relucen dorándose al sol,
mientras la niebla proclama gentil una hermosa mañana
y en la pereza perenne del gozo despierta la Vega.
Era consciente del sitio, sabía de su encanto y lo sé,
Aun con los ojos tapados o ciegos, sabría expresarte
lo que se ve: sus colinas, sus casas, mezquitas o cármenes.
Sé que si vuelvo a mirar mutaré en una estatua de sal.
Éramos los desterrados, vulgar caravana de gentes,
almas cautivas vagando, buscando cobijo en la nada,
torvo el semblante, añorando la tierra que allá se quedaba,
como temiendo no hallar el sosiego perdido, soñando
siempre en la aldea, la casa, las gentes dejadas atrás.
Yo no veía ni oía; me hallaba sin ojos ni oídos,
nada llegaba a mi mente que yerta, nublada, dormía.
Pero quería escuchar. Y quería mirar. Comprenderme.
Un cuajarón de la vida que vil me mostraba el presente.
Tiempo pasado. Retrato en color de un escorzo impreciso
que sucumbió a la nostalgia que errante acompaña al vencido.
Y me pregunto: ¿Por qué sucedió?, mas no encuentro respuesta.
Siento que el hombre tan solo es centella que cruza el espacio
y aunque la chispa consuele, la noche es un hecho infinito.

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