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Viaje al sexto continente

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

N. de La R.: Reproducimos las palabras pronunciadas por el director de La Voz de Almería en la presentación de su libro "Almería, el sexto continente"


En primer lugar quiero agradecer al Instituto de Estudios Almerienses (IEA) y a su presidente y director su apoyo decidido porque sin él no hubiese sido posible la publicación de este libro que hoy presentamos. A todos ustedes porque, con su presencia aquí esta noche, demuestran que dos excelentes escritores- Larra y Dickens- no siempre llevaban razón. El español escribió desengañado que en España escribir es llorar. El inglés, porque también expresó su pesimismo sobre el oficio de escribir a través de que su personaje maravilloso, cuando, delante de su benefactor, aseguraba que sólo se dedicaría a los libros si no tenía otra propuesta profesional más decente. Con vuestra compañía demostráis que uno puede dedicarse al periodismo, a la literatura o a escribir sin tener que sufrir el llanto ni sentirse culpable por dedicarse a un oficio no necesariamente indecente. También quiero darles las gracias a mis dos prologuistas. A mi editor y amigo, José Luis Martínez, porque siempre, desde que tuvo la osadía de nombrarme director con 30 años, me ha dejado libertad total para escribir de todos aquellos temas que consideraba interesantes; una libertad que yo he transmitido a los centenares de profesionales, de magníficos profesionales que han pasado por la redacción de LA VOZ DE ALMERÍA. El patrimonio más importante y la aspiración más irrenunciable de un periodista es, siempre, tener la facultad de expresarse libremente; ese es un lujo que me transmitió hace ya más de 24 años José Luis Martínez y que yo he intentado transmitir a quienes han trabajado o trabajan conmigo, algunos de los cuales hoy son excelentes directores de periódico como Ángel Iturbide en Ideal y Antonio Lao en Diario de Almería. También quiero agradecer su prólogo a Paco Cosentino porque siempre me ha distinguido con su afecto, me ha enriquecido con su amistad y me ha hecho pensar de la forma que pienso.

Hay dos personas que en mi vida han influido de forma decisiva: una de ellas es mi hermano Ramón que, sin duda, es más inteligente, más listo y sabe mucho más que yo. Ramón y Paco son dos personas con las que yo consulto todo. Al primero porque es mi hermano de sangre, al que tanto quiero y del que tanto aprendo; a Paco Cosentino porque es mi otro hermano por la vinculación potentísima e inquebrantable del afecto y el cariño. También quiero agradecerle a nuestro Premio Nacional de Fotografía, Carlos Pérez Siquier, su apasionada colaboración en el diseño de portada del libro. Cuando le propuse la elección de una de sus fotos para ilustrarla me dijo que no le hacía falta conocer el contenido. Él ya lo sabía, lo conocía desde que empecé a escribirlo porque, todos los domingos, la carta que publicaba en LA VOZ formaba parte de su menú de lecturas. Hoy no está aquí porque está celebrando un acontecimiento feliz: cumple ochenta años. Está en Madrid, rodeado de sus nietos, de sus hijos... Y la verdad es que tengo ganas de preguntarle cómo lo hace para parecer que tiene sesenta cuando él reconoce que tiene ochenta; de todas formas también tenemos aquí a personas que tendrían que explicar el misterio de la juventud, como el presidente (para mi siempre serás presidente) don José Fernández Revuelta, y a mi amigo el gran pintor Garren. Y cómo no, agradecer también sus palabras a mis dos presentadores. Su afecto les hace traspasar la línea Maginot de la desmesura. Con Pedro Molina comparto el sol machadiano de la infancia, la lucha por la libertad de la adolescencia y el compromiso por la Universidad en nuestra madurez. Él, junto con Pepe Guerrero, con Fernándo Martínez, con Manuel de la Fuente, con Andrés García Lorca y algunos más rompieron mi incredulidad de los primeros 90 cuando yo no creía que era posible que Almería tuviera Universidad; entre todos me convirtieron a su fe y desde entonces formé y formo parte de esa cofradía maravillosa que siempre pensó y piensa que a Almería lo mejor que le pasó en el siglo veinte fue la llegada de esa catedral del saber que es la Universidad. Ellos apostaron por el milagro y yo me sumé, como ciudadano y director del periódico, a esa lucha.

