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Pilar Quirosa, en la encrucijada

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Si trasladamos los géneros cinematográficos o teatrales, por ejemplo, a la narrativa, nos encontramos con que Pilar Quirosa-Cheyrouze (Tetuán, Marruecos, 1956, residente en Almería) ha escrito una serie de pequeñas comedias (humor, sonrisas y picardía en la vida cotidiana), junto con algunos dramas aislados, en su libro de relatos ‘El faro de Nerea’ (Edición Colectivo D.Tebeos, Almería 2009), con portada de la pintora Carmen Pinteño. En realidad, la escritora parte de anécdotas, la mayoría vividas en su entorno en tiempo indefinido y otras desde la ficción. Y esas anécdotas, elevadas a una categoría  de universalidad particular, se transfieren al mundo de los relatos con su idiosincrasia. Y es el momento, en cualquier escritor, de tomar un decisión sobre los caminos a seguir.  La cuestión es que en el espíritu creador de esta escritora anida un alma poética con sus poemarios: ‘Orión’ (1990), ‘Islas provisionales’ (1991), ‘Arenal de silencios’ (1992), ‘Avenida Madrid’ (1993), ‘Pactos con Eleusis’ (1994), ‘Por acuerdo tácito’ (1996), ‘Estampas taurinas’ (1997), ‘Deshabitadas estancias’ (1997), ‘El lenguaje de la Hydra’ (1998) y ‘Et signa erunt’ (2008), donde está su principal espíritu creativo.

La escritora se ha introducido también en el territorio de la literatura infantil y juvenil, donde nacen sus primeros pasos en narrativa (‘La vida en un nenúfar’ (1994), ‘Bajo el cielo de Grisén’ (1996), ‘En el Planetario’ (1997), ‘La ciudad blanca’ ((2000), ‘El búho Crispín’ (2002), ‘El platillo de Tabernas’ (2004), ‘Palabras para Helena’ (2004), ‘Lagartija Canija’ (2005). Y la novela, en un territorio intermedio, ‘Azul tristeza’ (2006), una atmósfera que está presente en ‘El faro de Nerea’. Es en este momento cuando surge un eterno dilema: poetas que escriben narrativa y viceversa. Una decisión inquietante: poesía y narración ¿son mundos contrapuestos? En cualquier caso, es una encrucijada en la que el mundo literario encuentra a multitudes de autores, lo que no quita que desde el sentido de la relectura y revisión de las ideas que emanan de un libro se planteen interrogantes y se busquen respuestas, que casi nunca se encuentran, a las eternas dudas del interior personal. Esta  búsqueda de ideas es precisamente lo que enriquece los territorios  personales de lo literario. Y esa decisión de avanzar por distintos territorios pertenece, después de todo, a la libertad personal de la escritora.

Las dedicatorias del libro muestran la actitud de Pilar Quirosa, amigos, amigas, acompañan en la relación a Alfred Hitchcock, Edgar Allan Poe, Chicho Ibáñez Serrador y los astronautas que llegaron a la Luna en 1969. Pilar Quirosa se mueve en territorios de la actualidad, de las reivindicaciones solidarias, con personajes que desde sus confesiones protagonizan la voz de los relatos, hasta identidades entrañables de la sencillez. En general, la escritora es el personaje oculto, el ‘Yo’ de un momento o se camufla en algún que otro personaje.

En ‘El Faro de Nerea’ hay paisajes, sueños, recuerdos y, en gran medida, rendición de cuentas, sin maldad. A veces se involucra, participa. Otras, en cambio, es testigo mudo. No faltan momentos en que ella decide la evolución de los acontecimientos. Realidad o ficción, caminos hacia el discurso final, aunque siempre corresponde al lector la metamorfosis final de la historia. La autora invita en ocasiones a distintos encuentros, saliendo a la luz del personaje (“soy lesbiana y quiero casarme cuando nazcan los próximos alhelíes en la campaña de los sueños”, en ‘Los percheros’),  la sonrisa sobre la calle (“¿Ustedes han comprobado, en alguna ocasión, cómo, con qué lentitud, se recrean los comensales que se encuentran plácidamente sentados en una mesa de bar cuando hay gente esperando? Es curioso, sí, muy curioso…”, en ‘Al rico calamar’). Hay situaciones cotidianas, como si no pasara nada (“Luego bajamos la cuesta. Y ya desde ese gozoso instante, comenzamos a pensar en la próxima fiesta del agricultor Juan, en otra cosecha y en otra primavera” en ‘La fiesta de Juan’), y en realidad es solo eso. Hay una cita con la ‘Soledad’ (“¿Quién echaría migajas en aquel entorno abandonado de vida?”). Deambulan los equívocos y los sucedidos, una forma de contar historias (“Sucedió en un pueblo de la costa levantina…”), viajes donde despliega la observación. En alguna situación comparece el genio de lo irreal (“Buscamos fuerza, armonía y la salvación eterna”, en ‘El papiro de Nut’) o el suspense y el terror (“Llevaba días observando aquel armario provenzal, testigo mudo, ubicado en el balcón de un sexto piso del edificio Romeo”, en ‘El balcón indiscreto’). Hay guiños al mundo universitario o al mundo de ser escritor en provincias y creerse el rey del mundo. Hay historias de amor con final feliz, con ruptura o el amor retratado como una realidad en el aire, sin principio ni fin, solo un elemento para sentir; hasta una carta peculiar a lo Reyes Magos en el cambio del tiempo. Por otra parte, como un personaje singular comparece el relato ‘En el Museo’, que despliega Pilar Quirosa en cinco entregas a lo largo del libro, con todo tipo de situaciones pícaras.

Y está, mención parte, ‘El horizonte’ (“Nadie se dio cuenta de la existencia  de un sombrero rojo, abandonado a escasos metros del lugar”), que deja un soplo de amargura para una reflexión abierta en el lector que intente asistir al reencuentro con Pilar Quirosa, que en estos momentos escribe ya su primera gran novela. Aunque, a decir verdad, uno contempla con más interés el sentir poético de la escritora.

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