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Misa del gallo

Rafael Leopoldo Aguilera Martínez

Cuando el Sol comienza a ganar terreno por la noche, llega como cada año la época de la Navidad, un tiempo lleno de tradiciones, de celebraciones, de regalos  y  alegría.   Las postales,  villancicos,  el árbol,   el Belén,  Santos Inocentes,  los Reyes Magos,  el aguinaldo, papa Noel,  fin de Año,  cestas de Navidad,  San Silvestre, las Moragas,  Protomártir San Esteban, el día de la Reconquista,  flores de pascua, adornos y bolas y  los turrones. Todo eso está muy bien, pero la Nochebuena tiene un embrujo y duende especial: “El Niño Jesús ha nacido en el alma de los fieles”.

Tras el recibimiento y escuchar entre el murmullo, el ruido de la pandereta, la zambomba, el triquitraque de  las luces navideñas el panegírico del Jefe del Estado, armonizado al principio y al final con el Himno nacional, se comienza una copiosa cena tras un rezo de vísperas que sonaba a don divino.

Finalizada la cena familiar para la que se elaboran una diversidad de platos, postres y bebidas tradicionales, endulzada con sabrosos mantecados, mazapanes y polvorones, con algún que otro turrón, cada año hacíamos un esfuerzo en ir a la misa de gallo y se prefería  no dormirse. Salir a la calle escarchada con el hedor de la ya entrada noche, bulliciosa y luminosa con estrellas centelleantes nos dirigíamos al templo, tras el repique de campanas,  para adorar al Niño Jesús, entre los cánticos del coro interpretando la Misa de Pastorela, de I. Busca de Sagastizabal y una amplio repertorio de villancicos, y tras 2 lecturas, la de  Is 9, 1-3.5-6 promete una luz que brillará  para el pueblo y los pueblos que “caminan en las tinieblas”    y la de  El apóstol Pablo que  en pocos versículos de la carta al discípulo Tito, anuncia la gran Noticia: “Se ha manifestado la bondad de Dios, que quiere salvar a todos los hombres...” (Tt 2, 11-14), llega el  Evangelio, en el que se enfocan todos ellos  a narrar el nacimiento en Belén, y nos indica que  Había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor (Lc 2, 8-9). Finaliza la ceremonia religiosa,  dando  a besar, a través del sacerdote,  una imagen del Niño Jesús en un clima alegre y emotivo.
        
Como íbamos a dejar de ir a la Misa del Gallo en la noche de paz,  cuando una fábula milenaria del canto de un  gallo real fue el primer animal  en presenciar el momento último de la expectación de María ante el alumbramiento del Hijo de Dios, y se encargó con su kiri-kiki de anunciarlo al mundo un 24 de Diciembre a las 24 horas, recibiendo al día de Navidad.

Con la cristianización de la sociedad romana, cuando el primer día de la semana dedicado al sol se fue dedicando al Señor (Dies dominica), la fiesta del "Natalis solis invicti" pasó a ser la del "Natalis Domini Nostri Jesucristi" o nacimiento (Navidad) de Nuestro Señor Jesucristo. Más aún cuando en los mismos relatos del Evangelio leemos: "nos visitará un sol, que viene del cielo, para iluminar a los que vienen de las tinieblas, a las sombras de la muerte, y guiar nuestros pasos por caminos de paz" (Lc 1,78-79).

Desde el siglo V se celebra, y hasta comienzos del siglo XX era habitual que la medianoche fuera anunciada dentro del templo por un canto de gallo, bien real, bien simulado. Por tanto, la Misa empieza en la medianoche, en la hora de "ad galli cantu" (que canta el gallo).

Desde el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianzeno se proclamó el 25 de diciembre como fecha de la Natividad, no se puede entender la Navidad y con ella, la  Nochebuena,  sin la asistencia a la Misa del Gallo, en la medianoche del día veinticuatro de diciembre.

Los católicos celebramos tres misas: la primera  en la noche del 24 para recordar la hora del nacimiento, la segunda  al amanecer recordando el misterio de la resurrección y la tercera en San Pedro, constituyendo el oficio solemne del día.

La misa del gallo, enraizada en la liturgia popular,  comienza con las palabras de la antifona de entrada: "El Señor me dijo: tú eres mi Hijo; hoy te he engendrado" (salmo 2,7).

En esa Noche de la Natividad del Señor, Cristo ha nacido para nosotros.  El Verbo eternamente engendrado por el Padre entre resplandores de santidad, está reclinado en el Pesebre, Niño recién nacido de las virginales entrañas de María.  Y es que Jesús nace como luz que viene a iluminar nuestra mente, y debe dar resplandor en nuestras obras.

En ese portal que está en todos los templos, el día 24 se encienden sus luces, para demostrarnos que se encuentra en El toda la benignidad y humanidad de Dios nuestro Salvador y nuestro modelo. Qué júbilo fue el de los Pastores al encontrar al Niño con su Madre San José y recibir las primeras bendiciones. “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.

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