El que creyó en mí -y tiene mérito- fue Fausto Romero. No me extrañó que tuviera la valentía de enfrentarse al gobernador civil de entonces, José María Bances, sacándome del paro al que me había mandado cuando era redactor de Almería Semanal. Fausto me sacó de esas oficinas y de esas listas, tan lamentablemente frecuentadas ahora, para trabajar en la UCD que presidía. Y no me sorprendió porque Fausto no tiene remedio: es temerario y osado; y eso lo hace entrañable y único. Pero en aquel tiempo Fausto y yo perdimos la inocencia y, desde entonces, somos como una pareja de hecho, aunque aceptada y consentida por Anna María, su viuda como él la llama, y por Carmen, mi mujer.

Cuando hace unos meses comencé a trabajar sobre la selección que debía hacer de los centenares de artículos que he publicado en los últimos diez años, releyéndolos me di cuenta que había una serie de características comunes que están presentes en todos. La primera característica era que estaban escritos desde el respeto. Respeto al fondo, escribiendo siempre de aquello que les interesa a los lectores, nunca de lo que me gustaba a mí y, menos aún, hacerlo para ajustar cuentas apuntando con el dedo de los rencores no consumidos; siempre procuro, en los temas elegidos, tener ese respeto al lector. Pero no busco sólo el respeto al lector en los temas elegidos, también busco mantener ese sentimiento en la forma. Aunque para algunos no esté de moda, hay que pretender escribir siempre de una forma bella. Dice mi amigo Benito Gálvez que “por la forma se llega al fondo”. Es verdad; si tratamos con respeto, argumental y formal, a la persona a la que nos estamos dirigiendo, a la persona a la que estamos invitando a leer, estamos haciendo algo tan maravilloso como hacer las cosas y, además, hacerlas y decirlas bien. El lenguaje es el arma más potente para comunicar y provocar la emoción y para la transmisión del conocimiento que tiene el ser humano. La segunda características de estos artículos es que están dictados desde la lealtad a la verdad. Decía Santo Tomás que es más importante el amor a la verdad, que la verdad del amor. Cherteston atribuye esta dicotomía argumental a la que mantenían los tomistas con los franciscanos, más cercanos a la lírica de los sentimientos que a la épica de la razón.

En estas cartas no hay ningún tipo de dicotomía. Siempre he escrito lo que pensaba en cada momento sin más dependencia que el hacerlo, como recomendaba Azaña, de lo que sabía y sólo de lo que sabía. Cuando he escrito y escribo de cuestiones de notable complejidad, siempre he apelado y apelo a los que sí saben. Hay un verso fantástico de Alberto Cortez que dice “qué suerte he tenido de nacer/ para callar cuando habla el que más sabe/ aprender a escuchar, esa es la clave/ si se tienen intenciones de saber”. Yo he aprendido a escuchar y muchas de estas Cartas tienen las sugerencias, las opiniones técnicas y los criterios de personas que hoy están aquí. Desde Luis Rogelio Rodríguez Comendador a Martín Soler y a Diego Cervantes en política; desde Luis Fernández a Gonzalo Hernández Guahs en arquitectura; desde Juan de la Cruz a Jerónimo Molina o a Paco Cosentino en economía; desde Manuel Lucas a Pepe Vicente Rull en sanidad; desde María Cassinello (que hoy no ha podido venir pero está aquí su hermano Andrés), al Obispado en interpretaciones de la Biblia, siempre he buscado el saber en quien lo tiene. Es una cuestión de lealtad hacia el lector y es una obligación irrenunciable de un periodista. No sabemos de todo, ni muchísimo menos, pero, cuando se va a escribir, hay que tener la decencia de llamar, de preguntar y de consultar al que sabe, porque eso es otra exigencia del respeto debido al lector.

