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Elogio de Capuleto

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Recuerdo a Capuleto como protagonista y autor de un pequeño cuadro, donde un perro blanco olisquea por debajo de un cortinaje rosa, en una pequeña habitación de la que no hay indicios de presencia humana. Rosa, amarillo, gris y blanco delimitan un espacio interior. El escenario del cuadro, de pequeño formato, está dividido en líneas que configuran el cortinaje y la pared, más sugerido que real. Y como una atracción que hipnotiza al espectador, permanece el misterio del pequeño perro blanco olisqueando la realidad oculta, al otro lado.

Pienso en las ausencias de una realidad reconstruida por el pintor, que también está presente, hacia la mirada del espectador. Es lo que Capuleto seguramente ideó cuando fue gestando ese momento cotidiano, de sus últimos itinerarios pictóricos, con tan pocos elementos. La síntesis, en el tiempo de llegada. Y de ahí esta reflexión, para un elogio necesario y justo, sobre quién fue, quién es, en nuestra pequeña y gran historia almeriense, Francisco Bernardo Capulino-Lanuza Pérez (Almería 1928-2009).

Irónico, silencioso, observador y con una altivez que le pudo haber llevado por otros universos mundanos, Capuleto mantuvo su presencia en Almería con su propio estilo y elocuencia pictórica, que casi guardaba en secreto, y que relacionaba en sus recorridos cotidianos con un entorno próximo del que formaban parte el fotógrafo Carlos Pérez-Siquier, y los pintores Ginés Cervantes, Martín Pastor, Huecas, Juan Morante, Rafael Gadea, y poco más, en encuentros informales. De aquel tiempo del 47, poco quedaba y el hijo del conserje de la Escuela de Artes y Oficios recordó siempre su deambular por Francia y Latinoamérica, un recorrido que forjó su mentalidad de ciudadano del mundo que un día regresó a su pequeño escondite provincial almeriense.

Capuleto resurgió renovado con aquella exposición de ruptura, de los 70 en la Caja de Ahorros de Almería, con los grandes formatos de las Meninas, allí impuso la creatividad más brillante de quien formó parte del grupo indaliano. Hubo otros momentos, escasos, como las ‘Figuraciones sugeridas’ que presentó en Argar en 1995. O exposiciones colectivas, de homenajes al movimiento indaliano, aunque confesó en 1999 su criterio de que hubo una manipulación política que rodeó la inocencia o ingenuidad de unos pintores sometidos, en cierto modo rehenes del sistema en los años de post-guerra. O las ilustraciones que hizo para la obra poética ‘Itémpora’ de Domingo Nicolás Gómez en el número 1 del libro-periódico Alfaix (1987). Y así un desfile de mundos personales desvelados a la espera de resurgir de nuevo. En el tránsito por la democracia mantuvo su actitud irónica y sarcástica, no exenta de un talante ácrata que idealizó con su declaración: ”Pertenezco al partido de la quimera”.

La pintura de Capuleto es grandiosa por si misma, por el proceso de liberación de un pintor que impuso sus reglas del ‘buen vivir’ a su entorno más particular. Y por el mundo de inquietudes y dudas que suscita desde una sobriedad en ascenso hasta el momento final. Los secretos de su obra permanecen, pues, a la espera de ver la luz futura. Y nosotros, aquí seguimos a la espera de un encuentro definitivo con la pintura de Capuleto, más allá del recuerdo. Y por eso, el  homenaje más sentido.

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