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Almería desmonta el bulo del pepino

Luis de Vega
Periodista

Los dos Nesidiocoris tenuis pasean tallo arriba, tallo abajo. Parecen una pareja de la Guardia Civil. Son los auténticos guardianes del tomate. En Almería están tan habituados a estos animalillos que los llaman con el apodo familiar de «nesis». Son verdaderos héroes de la lucha biológica, que en los últimos años ha dejado atrás la lucha química. De estos insectos, más pequeños que mosquitos, depende que las plagas, especialmente de la mosca blanca y la tuta absoluta, no acaben con la cosecha de tomates. La escena de los «nesis» tiene lugar bajo uno de los invernaderos más modernos del mundo: la Estación Experimental Las Palmerillas, de la Fundación Cajamar, en El Ejido.

Se estrenó el 14 de julio de 2009, pero desde entonces no han dejado de mejorarlo, como explica Roberto García Torrente, director del área de Investigación Agroalimentaria en Las Palmerillas. García Torrente cuenta que este prototipo ha recibido visitas desde muchos países, entre ellos Holanda o Israel, dos de los pioneros en la materia y de los que aprendió Almería cuando todavía era un sueño sacar beneficio de cultivar bajo plásticos.

De acuerdo con García Torrente, este moderno centro de cultivos tiene más de 25 grados de inclinación para aprovechar más la radiación en los días más cortos del invierno. Cuenta con un plástico antigoteo para que el agua condensada durante la noche no dañe el cultivo, y posee un sistema de ventilación que hace que la temperatura en el caluroso verano sea inferior dentro del invernadero. Este avance y las soluciones biológicas contra los productos químicos son solo dos ejemplos del grado de progreso y de lo que muchos consideran un milagro en la zona más árida de Europa.

 

El camino hacia la vanguardia


Fue Francisco Fuentes —conocido como «Paco el Piloto» porque probaba todo tipo de experiencias piloto— el que, según García Torrente, se atrevió por primera vez a techar con plástico sus plantas en medio del pedregal desértico de Almería. Entonces se multiplicaron la producción y las ganancias. De las 3.000 hectáreas de cultivo bajo invernadero, en 1974 se ha pasado a las actuales 27.000; y de ser una de las provincias más deprimidas de España, se ha aupado al puesto 22 con un Producto Interior Bruto de 13.871 millones de euros. Almería ocupa ahora la vanguardia mundial en el sector hortofrutícola, que emplea a unas 120.000 personas y genera solo en comercialización unos 2.100 millones de euros al año.

El alto nivel de los controles del mercado internacional les ha obligado a mejorar el producto cada día para no perder el tren de las exportaciones. Uno de los países más estrictos en materia de seguridad alimentaria es Alemania. «Gastamos 750.000 euros al año en análisis», se defiende Ricardo García, director general de AgrupaEjido, una comercializadora con 1.200 trabajadores en Almería que factura 150 millones de euros al año. «El mercado alemán es el más exigente», reconoce Antonio Belmonte, director general del laboratorio Sica AgriQ en la localidad de Vícar, donde analizan productos frescos de las principales cadenas de supermercados de ese país como Lidl, Aldi o Edeka. Por eso sorprende tanto en el mar de invernaderos que hayan venido de Alemania unas acusaciones que han golpeado sin piedad la profesionalidad de los empresarios de Almería y de rebote a los de toda España.

Uno de esos logros es la denominada trazabilidad, que ha mejorado y modernizado el comercio mundial. Es, en esencia, el DNI de la mercancía lo que permite en cada partida saber, gracias a una numeración en la caja, quién es el productor o a qué cliente se le ha enviado. Esto sirve, en caso de alerta, para retirar inmediatamente el producto y saber de dónde procede en caso de que sea necesario llevar a cabo alguna investigación. Todos en Almería se preguntan por qué no se ha hecho así en Alemania. «Aquí primero se ha acusado y después se ha investigado», se queja Ricardo García, de AgrupaEjido.

Si no hubiera habido muertes detrás de la bacteria E. coli, las acusaciones hubieran producido risas entre los productores, comercializadores e investigadores de Almería. «Técnicamente es imposible que el origen estuviera aquí», explica el belga Kris De Smet, director comercial en La Mojonera de la empresa Koppert, líder mundial en control biológico de plagas y polinización natural. En su almacén, los «nesis» y los swirski —pequeños ácaros que cumplen la misma función depredadora pero en otros cultivos diferentes del tomate— esperan a los agricultores para que los suelten en sus plantaciones. Un bote de plástico similar a los de champú con 50.000 swirkis cuesta 74 euros. Se necesitan 10 de esos botes para impedir las plagas en una hectárea (10.000 metros cuadrados). Estos bichos, como se refieren a ellos, han mandado a la jubilación a muchos productos fitosanitarios. «El abejorro es el gran amigo del agricultor», añade García Torrente. «No descansa los domingos y poliniza los 365 días del año».

