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La herida que dejó de sangrar

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Hay estampas que en el silencio recogido de sus protagonistas, en la contenida emoción de quienes las vivieron, en lo efímero del instante en que fueron captadas, encierran la verdad histórica de la Historia. El abrazo de Ana Toro a Gabriel Amat (¿o fue de éste a aquella?) no es seguro que sea la imagen más entrañable del acto de toma de posesión del nuevo presidente de Diputación, pero sí es el gesto que mejor refleja el origen de lo que ha sido la historia de la Diputación y del PP de los últimos ocho años. El alcalde y la exconcejala de Roquetas volvían en el mediodía feliz del sábado al escenario en el que fueron expulsados por la voracidad incontrolable de Enciso de ostentar el poder hasta la humillación del contrario.

Porque, aunque ya nadie lo recuerde, la intrahistoria de los últimos ocho años de guerra -de guerrillas antes de la ruptura; en campo abierto y a bayoneta calada después de la escisión del PAL- tuvo su origen en la humillación que el que fue y ya no es alcalde de El Ejido quiso infringir al que f
Gabriel Amat abraza a la exdiputada Ana Toro
ue y sigue siendo alcalde de Roquetas en la persona de Ana Toro. Si Enciso hubiese accedido hace ocho años a la petición razonada de Amat y a la concesión razonable de Añez de que Ana Toro, diputada provincial por Roquetas, fuese nombrada vicepresidenta de la Diputación, la historia de Enciso, del PP y, por tanto, de la política almeriense, no hubiese sido escrita con los renglones tormentosos y atormentados de las dos últimas legislaturas.

En aquella primavera tardía de 2003 Enciso cayó en el error insaciable de la ambición, en el pecado sin redención de la arrogancia. Lo tenía todo. Acababa de ser uno de los alcaldes más votados del PP en España, había impuesto a su hombre de confianza en la presidencia de la Diputación y sólo tenía que cultivar la virtud de esperar para que su sueño -que todo el poder en el PP de Almería viajara de la capital a El Ejido- se hiciera realidad.

En su ansiedad por acaparar el poder y despreciar el tiempo, el triunfador de aquella batalla ignoró que los almendros que habían florecido en febrero cuando recordó (impuso sería más correcto) a José Luis Aguilar su promesa de que, si alcanzaban la mayoría en Diputación, el presidente sería Añez, sólo tendría que esperar un año para volvieran a florecer, esta vez y ya oficial y definitivamente, en el partido. Pero el alcalde de la tierra de las mil cosechas no estuvo dispuesto a esperar y, sobre todo, no pudo contener el pecado capital de la arrogancia.

No se lo he preguntado, pero seguro que nunca se arrepentirá bastante de su decisión del romper el pacto a que habían en Génova 13 aquella mañana de verano del 2003 por el que, una vez superadas las guerrillas provinciales de semanas anteriores, Ana Toro alcanzaría una vicepresidencia, más simbólica que ejecutiva, en el palacio provincial.

Pero el cierre del conflicto sólo duró las horas que Enciso tardó en viajar de Madrid a Santander (abandonó la reunión de Génova 13 para no perder el vuelo) y negociar, en compañía de su amigo Juan Antonio Galán, el fichaje -¿alguien pensó alguna vez que en el equipo mandaba otro que no fuese Enciso?- de Quique Setién como entrenador del Poli. Cuando el avión que le traía de regreso tomó tierra en el aeropuerto de Almería, el político que había doblado el pulso a los ministros Arenas, Pimentel y Rato cuando el horror de febrero de 2000, el líder provincial que había impuesto sus criterios en el PP almeriense, el tipo a quien sus compañeros de partido temían cuando entraba en la sede no iba a aceptar que el alcalde de Roquetas alcanzara un trofeo tan emotivo como carente de capacidad ejecutiva. Fue entonces cuando impuso a Añez su decisión de no respetar lo pactado y fue entonces cuando comenzó a recorrer el camino que le llevó al precipicio.

Triunfador en mil batallas olvidó que para ganarlas hay que conocerse a uno mismo y conocer a tu adversario; y a él, la vanidad alimentada interesadamente por los que le rodeaban, le había hecho perder, hacía ya tiempo, las dos perspectivas. Por eso cometió el error suicida de no darse cuenta de que su intento de humillación a Amat en la persona de Ana Toro convertía a aquél, no en su adversario, sino en su enemigo.

Ocho largos años después de tan grave error todavía siguen abiertas demasiadas heridas en el corazón de quienes lo vivieron. En el mediodía feliz de Gabriel Amat y Ana Toro del sábado en Diputación algunas dejaron de sangrar. El tiempo pone a cada uno en su sitio. Los errores siempre se acaban pagando. Siempre.
(La Voz de Almería)

1 comentario:

  1. Hoy le toca a unos; mañana tocará a otros. El político de medio pelo es un extraño ser que cuando trepa y alcanza el poder (aunque éste sea tan efímero como la política parda), pierde la perspectiva. Por eso, como bien decía G. Bernard Shaw: "Los políticos y los pañales han de cambiarse a menudo… y por los mismos motivos".

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