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La Plaza Vieja y el Casco Histórico


Alfonso Rubí Cassinello
Presidente del Foro Ciudad

⏩⏩⏩ El proyecto de remodelación de la Plaza Vieja se ha defendido alegando que su finalidad es revalorizar el patrimonio construido de su entorno y revitalizar el Casco Histórico, insistiendo mucho en que ejecutarlo es un derecho del equipo de gobierno que lo llevaba en su programa electoral.


Recurrir al número de votos conseguidos para defender una gestión de gobierno no me parece un argumento incontestable. Analizando los resultados de las últimas elecciones municipales se puede comprobar que los 34.087 votos obtenidos por el partido ganador representaron el 43,44% de los emitidos, es decir que la mayoría de los 78.917 votantes no le dieron su confianza. Todavía más, el censo estaba constituido por 143.802 electores, por lo que el voto a favor significó el 23,70% de ese total, o sea menos de la cuarta parte. Sin embargo la acción de gobierno afecta también a esas otras tres cuartas partes que no apoyaron el programa que se les ofreció. Incluso hay que tener en cuenta que en el municipio viven más de doscientos mil ciudadanos (incluyendo los no censados) por lo que el gran éxito electoral de votos favorables en realidad representa apenas una sexta parte del total de habitantes de la capital, a todos los cuales afectan las decisiones de gobierno que se adoptan.  

Las votaciones son un elemento básico de la democracia, pero no el único, ni el más importante. La esencia del sistema democrático está en que la soberanía reside en el pueblo, como proclama el artº 1 de nuestra Constitución. Los partidos no deben usurpar esa soberanía cuando por medio de los votos alcanzan el poder y con él la legitimidad de decidir la construcción del futuro de la sociedad. Esa legitimidad está supeditada a escuchar las demandas de los ciudadanos a los que se gobierna, y a buscar el interés general, rechazando toda tentación corrupta de servir a intereses particulares. 

Me parece cínica la afirmación de Tierno Galván de que los programas electorales están para no cumplirlos, y opino que engañar a los electores con ellos es antidemocrático, pero no creo que deban ser documentos inmutables que no se pueden corregir ni perfeccionar. Hay que adaptarlos a las circunstancias cambiantes de la vida ciudadana, y se les debe incorporar opiniones de esa mayoría de ciudadanos que no los han apoyado, pero que son también destinatarios de su ejecución.

En el caso de la Plaza Vieja es cierto que su reforma estaba incluida en el programa del partido que ganó en las urnas, pero no se detallaba en qué iba a consistir. La propuesta aprobada después por el pleno municipal ha sido contestada con diversos argumentos: los ingenieros agrícolas han expuesto razones medioambientales para que no se toquen los árboles, varios arquitectos han recordado la inadecuación urbanística de las inhóspitas plazas duras castellanas, expertos en patrimonio han insistido en que ni el Pingurucho ni los árboles estorban la visión de la fachada del Ayuntamiento ni la de la cúpula de las Claras, y que por lo tanto no se justifica la modificación de la ficha del PGOU (con la complicidad de la Consejería de Cultura), algunos historiadores han resaltado la vinculación del monumento a los Coloraos con acontecimientos relevantes para Almería, incluida su designación como capital provincial, muchas voces defienden que su valor simbólico (la defensa de la libertad y de la Constitución de 1812) está mejor representado en la plaza donde reside el poder local que en ningún otro sitio de la ciudad, y sus constructores hablan de un costo muy alto para su traslado.

Ninguno de estos alegantes se puede arrogar mayor representatividad ni mayor legitimidad que el equipo de gobierno, pero sí tienen derecho a exigir que se escuchen sus opiniones, puesto que están avaladas por la cualificación de quienes las exponen. Reducir el debate a un mero conflicto ideológico es una simplificación desafortunada.      
   
Mi objeción al proyecto se basa en otro argumento: el estratégico, ahora que estamos enredados en intentar hacer planes de futuro para superar la miopía cortoplacista que hemos sufrido siempre. Revitalizar y rehabilitar el Casco Histórico es el primer problema de esta ciudad, pero hay que hacerlo mediante el Plan Integral reclamado desde hace más de treinta años. No basta con actuaciones puntuales, que serán erróneas si no se contemplan en ese contexto global. Dentro de este contexto hay que establecer prioridades, entre las que no figurará una gran reforma de la Plaza Vieja. Hay otras muchas cuestiones más importantes y urgentes que esperan ideas y recursos.

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