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Tortugas con vistas al mar

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

La incredulidad (¡por Dios, esto es una broma, no puede ser posible!) con que los ciudadanos han acogido la noticia del inicio del proceso de expropiación en Cuevas del Almanzora de 500 hectáreas de cultivo, para convertirlas en una reserva para la tortuga mora, sólo es equiparable a la magnitud del disparate -locura le han llamado los afectados- y al desconocimiento que, sobre el proceso, tenían los políticos. PP y PSOE desconocían un proyecto que los primeros iniciaron en 2003 y los segundos pretenden continuar y que fue y es contemplado como una reparación por el perjuicio que las obras del AVE han ocasionado a 1.500 metros cuadrados en los que habita el reptil a proteger.

No; no están confundidos. Han leído bien: 500 hectáreas en las que se producen toneladas de frutas y hortalizas, regadas por agua procedente del trasvase del Negratín, en las que se genera al año un millón de peonadas y de las que viven centenares del personas, van a ser expropiadas para resarcir a la tortuga mora por la pérdida de mil quinientos metros de lo que hasta ahora era su hábitat.

La noticia, publicada por LA VOZ después de recogerla del BOE, es tan delirante que hasta los máximos defensores de la tortuga -los ecologistas- han manifestado que existen otros mundos para preservar la continuidad de la especie y que no necesariamente tiene que ser en esos cinco millones de metros cuadrados con vistas al mar. Pero como cualquier decisión extravagante provoca una situación manifiestamente empeorable, en el primer repecho del desatino nos encontramos con que el coste de las expropiaciones alcanzaría los 20 millones de euros. Por cierto, una cantidad cercana a lo presupuestado para construir el hospital materno infantil de la provincia.

Mientras atravesamos el desfiladero de la crisis económica y financiera más grave de los últimos ochenta años, en medio del asedio de los francotiradores de los mercados, con más de cinco millones de parados y con el riesgo, no desaparecido, de un rescate económico, a un ilustre, desde un despacho y cumpliendo lo aprobado por otros ilustres, no se le ocurre otra cosa mejor que gastar 20 millones de euros en una reserva para tortugas y, ya puestos y en el mismo despropósito, cortar de raíz la generación de riqueza y puestos de trabajo que, también, se traducen en millones de euros.

España es un gran país, pero siempre hay tontos de guardia capaces de joderlo. El conocimiento de cualquier desvarío -y este alcanza el paroxismo de la estupidez- provoca siempre un protocolo sentimental cuya secuencia comienza en la incredulidad (no es posible); le sigue la estupefacción (¿pero se han vuelto locos?); llega la indignación (esto no se puede consentir) y, al final, termina en la reivindicación (que alguien ponga fin al disparate).

Ya hemos llegado a esta última estación y alguien debe cambiar las agujas para que delirio tan absurdo no acabe arrasando esos millones de metros en los que se cultiva no el naranjo y la lechuga, sino la vida. La clase política almeriense tiene la posibilidad de levantar por una vez la voz y que su sonido acabe por acallar los ecos del disparate. El pecado de ignorancia cometido durante los últimos ocho años -insisto: el proyecto se aprobó en 2003 con el gobierno del PP; quien inicia el proceso de expropiaciones es el PSOE- no es redimible, pero el despropósito es curable. No hacen falta ni grandes tratamientos demagógicos, ni grandes acuerdos, ni grandes procesos en los que un puñado de burócratas justifiquen sus sueldos.

La grandeza en resolver el disparate está en esa esquina del cerebro en el que está siempre (aunque se esconda a veces y ésta ha sido una de ellas), algo tan pequeño como el tono sutil del sentido común. Sólo hay que volver sobre los pasos ya andados, llegar a esa esquina y elegir el camino de la lógica. Es tan poco lo pedido y es tan justo que no hacerlo sería insultar la inteligencia de quienes desde sus puestos de políticos no lo hagan y de quienes, desde su posición de ciudadanos, lo toleren. Si el proceso sigue adelante Almería habrá demostrado que tiene unos políticos y unos ciudadanos con menos inteligencia que una tortuga.
(La Voz de Almería)

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