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El sentimiento del paisaje rural, según Waldi Wrobel

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista


Han pasado 25 años desde que Waldi Wrobel (Wangel, Algäu, Alemania, 1951) llegara a Almería y se asentara, sin perder la capacidad de observar el mar, en las alturas del paisaje de la Alpujarra para sentir naturaleza de la vida rural. Durante todos estos años ha ido estableciendo una relación estrecha con el entorno desde la actitud mística en la que se mueve, para expresarse a través de la pintura fundamentalmente. Ahora ha decidido conmemorar sus 25 años almerienses con la exposición Waldi Wrobel, 25 años en España, que presenta en el Centro de Arte-Museo de Almería, hasta el 3 de febrero.

Waldi Wrobel
Han pasado siete años desde su anterior exposición, Retrospectiva (2005). El sentimiento del paisaje rural permanece. Y algunas de sus confesiones, también: “El arte tiene imágenes, no palabras”, “la pintura me libera”. Y Waldi Wrobel regresa a su conexión de sentimientos con la naturaleza. En ese mundo comparece, el mar y el paisaje interior del Cabo, las huellas de los volcanes, las piedras, la madera, los árboles. Y la Alpujarra. Hay un mundo interior de Waldi Wrobel que se explica por su interés por el budismo y el yoga, y desde esa actitud asume su conexión con la naturaleza, lo que justifica su compromiso ecologista. Aquí y ahora.

Sorprende, en el inicio, la singular propuesta realista. Recibe al visitante Cueva marina. Y después, frontal, Abstracto rojo-negro I. La materia se integra en los lienzos que se suceden en el recorrido, al margen del tiempo.

Una propuesta posible de itinerario por la exposición sería no acudir al recorrido obvio, desde la entrada hasta el final; sino acudir primero al encuentro de la instalación del otoño, el tiempo elegido. Hojas secas, piedras, agua que cae proyectada en imágenes sobre un árbol sin hojas, insinuado en el dibujo que acompaña la contemplación. Y desde ese momento, queda abierta la imaginación para recorrer, fuera del tiempo y del espacio físico del museo, los sentidos del paisaje rural desvelado por Waldi Wrobel.

Contemplo y siento la imagen de las piedras, sus formas, caminos para una serie de símbolos donde surgen espacios grises en las relaciones de las piedras con el mar. Contemplo y siento elementos de la naturaleza incrustada con ramas en el aire.

Observo y siento cobre y oro rojo ante el método. Mundo rural, el elemento mínimo ante la grandiosidad de su protagonismo, la exaltación que hace el pintor de lo que presumiblemente es ignorado por la arrogancia urbana. Blanco de cal, en pequeños núcleos de la sierra. Arquitectura espontánea, en un mundo de pequeñas reglas, al margen del sistema. Heterodoxo. Y las sillas, que siempre están presentes. Sillas de anea, azules, rojas, sillas que más adelante vuelan. Cuerda de tender la ropa, con pinzas, en el encuentro del pintor que alimenta senderos. Y siempre, el blanco de la cal. A veces, sombras sobre los elementos en la pared campesina. Predomina la visión serena del pintor, su tiempo recuperado, la perspectiva sobre la tierra.

En la planta superior del Centro de Arte contemplo y siento “símbolos sobre la arena”, elementos incrustados en el horizonte. Se asoma de nuevo la abstracción, entre las piedras que permanecen. Y ahí está la simbología del Cabo: Mónsul, Cortijo del Fraile entre detalles de identidad. La aridez del Playazo. El color de la tierra. Eterno retorno, en suspensión el origen del aire, la telaraña, las ramas que resquebrajan el entorno cercano. Al principio, según Waldi Wrobel, fue el árbol sobre la tierra. Fuerza y equilibrio. Y de nuevo, abstracción en rojo.

Hay una colección de apuntes, plumillas y acuarelas, donde comparece el dibujo como sugerencia.  Un cuadro para la reflexión: Éxodo de Cataluña, viaje de regreso al Sur.

Y encerrado en un pequeño espacio del Museo, tres cuadros  aparte para un encuentro con lo inesperado. Toros, Jesucristo. Y un desnudo confidencial de La Maja desnuda, con el rostro de la duquesa de Alba, del siglo XXI. Otra historia que contar.

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