Otra característica también común es que nunca he caído en el pudridero de la descalificación personal. Nunca me han interesado, ni me interesan, las críticas personales. Me interesan las decisiones que se toman o no se toman, nunca la persona encargada de tomarlas. Unos y otras forman parte del mismo bosque pero lo que es importante para los ciudadanos es lo que hay dentro del bosque, no los perfiles personales. Los aspectos personales son la hojarasca, y lo que me interesa no son las hojas, sino el tronco que se introduce en la tierra y genera un árbol de realidades. El personaje llegará un día en que deja de serlo. Lo que siempre quedará serán sus proyectos y sus obras. En una época en que la crispación es el escenario en el que crecen las audiencias y en la que la descalificación se cotiza al alza en el ibex mediático, yo decidí hace años no pisar ese parqué en el que casi todos opinan en función de la bolsa que reciben. El insulto innecesario, la descalificación sectaria y la agresión injusta son detestables desahogos emocionales que lo único que provocan es ruido. Es un equipaje impúdico que nunca estará entre mis pertenencias. Frente a la llama del insulto, tan efímera siempre, prefiero la brasa vertebrada del argumento. El insulto, es verdad, aumenta el divertimento de quien critica y el rencor de quien es criticado. El argumento, en cambio, aporta a la capacidad intelectual del lector instrumentos enriquecedores que contribuirán a que él, y sólo él, configure su propia opinión. Si la vida de cada uno de nosotros está llena de cabos sueltos, ¿cómo no va a estarlo también la de los demás? Si algo nos ha enseñado la historia es que el maniqueísmo es una práctica que insulta la inteligencia. Las cosas no son o blancas o negras; los ciudadanos no son buenos hasta conmover, ni malos hasta la abyección. Hay siempre, siempre, una gama de grises, de circunstancias que invitan a la moderación, al equilibrio y al relativismo. Nunca me he fiado de los apocalípticos. Sus predicciones son interesadas o están dictadas desde el rencor remunerado. Pero es que Almería es un ejemplo de que el Apocalipsis no está cerca.

Hablaba Gramsci del pesimismo de la inteligencia y del optimismo de la voluntad como motores de los cambios sociales. La frase ha sido asumida por muchos pero, si la aplicamos a Almería, podemos acordar que la primera parte no es del todo acertada. Almería ha demostrado que el optimismo de la voluntad rompió la maldición bíblica de la miseria. ¿Cómo si no hubiésemos levantado un bosque de treinta mil hectáreas en el desierto? Porque, en el fondo, qué son los invernaderos sino un bosque. Cubierto de plástico, sí, pero bosque al fin. Pero si la voluntad de hacer las cosas es imprescindible, también lo es la inteligencia para saber qué debemos hacer y por qué. Después de la tempestad siempre llega la calma y la crisis, que es durísima, pasará. A lo que hay que aspirar es a ser capaces y a estar preparados para saber conjugar las medidas que ahora adoptemos para salir de esta situación, con las que demandará la construcción del futuro. Hay que tomar las decisiones, no con la luz corta de la inmediatez, sino con la luz larga de los proyectos de largo circuito. Y en ese futuro que viene Almería tiene unas perspectivas excepcionales si sabemos lo que tenemos que hacer y, además, lo hacemos.

Decía Víctor Hugo que “nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su momento”. En Almería estamos viviendo ese momento y tenemos las ideas. Los dos pilares sobre los que se asienta el futuro socioeconómico de la provincia son la agricultura y el ocio. Ya son el presente, pero en el porvenir están llamados a ser aún más importantes. Veamos brevemente por qué. La agricultura es un sector económico de primera necesidad con un pasado que los historiadores cifran de ocho o diez mil años y un futuro interesante pero amenazado. La explosión demográfica y la consecuente sobreexplotación de la corteza terrestre para cultivos o pastos, unido a los desplazamientos de las zonas rurales a las urbanas -en 2030 la ONU prevé que el mundo esté dividido entre un 60 por ciento de población urbana y un 40 rural-, hace imprescindible la modernización del sector. Si, además, tenemos en cuenta que las previsiones demográficas alcanzan la cifra de diez mil millones de habitantes en 2050 -ahora somos seis mil quinientos, no llega a siete mil-, es fácil deducir que, a pesar de las amenazas, la agricultura gozará de buena salud.

En esa encrucijada entre aumento demográfico y escasez de recursos Almería está estratégicamente situada en un escenario privilegiado porque, en esa geoestrategia agrícola, será necesario producir más en menos espacio, ¿y qué son los invernaderos sino la materialización, con alambre, con sol y con plástico, de la única forma de satisfacer esa demanda? En su ‘Economía para un planeta abarrotado’, Jeffrey Sachs (uno de los economistas más importantes del mundo, según el New York Times) dibuja un panorama cercano a la desolación si no se pone coto a la sobreexplotación agrícola tradicional. Pues bien, nosotros tenemos aquí, en Almería, la otra cara de la moneda, la que garantiza la viabilidad del sistema almeriense, aunque, también es verdad, que son imprescindibles y necesarias reformas estructurales y estratégicas muy importantes. Pero si la agricultura tiene futuro, también lo tiene el ocio, nuestra segunda gran oportunidad de riqueza. Hasta el siglo XIX la misión básica del ser humano era la procreación para el mantenimiento de la especie; no había otra misión más importante en la vida.

