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Todos ganan, nadie pierde

Paco Campos
Doctor en Felisofía y Profesor de la UAL

Menudo rollo se vienen marcando desde hace tiempo en los adláteres de la universidad –Fundación Mediterránea, por ejemplo- con la logística: un preparado que pretende convertir en oro todo lo que reluce, un preparado holístico que sana y previene, una fórmula mueve-hilos que embelesa a empresas y colectivos ávidos por ganar dinero en plan de hincharse: el que tome las dosis prescritas se hará rico con lo que se trate (insecticidas, cultivos, transportes, paneles solares, molinos de viento, frutas, hortalizas, tecnología y así sucesivamente).


Para ello esa logística de los cojones se vale de la universidad como caldo de cultivo del conocimiento, pero sólo de los departamentos que produzcan dinero –ni que decir tiene que no habrá logística de la paleografía-, esto es, que su pensamiento produzca dinero: tú me haces la fórmula que yo te la coloco con empresas donde sea, y luego te doy para que pagues la luz y el agua. Todos encantados: universidad-sociedad-empresa y tira millas. Todo magnífico, hasta el punto de crear una cátedra de logística (claro está, el que tiene un peso quiere tener dos…), cuando la cátedra debería llamarse ‘del dinero’.

No interesa el pensamiento, el saber, sólo interesa lo competitivo, el dinero y el poder. No interesa ya la universidad como institución pública, sino como fábrica de ideas, como estruja-cerebros para los bolsillos privados. La manera de escaramuzar el despropósito es involucrar otros organismos y sociedades de carácter público y hacer parecer todo esto como una actividad filantrópica. Pero de dónde sale el dinero, de dónde cobran los cargos, de dónde las dietas y viajes, o el gasto fungible. No sabemos. Pero como la universidad tira con pólvora de rey, pues saldrá de las atarazanas, de las bodegas, de las despensas o de los silos.

¡Qué, eh! Todo puta madre y un día inesperadamente logístico una normanda, una piba (sin tratamiento afectuoso), una tal Cornelia Prüfer Storks se carga la exportación de hortalizas diciendo que hay tres pepinos contaminados con E. coli en una caja que viene de Almería. Esto no estaba incluido en la logística que estos sesudos de Almería practican. Pues debería estarlo porque el mercado se garantiza no sólo a caballo ganador. Ahora se les cae el sombrajo, y los logísticos en un gesto desesperado pero, ojo, desesperado pero mosqueante se inventan el ‘Manifiesto del Pepino’ y lo hacen académico. Y el rector lo lee haciendo su papel. Delirante, acojonante.

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