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Cámara ¿de empresarios?

Antonio Felipe Rubio
Periodista

Las apresuradas y radicales medidas aplicadas por la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación (¡ahí es nada!) vienen a evidenciar el modelo de empresariado que refleja la institución. Por así decirlo, la Cámara tendría que ser paradigma de los empresarios de la provincia, y nada más lejos de la realidad. Los dirigentes de la Cámara, salvo contadas excepciones, han conocido momentos de esplendor con el aporte de recursos ajenos asegurados, sustanciosas subvenciones y, siempre, al abrigo del poder político hegemónico de la Junta que, a cambio, se ha servido de la Cámara como instrumento de ocupación de un sector influyente de la sociedad civil: empresariado, sectores productivos, opinión pública, etc. No en vano, la Mesa de las Infraestructuras es la escenificación tangible de los servicios prestados al poder político desde la claudicación a la crítica proactiva y, en general, a la sincera defensa de los intereses generales de la provincia. Baste recordar algunas bochornosas sesiones de la Mesa y, en especial, la servil pleitesía derramada durante la época de Martín Soler al frente de las consejerías. Aquello fue antológico.

Poca didáctica empresarial pueden practicar aquéllos que no tenían que salir al mercado para pelear por las nóminas y los gastos generales de explotación; creyeron que su estatus permanecería blindado e inamovible, inmutable ante la crisis. Creyeron ser satélites del sistema político y que podrían mantenerse orbitando mientras observaran su irresistible atracción al estrellato.

Lejos de establecer sinergias de servicio efectivo y sensación de utilidad (como han hecho otras prestigiosas cámaras), por el contrario, se dedicaron a proliferar mercadotecnia discursiva y etérea: cluster, viveros, nichos, misiones, ferias, viajes, viajes, viajes... Ahora, cuando se acabó el cuento y el buen rollito, no saben aplicar salidas más ingeniosas que los despidos masivos. Lo cual, define dos aspectos de mala praxis empresarial: sobredimensionaron cuando les sobraban los recursos ajenos y largan lastre cuando el peso de los gastos excesivos les lleva al fondo. O sea, lo hicieron mal al principio en aras de crear un mamotreto para dar lustre y prestigio personalista sin pensar en la eficacia y la optimización de los recursos. Y vuelven a hacerlo mal cuando las circunstancias les ponen a prueba; es decir, cuando tendrían que comportarse como verdaderos empresarios. Y es que algunos utilizaron la Cámara como plataforma de proyección y lanzamiento que jamás consiguiera por méritos propios; y, otros, por la ostentación y la preeminencia social que, igualmente, tampoco hubiesen alcanzado desde sus respectivos soportes, salvo por la oportuna “investidura” del poder político.

Ya lo dijo Juan del Águila cuando comparaba las subvenciones y demás mamandurrias como el equivalente a una droga: engancha y adormece.

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