Con la llegada de la revolución industrial se introduce un elemento decisivo en las aspiraciones del ser humano: crear mayores niveles de riqueza mediante la generación de bienes y servicios. Pero este cambio también llevó consigo un aumento espectacular en la esperanza media de vida. ¿Y qué contribuyó a ello? Muchos factores, uno de los más importantes, entre ellos la utilización generalizada del algodón. Estoy viendo entre los asistentes a dos médicos muy amigos míos. José Vicente Rull y José Bretones; ellos me corregirán si estoy equivocado al afirmar que la mortalidad tan grande que había en aquel tiempo tenía en la ausencia de higiene una de sus causas principales. La inmensa mayoría de las muertes naturales de entonces se producían por infecciones gastrointestinales provocadas por esa carencia de higiene. El uso generalizado del algodón disminuyó drásticamente la mortalidad y demostró que un avance aparentemente menor puede suponer el primer paso para una gran marcha. La media de vida que ahora disfrutamos ya alcanza los 80 años.

Nos encontramos, por tanto, ante un escenario esperanzador y atractivo. El ser humano ya no dispone sólo de tiempo para procrear o generar riqueza; disfruta también de tiempo para buscar espacios de ocio que le enriquezcan, no sólo en sus vacaciones durante la vida laboral, sino durante los años que transcurran entre la jubilación y el adiós a la vida. Ahí es donde aparece precisamente la industria del ocio, en esos años que un hombre y una mujer pueden vivir -y disfrutar- una vez que acaban su actividad laboral. A pesar de lo que cante el tango -querido Luis Rogelio- 20 años, sí, son muchas noches y muchos días por llenar. Un tiempo para la felicidad en el que el afecto y el ocio son la mejor medicina. Y en el ocio Almería tiene que ser una potencia. Porque tenemos clima y tenemos territorio. No pedimos nada, sólo que no nos pongan obstáculos. ¿Por qué no puede ser nuestra provincia el lugar elegido, la tierra prometida para miles de ciudadanos europeos que viven en el norte o en el centro y que quieren buscar la felicidad de la segunda juventud alejados de la bruma o el frío?

Si en Almería (y esto es algo que lo valoraran las generaciones posteriores) hemos sido capaces de integrar a más de cien mil inmigrantes del sur, ¿por qué no vamos a ser capaces de integrar a cien mil visitantes del norte de Europa? ¿Por qué tenemos ese complejo? ¿Por qué tratamos de forma desigual a unos respecto a otros? Los ciudadanos del sur vienen a generar riqueza -y la generan y la han generado-, y los ciudadanos del norte que quieran venir a Almería, ¿no generarán riqueza también? ¿No están también generando oportunidades de empleo y rentabilidad para los almerienses? ¿Por qué somos tan torpes de no darnos cuenta que somos un territorio excelente para que se trabaje en los invernaderos y, también, para que se vivan los últimos años de la vida en un estado de felicidad? Este es un reto -aquí hay muchos políticos- que tenemos que plantearnos.

Gozamos de un sin fin de posibilidades en la industria del ocio y hay que ponerlas en práctica. Y tenemos que luchar contra todas aquellas administraciones que se oponen porque no nos entienden y nunca nos han entendido. Como escribió Voltaire “Dios no está del lado de los héroes ni de los grandes ejércitos, sino de los disparos precisos” y en Almería estamos en medio de esa balacera, en medio de esa batalla por el futuro. Las reflexiones anteriores no son la consecuencia inevitable de un sentimiento patriotero. A mí nunca me ha gustado el patrioterismo, ese patrioterismo de la Puerta de Purchena, del Cañarete, del eslogan de parabrisas de coche. No me siento de esos almerienses. Yo sí me siento patriota y pretendo ser un patriota almeriense, pero un patriota en la definición que hizo el maestro Vargas LLosa en su discurso del Nobel. Decía Vargas Llosa en aquel discurso memorable de la semana pasada que “la patria no son las banderas ni los signos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un lugar al que podemos volver”. Ese lugar para mí es el sexto continente, ese lugar es y se llama Almería. Muchas gracias.

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