En la vecina Roquetas de Mar, la sede del laboratorio Savia Biotech ha multiplicado por tres los encargos de análisis de muestras de frutas y hortalizas por estos días, pero sus técnicos saben que la famosa bacteria no salió de los campos almerienses. La inmensa mayoría opina que el inoportuno anuncio hecho por las autoridades de Hamburgo señalando como origen de las muertes a pepinos llegados desde Almería no es más que una metedura de pata en el ámbito político, y no apoyan la teoría de la conspiración para favorecer otros centros de producción que no sean españoles. Hay quienes recuerdan que no es la primera vez que ocurre. Pero el daño esta vez ha sido letal a pesar de que ha pillado a la campaña dando sus últimos coletazos. «Hace tres meses hubiera sido mucho más duro», señala Rafael Losilla, director de la revista especializada F&H. «Nadie volverá a vender como antes ni en España, ni en Holanda ni siquiera en Alemania hasta que no se aclare esta enorme crisis alimentaria», sentencia.

 

Pérdidas sangrantes


Además de las pérdidas económicas, que la Junta de Andalucía ha estimado en 75 millones de euros, hay otras pérdidas más sangrantes e invaluables: las que han causado a la imagen de marca que Almería se había forjado en las últimas décadas. «Si el consumidor no nos compra no hay nada que hacer. Nosotros nos estamos salvando por el mercado nacional», reconoce Esther Oliva, responsable de marketing de Casi, una de las mayores empresas de tomates del mundo con una facturación anual de 250 millones de kilos. Su mercado principal no es Alemania ni se dedican a producir pepinos, pero ocho de sus camiones —unos 200.000 kilos— han tenido que darse la vuelta en destino porque el comprador europeo ya no quería la mercancía. «Ante esto, aparece la figura del oportunista que se quiere quedar con los tomates a mitad de precio», añade Oliva.

Las subastas son estos días un buen termómetro con el que medir la temperatura del sector. Los pepinos se han llegado a vender a 0,02 euros el kilo, es decir, por un euro te llevas 50 kilos. Hace una semana costaban diez veces más. «Eso en el mejor de los casos, porque a menudo tenemos que tirarlos», se queja Javier Valverde, un productor que esta semana ha llevado a la planta de residuos agrícolas unos 8.000 kilos de pepinos con el dolor de su alma.

Pero Manuel Ruiz, un panadero convertido en agricultor hace doce años, no es capaz de tirar lo que tanto le cuesta producir. Su hijo Roberto deposita en la finca de un pastor vecino 15 toneladas de pepino en perfecto estado, acompañado de cuatro senegaleses. Khalifa, Mala, Masou y Chekouta arrojan cientos de cajas al suelo sabiendo que en su país miles de personas esperarían abajo con los brazos abiertos. De esta forma por lo menos las cabras y las ovejas se alimentan. Mientras el ganadero Antonio Cara maniobra con la excavadora para hacer llegar las hortalizas a los animales, su mujer, Ana María Fuentes, no esconde su perplejidad: «Con esto también comemos nosotros. ¿Qué voy a hacer? ¡pues gazpacho!».

«La genta tarda en olvidar antes de volver a consumir», opina Gabriel Barranco, presidente de La Unión, una empresa que produce cien millones de kilos de pepino al año y a la que la crisis le va a suponer perder unos diez millones de kilos. Barranco, al que alguno ha llegado a calificar como «El rey del pepino», estima sus pérdidas en unos cinco millones de euros. «Va a ser necesaria una buena campaña de publicidad para limpiar la imagen no solo de Almería, sino de toda España y en ella será necesaria la implicación del Gobierno central», añade. Barranco ha hecho una gran inversión para robotizar el manipulado de la producción. «Es seguramente el hombre que menos ha dormido estos días en Almería», según afirma un empleado del sector.

Pase lo que pase, las neveras de los alemanes seguirán dependiendo de Almería seis meses al año, de octubre a marzo. «El sector hortofrutícola alemán habla castellano antes que inglés», explica Rafael Losilla. «Los alemanes son los primeros interesados en que Almería salga bien parada». Mientras tanto los almacenes están a rebosar, especialmente de las frutas de verano que no encuentran comprador. «Aquí hay más melones que en un club de striptease», bromea un trabajador.
(Publicado en ABC)

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